Quito, Ecuador
Hace unos días planteaba que el gobierno de Noboa hace política con el mismo ethos con el que hace negocios. La mentalidad del consumo es aquella que compra y vende soluciones, sin importar cómo estas se fabrican. En esa línea, el gobierno se dedicó a la política como al marketing. Sin embargo, fracasó porque intentó vender una constituyente como solución a un problema que no pasa por allí.
Para vender el “sí”, Noboa gastó toda su pólvora en repetir que la constituyente era la solución al problema más universal de este Ecuador tan heterogéneo y fraccionado. Es decir, la condición sine qua non para derrotar al crimen organizado, el enemigo común. Como bien notaban ciertos analistas políticos, eso explicaba el anuncio de la ex fiscal Diana Salazar como candidata a asambleísta constituyente, así como la publicación de fotos bukelescas de Jorge Glas en la nueva cárcel del encuentro.
Los resultados de la consulta popular son de difícil interpretación. Pero me animo a decir que, en su proceder marketero, Noboa falló en al menos una de dos cosas: (i) convencer de que el problema principal del ecuatoriano es el narcotráfico, (ii) convencer de que el medio idóneo para vencer al enemigo era la creación de una nueva constitución. Tarea difícil esta que el gobierno se autoimpuso. Pues, cuanto menos, era discutible que la Constitución de Montecristi sea la gran causa de la crisis de seguridad del Ecuador.
En esto, hay que escuchar a los expertos, quienes aseguran que el problema del Ecuador no está en la Constitución sino en las leyes; y, ni siquiera en las leyes, sino en su falta de aplicación. Así, los esfuerzos por vender la constituyente como solución al narcotráfico no dieron fruto. Aunque las razones del voto son múltiples y opacas, el resultado evidencia al menos una cosa: el humo no se vende fácil.
Ahora, mal se haría en interpretar que el 60% que votó en contra de la constituyente lo haga en defensa del pacto de Montecristi. Muchas y muy lúcidas voces quisieran un cambio de constitución, pero no en un contexto como el planteado por el gobierno, cuyas verdaderas intenciones se perdían entre la bruma.
Aunque tampoco se puede asumir que el “sí” provenía de una confianza ciega, sino también del entendimiento de que no se puede jugar siempre al mismo juego y esperar resultados diferentes. Desde su convocatoria, la pregunta permanente era: ¿para qué la constituyente?
Pensando mal, se avizoraba un intento de acumulación de poder; pensando bien, una oportunidad para tener una constitución menos reglamentaria y estatalista. Lo sensato, me parecía, era otorgar el beneficio de la duda. No castigar anticipadamente al gobierno, cuando existía la posibilidad real de esperar un proyecto de nueva constitución para, entonces sí, votar con convicción.

En todo caso, no al llanto sobre el difunto, porque el gobierno está enfermo –de tanto humo–, pero no muerto. Y el Ecuador no lo ha enterrado todavía, sino que le exige resultados y reformas tanto en seguridad como gestión de lo público, no demagogia ni victimismo
