Guayaquil, Ecuador
Hace algunos años, conversando en Vinces, provincia de Los Ríos, con el sacerdote vasco Padre Mikel —miembro de una congregación religiosa presente en Ecuador desde hace más de 75 años— le pregunté: “¿Qué cambios sociales y económicos importantes han observado como congregación desde que iniciaron su labor pastoral en las zonas rurales del país?”.
Me respondió: “El cambio de mayor trascendencia ha sido que las motos reemplazaron a los caballos.”
La respuesta del sacerdote me pareció significativa, con una imagen sencilla, sintetiza la evolución del desarrollo rural del país.
Padre Mikel, como otros religiosos vascos que han servido en esta región, forma parte de una tradición misionera iniciada en 1948, cuando el también vasco Padre Máximo Guisasola llegó a Vinces. Su labor pastoral y social dejó un legado de servicio comunitario que aún persiste.
En un reportaje reciente de Diario Expreso sobre el sector rural, se señalaba: ‘’Samborondón muestra dos caras: una moderna y próspera en La Puntilla, y otra profundamente olvidada tierra adentro.” El artículo evidenciaba que muchos recintos rurales, incluso a escasos 15 minutos de la cabecera cantonal, todavía carecen de agua potable e infraestructura vial adecuada.
Durante las últimas cinco décadas, el sector rural en Ecuador ha experimentado avances importantes. La ampliación de infraestructuras, el acceso a servicios básicos y la generación de nuevas oportunidades económicas y sociales han impulsado el desarrollo.
No obstante, el contraste y el rezago con el ámbito urbano continúan siendo indiscutibles, y la brecha entre el campo y la ciudad persiste como uno de los retos más complejos para las políticas públicas de los gobiernos.
Un factor clave detrás del reemplazo del caballo por la moto ha sido la expansión de los caminos vecinales, entendidos como las vías que abren la frontera agrícola. Según el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, en 1982, los caminos terciarios y vecinales representaban el 82% de la infraestructura vial total, de los cuales aproximadamente la mitad eran de tierra e intransitables en los meses de lluvia.
Hoy estas vías constituyen alrededor del 77% de la red vial del país y suman más de 34,000 kilómetros con revestimiento de lastre o asfalto.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), la evolución de varios indicadores desde 1970 —antes del primer auge petrolero — evidencia que el país se encontaba en condiciones sumamente precarias:
Electrificación: hace 55 años la cobertura apenas superaba el 12%; hoy sobrepasa el 95%.
Alcantarillado: en 1970 menos del 3% de la población rural tenía cobertura; en 2022 alcanzó el 35%, frente al 82.7% urbano.
Acceso a agua potable: el 5% de la población rural accedía a agua segura en 1970; actualmente lo hace 51.4% en zonas rurales y el 79.1% en las urbanas.
Educación: la escolaridad promedio el área rural pasó de 2.8 años en 1970 a 7.7 años en la actualidad (11.5 años en el ámbito urbano).
Desnutrición crónica infantil: hoy es de 22.1% en el sector rural y 17.6% en el urbano; en 1986 el promedio nacional fue de 46%.
Pobreza rural por ingresos: superaba el 70% en 1970; a junio de 2025 se situó en 41.7%. La mejora, ha sido lenta.
Población: La migración del campo a la ciudad ha impulsado la urbanización, que pasó del 45% en 1970 al 63.1%, según el censo de 2022.

Si bien los indicadores muestran avances, el paso del caballo a la moto simboliza los logros alcanzados, pero también subraya las limitaciones estructurales que persisten. El futuro del desarrollo del país no puede depender únicamente del dinamismo urbano: es indispensable transformar con mayor profundidad la realidad rural.
