Hamnet: La naturaleza y el sufrimiento

Fotograma de Hamnet (Zhao, 2025).

Jorge Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

“Ser o no ser, esa es la cuestión (…) Morir es dormir y tal vez soñar…”

William Shakespeare, 1603

La nueva producción de Chloé Zhao inicia con unas imágenes que parecen un presagio. Mediante un plano aéreo, la directora presenta un cuadro sombrío y profundamente boscoso, logrando una inmersión visual en la quietud absoluta de la naturaleza.

A un lado de la composición yace una hondonada oscura, sugiriendo la entrada a una profunda cueva. En el centro de esta escena, resguardada por tierra y madera, se encuentra una figura femenina que duerme en posición fetal: el cuerpo plegado, las rodillas recogidas y la cabeza ligeramente inclinada. Este gesto universal de introspección evoca a Agnes (encarnada por Jessie Buckley) regresando instintivamente al estado de gestación, buscando el abrazo primordial de la tierra.

El largometraje, análogo a la novela homónima de Maggie O’Farrel en la cual se inspira, se enfoca en la influencia clave de la esposa de William Shakespeare para la inspiración y articulación de la obra de teatro más trascendente e influyente del mundo: Hamlet.

Es así como el filme no solo documenta un hecho histórico, sino que aprovecha el sufrimiento del escritor inglés (interpretado por Paul Mescal) y Agnes Hathaway, su esposa, para proyectar la muerte como un ciclo, donde la naturaleza se convierte en metáfora de un vientre, pero también de una tumba.

Cabe recordarque la etapa de producción más trágica del Bardo de Avon se ha visto asociada siempre con la muerte de su hijo Hamnet a los 11 años de edad, atribuida aparentemente a la peste bubónica.

En este contexto, el espíritu que articula el filme es el de que el sufrimiento no es un castigo, sino una parte intrínseca y necesaria de la existencia, un engranaje más en el círculo de la vida. La pérdida y la enfermedad, lejos de ser anomalías, son retratadas como fuerzas telúricas ineludibles, similares a las estaciones. Por tal razón, Zhao utiliza el dolor de la pérdida, no para regodearse en la tragedia, sino para mostrar su sublimación a través del arte.

La angustia de Agnes y el tormento de Shakespeare se transforman, como el carbón bajo presión, en la esencia de la creación. Bajo esta óptica, la gestación de Hamlet se convertirá en el rito que convertirá una pena profunda en una expresión artística inmortal.

Consecuentemente la cineasta visualiza esta tragedia universal con cierta estética del neorrealismo estadounidense, un estilo consolidado en filmes como Nomadland (2020). Esta corriente se distingue por su compromiso con la verdad, utilizando paisajes vastos y hoscos para reflejar los estados internos y la fragilidad de los personajes retratados.

En el largometraje, el realismo se manifiesta en la representación sin adornos del hogar de Shakespeare y en la conexión visceral de Agnes con su entorno silvestre, atmósfera que en ciertos momentos evocará al cine de Terrence Malick. De tal forma que la cámara no romantiza el dolor, sino que lo posiciona en el contexto de la naturaleza y sus elementos. Al igual que en los trabajos previos de la realizadora china, el mundo no es solo un fondo, sino un actor clave que ofrece consuelo y, simultáneamente, impone las reglas de la vida.

El ciclo del dolor y el retorno al origen

En virtud de ello, la inmersión de Agnes Hathaway en la naturaleza y su final aceptación del destino trágico de su hijo se alinea con una comprensión del dolor que recuerda a la cultura celta. Para esa cosmovisión, el sufrimiento no es algo a evitar, sino una condición inherente que se integra al espíritu.

Agnes, con su sabiduría herbaria y su conexión profunda con la tierra, personifica esta aceptación. Su dolor es como un proceso de siembra y cosecha; es tan natural como la lluvia. Al situar su sufrimiento dentro de esta perspectiva ancestral, la obra eleva la tragedia personal a una esfera síquica, sugiriendo que la vida y la muerte coexisten en un mismo plano.

Por tanto, el deceso del infante se convertirá en el sueño turbulento del cual nace la obra insignia de su padre. Este evento no está causado únicamente por la pena, sino por la semilla sombría que germinó la tragedia.

De esta manera, la cinta explora la dolorosa metamorfosis del duelo en el arte, donde el nombre del hijo perdido —Hamnet— se transforma, a través del inconsciente y la pluma del escritor, en el nombre del príncipe atormentado: Hamlet.

La obra teatral, que se observa en los tramos finales del filme, se convierte así en un monumento al dolor; una catarsis pública y atemporal que permitió a Shakespeare y a Agnes reelaborar su pérdida, convirtiendo el final en un poderoso estreno creativo.

Un preludio a la obra literaria

En consecuencia, la producción de Zhao, a través de la perspectiva de Agnes, se convierte en un preludio íntimo a la obra literaria, sugiriendo que el famoso cuestionamiento del monólogo teatral —»Ser o no ser»— no es solo una disquisición filosófica, sino la destilación poética de un dolor conyugal y paternal inmenso; es decir, la lucha por encontrar significado después de la pérdida de un hijo.

Para sostener este argumento temático, la directora se apoya en una rigurosa apuesta cinematográfica. La fotografía, a menudo naturalista, utiliza la penumbra para evocar un estado de luto constante, mientras que la puesta en escena es crucial para reforzar la metáfora central.

Los espacios cerrados de la casa familiar, con sus sombras y la sensación de claustrofobia emocional, contrastan fuertemente con la amplitud y la vitalidad del entorno natural. Esta dicotomía visual subraya la lucha entre el dolor que paraliza (el interior) y la sanación cíclica que ofrece el mundo exterior. La cueva o el barranco, filmada con ese plano aéreo, engloba este principio, ofreciendo un refugio que es a la vez físico y espiritual.

Volviendo a la potente metáfora visual del inicio del filme, se debe ratificar que en este relato cinematográfico la naturaleza se consolida como origen y como sepulcro. Zhao profundiza constantemente en los retratos del entorno natural como el hoyo subterráneo al cual Agnes regresa simbólicamente o a donde Hamnet volverá tras su muerte.

El retorno a la cueva —el portal oscuro en el escenario— simboliza el acto final del ciclo biológico y teatral. No es un vacío, sino un regreso al vientre primordial de la Madre Tierra, la antítesis del nacimiento pero su complemento necesario. Esta simbólica conexión confirma la idea base de la trama: la muerte y el desconsuelo no aniquilan, sino que simplemente redirigen la energía hacia el origen, cerrando el círculo de la existencia.

La película de Chloé Zhao tiene éxito al proponer una perspectiva femenina y visceral que redimensiona un mito literario. Al enfocar la tragedia a través de los ojos de Agnes Hathaway, el largometraje logra humanizar el proceso creativo de Shakespeare, tornándolo en un acto de supervivencia emocional y colectiva.

Hamlet deja de ser solo la obra de un genio para establecerse como el eco de un sufrimiento compartido. La conclusión invita a reflexionar sobre la transformación de un artista cuando sublima su dolor. De ahí que el arte se convierta en el testigo eterno de estas metamorfosis.

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