Ecuador, Estado de Misericordia

Por Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

Quienes creyeron que Ecuador es un “Estado constitucional de derechos y justicia”, que se “organiza en forma de república”, como reza el primer artículo de nuestra Carta Magna, se equivocaron. Ecuador no es un Estado de justicia, ni un Estado de derecho, sino un Estado de misericordia. En su guerra total contra la libertad de expresión, el ciudadano-presidente Correa sucumbió ante una indignación internacional que lo puso en el foco de atención mundial: medios de comunicación (algunos de los más influyentes del planeta), intelectuales, ex presidentes de América Latina, escritores, organizaciones pro derechos humanos y libertad de prensa, criticaron abiertamente que en Ecuador se abuse del sistema judicial para callar las voces que ofenden al poder.

Fruto de esta reacción, que tal vez nunca esperó, el Presidente —ya no el “ciudadano”— decidió perdonarle la vida a Emilio Palacio, los hermanos Pérez y diario El Universo, así como a los autores de El Gran Hermano, Juan Carlos Calderón y Christian Zurita. Alegó que sus objetivos fueron cumplidos. Es verdad, porque la misericordia presidencial llega cuando la embestida contra la democracia ya está consumada y la guerra contra la prensa está lejos de haber concluido.

El perdón se veía venir, pero parece que no fue del todo planificado, sino más bien provocado o acelerado por la inesperada magnitud de la presión internacional. De otra manera no se explica que Correa extienda su bondad a los autores de El Gran Hermano, en un juicio civil que recién lleva una instancia y que, como el caso El Universo, podría haber esperado la ratificación final de la Corte Nacional de Justicia, peor si se tiene en cuenta que el desistimiento en lo civil —se lo deben haber dicho los abogados Vera— obliga al demandante Correa a asumir los gastos del proceso.

Sin embargo, el perdón no borra el daño monumental que han infligido estos juicios en Ecuador. Se ha dejado un mensaje muy claro: la independencia de la justicia, ese muro infranqueable que debería defender a los ciudadanos del poder, hoy no existe. Y se ha dejado claro que esta brecha será explotada, sin contemplaciones, sin disimulos, contra todos los enemigos del poder en un país donde el derecho a la defensa es una fantasía. Cualquier esperanza de que Ecuador sea una auténtica república —acaso nunca lo haya sido— se ha reducido a polvo. Un país sin división de poderes, donde la voluntad total del Estado se identifica con la voluntad de un solo hombre, es la antítesis extrema de cualquier sistema republicano.

Que Ecuador hoy es una “no república” —bien lo decía Correa en su libro— ha sido demostrado en el caso El Universo con una exactitud escalofriante, que aparece meticulosamente calculada. Luego de un proceso donde se ha pisoteado —ahí sí, con nula misericordia— la ley penal, la Constitución ecuatoriana y la Convención Americana sobre Derechos Humanos, a vista y paciencia de todo el mundo, sin preocuparse siquiera de guardar las apariencias, utilizando cadenas nacionales para defender las posturas del primer “ciudadano”, haciendo gala del dominio del Ejecutivo sobre la Función Judicial… solo luego de eso viene el perdón desde lo alto. El mensaje es contundente: en Ecuador, el Derecho ya no es algo que se demanda ante los tribunales de justicia, sino una gracia que nos regala, cuando se enternece, el piadoso corazón del monarca.

La decisión de Correa calmará las pasiones en Ecuador, apaciguará la opinión internacional y beneficiará a Alianza País en las siguientes elecciones. Pero esta batalla no pone fin a la cruzada contra la libertad de expresión. Aún se cocina el proyecto de Ley de Comunicación en la Asamblea y ya se fijó en febrero de 2013 la próxima contienda electoral, dándole el tiempo exacto de vigencia que necesitaba la última reforma al Código de la Democracia para cercenar la libertad de prensa.

También queda por ver cuál será la reacción de El Universo y los autores del libro El Gran Hermano ante la magnanimidad del Presidente. Las violaciones de derechos fundamentales ya se perpetraron. Esas sí son irreversibles. Los medios han abusado en Ecuador —y vaya que lo han hecho—, pero fueron largamente superados por el abuso de Correa. Veremos si quienes se han pavoneado como supuestos paladines de la libertad de expresión tienen la entereza de defender los principios de la democracia hasta el final en el sistema interamericano de derechos humanos. O si prefieren la tranquilidad de agachar la cabeza y cuidar sus negocios, como si nada hubiera pasado, rindiendo tributo a la costumbre nacional de poner el interés propio por encima de las libertades de todos.

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