Democracia en la sopa

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Se ha puesto de moda eso que llaman tramposamente participación ciudadana. La democracia es un mal sistema de gobierno, aunque de momento el mejor de los que se han inventado. Pero es un despropósito extenderla de la esfera política, del manejo de la cosa pública, a cualquier otro ámbito del quehacer humano, donde hay múltiples formas bastante más genuinas, meritorias y eficientes de tomar decisiones, que además suelen dejar relativamente intacta la capacidad de las personas de darle a su vida la orientación que les plazca, noción que solía llamarse libertad individual, hoy casi en desuso y apabullada bajo la estridencia colectiva.

Lo único que justifica que la razón del individuo deba ceder ante la fuerza de la masa es que la discriminación que implica es menos perversa, en materia de designación de autoridades, que las discriminaciones que suponen otras formas de organización del sistema político de un Estado. ¿Cómo no va a ser discriminatorio que el voto de quien no tiene la menor idea de las consecuencias de su decisión tenga el mismo valor que una elección consciente, o que la papeleta depositada en la urna por quien cumple sus obligaciones no tenga más relevancia que la marcada por quien las evade? Porque para ejercer el derecho del ciudadano a elegir da lo mismo, como reza el Cambalache, ser derecho que traidor. Pero como a nadie debe dársele el arbitrio de dirimir cuál voto es del sabio y cuál, del chorro, a apañarse con la democracia.

Así que hay que advertir que el manido concepto de la participación ciudadana no es más que un ardid para justificar, sin siquiera el valor de llamar las cosas por su nombre, la invasión de lo público en lo privado, la usurpación de las decisiones personales por colectivos, masas difusas que por su carácter inorgánico terminan siendo representadas -con firmas falsas si falta hace- por movimientos, organizaciones sociales, partidos políticos o, en último término y merced a ficción legal, por la autoridad de turno.

La paradoja es que el progresivo y sistemático aumento de las esferas de intervención colectiva a pretexto de democracia, se asienta en una valoración mezquina de la persona humana, cuya dignidad esencial e irrepetible se violenta en beneficio de lo que dicta «la mayoría». Se habla de la autodeterminación de los pueblos, pero a las personas se las quiere dirigir y moldear bajo los patrones colectivos.

La mayoría puede elegir gobiernos, pero no debe elegir destinos; puede aprobar normas de convivencia, mas no imponer formas de vida -como el sumak kawsay-. Imaginemos el voto popular incidiendo en la cultura, en la orientación del emprendimiento, en la vocación profesional -¿por qué no también en el Kama Sutra?-, en la competencia: ¡qué sería del deporte más popular del planeta si las medallas se ganaran con votos de hinchas en lugar de goles! Habría entonces mucha participación ciudadana, pero no habrían los Messi en el fútbol, los Einstein en la ciencia, los Steve Jobs en la empresa, los Borges en la literatura, las élites que han cambiado al mundo y le han dado su belleza. Ninguna buena receta puede salir si metemos la democracia hasta en la sopa.

* El texto de Bernardo Tobar ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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1 Comment

  1. Bien planteado. La estrategia de los estatistas hoy ya no es la guerrilla sino la propaganda sin límites. Por eso es que dan tanta importancia a la prensa y a las mentiras, al control de la educación y de la cultura, a la publicidad, porque están convencidos de la omnipotencia del lavado de cerebro y el adoctrinamiento.
    La estrategia «democrática» tiene una clave, un número mágico, 51%. A partir de allí queda todo justificado, no hay minoría política que valga, sólo las mil maneras de constituir una «minoría» de la «diversidad» – que es una manera astuta del biopoder , si hemos entendido algo de Foucault-. Que la historia y el presente nos den mil pruebas de cuantas veces una mayoría estuvo o está equivocada, no les importa a los arrogantes de hoy.
    Por eso la cuestión a plantearle a los fanáticos de la democracia «radical» estatista es: ¿qué son para ellos las libertades individuales ?

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