¿Seguiremos pecando impúdicamente contra nuestra democracia?

Gustavo Domínguez
Quito, Ecuador

Es necesario que los ecuatorianos hagamos un acto de contricción y tomemos un profundo suspiro que nos permita eliminar por siempre esa culposa sensación con sabor a pecado, que insistentemente nuestra conciencia, como electorado, nos acusa de insensatez.

Como electores y mandantes, la inmadurez y la indiferencia nos han marcado profundamente desde nuestro tortuoso retorno a la democracia. Lamentablemente, nuestra novel y más larga experiencia democrática, está llena de anécdotas dignas de relatos sorprendentes, con tintes de realismo mágico, por la que solamente deberían sobresalir los escritores de novelas.

Lo más lamentable, es que todo apunta a que no aprendemos de nuestros errores y seguimos sin entender como se juegan las fichas de ese mundo lleno de ambiciones, poder, y riqueza, que manejan quienes juegan en los estadios de nuestro campeonato político.

Es necesario que, primeramente, comprendamos que con nuestro voto en las urnas hemos empoderado los abusos que insistentemente han cometido las élites políticas en sus respectivos turnos de gobierno o en su codicia por conseguirlo.

Es que esa inocencia y romanticismo con la que se ha envestido el electorado ecuatoriano, la historia nos ha probado, solamente se ha convertido en un monstruo con matices de populismo y caudillismo, que tarde o temprano nos pasa una desagradable factura, que nos mantiene democráticamente subdesarrollados y divididos en la búsqueda del equilibrio entre las igualdades y las libertades a la que aspira toda sociedad civilizada.

No existe en el complejo mundo de la organización política un sistema más perfecto que el que enmarca a la democracia. Pero la democracia tiene estructuras fundamentales, que cuando son quebrantadas generan caos, abusos, divisiones peligrosas y hasta guerras internas.

Es por eso que los electores, que existen y pueden expresarse en las urnas, justamente gracias a esos beneficios que genera la democracia, deben primeramente favorecer con su voto al fortalecimiento del marco en que deben actuar, y respetar sus elegidos.

Ejercer la democracia con responsabilidad, no implica solamente el acto presencial y obligatorio ante las urnas. Atender al llamado obligatorio de votar, solamente por cumplir y sin haber antes realizado un profundo análisis de las múltiples opciones que presentan las innumerables tendencias políticas del país, es más irresponsable y perjudicial que incumplir con el acto impuesto por la obligatoriedad de votar.

A pesar de que los candidatos presidenciales, que traen consigo en su fórmula electoral un compañero del que los electores no podemos renegar, tengan el derecho y sea una válida estrategia de campaña, el pedir al electorado el voto en plancha por sus listas de candidato, no existe una mayor irresponsabilidad por parte del elector que el de  satisfacer las claras intenciones del candidato proponente de interrumpir la independencia que debe tener cada poder del estado.

Es verdad que la historia chueca de nuestro poder legislativo ha generado en muchas ocasiones, debido a la extraña fragmentación política de sus curules, un ambiente de ingobernabilidad, también es muy cierto que las aplastantes mayorías legislativas han demostrado un borreguísimo insultante, y que constantemente atenta a la alta majestad democrática que ostenta un legislador.

El candidato Presidente tiene una fabulosa carta de presentación en sus políticas de inversión interna, especialmente en el área de infraestructura; sin embargo, su candidato de fórmula ha sido profundamente cuestionado, y seguramente, tarde o temprano,  costará un dolor de cabeza político al binomio. Sin embargo, el mayor y más importante cuestionamiento al candidato representa el poco interés demostrado al respeto por las libertades, el irrespeto a la  independencia de los poderes, y la férrea oposición a la fiscalización a sus colaboradores.

El candidato que representa la principal opción de oposición al régimen gobernante, ha sido salpicado por su cercanía con gobiernos que han sido depuestos por la furia popular. Su mejor carta de presentación es el indiscutible éxito obtenido en su vida profesional, a pesar de ser en un sector donde ingentes recursos estatales se han destinado para desprestigiar.

El candidato ex presidente, con antecedentes nada halagadores durante su corto ejercicio y que a la postre le costaron una humillante caída, además de ser cabeza notable de un movimiento que depuso a otro error democráticamente escogido, demuestra un gran despliegue de recursos y de una costosa organización de sus bases, que ha generado el cuestionamiento de otros candidatos y la pregunta obligada de donde proviene tanta plata.

El cinco veces candidato a la presidencia, cuya riqueza personal y heredada, no le ha alcanzado para conseguir el máximo poder político, se ve opacado no solo por su cansosa insistencia, sino también por escándalos de índole tributaria, que extrañamente se han acallado desde inicios de campaña.

El candidato de las izquierdas más radicales, seguramente el más importante de los muchos desertores de la revolución ciudadana, no le alcanzan sus actos de reniego y repudio a su más cercano pasado círculo político para persuadir por lo menos a la misma gente que ayudó a convencer en su última campaña electoral.

El resto de candidatos, son como chicle que no hace bomba, y a pesar de las buenas intenciones que puedan tener unos y aparentemente pastorales otro, solamente han servido para  incrementar el mosaico de opciones que nos presenta nuestro deficiente y cuestionable sistema político.

* Gustavo Domíngues está en twitter en la cuenta @gusdominguezm