La historia de los vencedores

Mauricio Maldonado Muñoz
Quito, Ecuador

Políticamente el apoyo popular es decisivo. Por ello, a vista del político consecuencialista las elecciones son el fin más importante de su actividad. Eso parece dar fuerza y parece otorgar razón. Sin embargo, la mayoría, la masa, no otorga razón, solamente peso, bulto, respaldo, pero no razón. Al menos no necesariamente. Una afirmación contraria no entraría en un silogismo.

En: “La regla de la mayoría: límites y aporías”, Norberto Bobbio ha señalado que la regla de mayoría no es definitoria de las democracias; por el contrario, es nada más que uno de sus aspectos. La democracia, en realidad, se construye de preceptos tales como la división de poderes y el respeto a los derechos fundamentales, en una organización de pesos y contrapesos.

De hecho, y si se sigue a la historia del constitucionalismo clásico, se puede encontrar que ya desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 se había señalado que “[t]oda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución”. Esto, al parecer, estaba claro para los revolucionarios franceses y para la etapa clásica del constitucionalismo, pero no parece ser tan evidente en otras sociedades que se dan de “neoconstitucionalistas”.

Los demócratas no son los que más votos tienen, ni los que más apoyo cosechan. Si esa fuese una lógica decente, más de un tirano popular debería tener diversas estatutas en las casas demócratas. No obstante, en democracia importa incluso más la legitimidad del ejercicio que la legitimidad del origen. El ejercicio del poder se legitima no sólo en las urnas, sino en el respeto a las libertades y en la tolerancia al disenso. En la democracia la crítica no zahiere, construye. La crítica no conspira contra la democracia, la ayuda a caminar. El poder desnudo no es poder jurídico.

Si nosotros fuésemos amigos o familiares de los diez de Luluncoto o de indígenas y líderes sociales sometidos al peso del poder. Quizá si fuesen nuestros hijos los periodistas atacados, los opositores burlados. Tal vez si fuésemos nosotros mismos. Quizá sólo entonces reflexionaríamos mejor sobre la calidad de nuestra democracia. Lamentablemente, las más de las veces los derechos no se hacen evidentes sino cuando es uno mismo el involucrado. De otro modo, las tragedias ajenas sólo parecen imágenes difusas.

Cuando la independencia de la justicia es mucho más que dudosa. Cuando muchos fallos políticos se disfrazan de jurídicos, para servir luego de buenos ejemplos de lo que no se debe hacer. Cuando Pedro Delgado se pasea por Miami. Cuando nadie hizo algo por retenerlo. Ahí, ante los ojos del Fiscal, ante los nuestros, anunciado en sabatina, para que las personas aplaudan como pueriles e inocentes niños, todos adormitados. Cuando pedimos, como rogando, alguna explicación para la tesis de Glas, para la valija, para Vialmesa, para la falta de garantías en el préstamo a Duzac, para los videos del Juez Paredes en que dice haber recibido una sentencia escrita previamente. Cuando pasan estas cosas, en realidad no pasa nada.

¿A quién podríamos acudir por respuestas de este tipo? ¿Deberemos ir a la Asamblea Nacional en busca de fiscalización? ¿Acudiremos al Fiscal? ¿Será la Contraloría la indicada? ¿Podremos acudir a las cortes? ¿A la Corte Constitucional? ¿Será el Presidente de la República? ¿Será el CNE? ¿Podremos acudir al quinto poder, supuestamente ciudadano? ¿Superman? ¿Shrek? ¿Fiona? ¿Burro?

Pero no nos gastemos, seamos realistas, no hemos tenido respuestas al respecto y, de a poco, nos hemos ido olvidando de cada uno de estos casos. Nuestra memoria de largo plazo sirve para otras cosas.

Y, sin embargo, todo esto que digo sirve de poco. Otra vez, otra elección nos divide entre vencedores y vencidos. Así, los que veíamos otra opción de país, ciertamente hemos perdido. No obstante, en lo importante, muchos no hemos perdido la perspectiva para poder hablar aún desde la sinceridad, desde la ciencia y la conciencia. Desde el derecho que exige la razón. Para decir y no olvidar que ronda el hiperpresidencialismo, que disminuye el disenso, que cada vez hay menos voces contrarias. Porque en los momentos difíciles hay quienes se unen y aplauden, pero también hay otros que quieren testimoniar por otra realidad.

Por eso, siempre es erróneo escribir la historia solamente desde el lado de los vencedores. Aquella constituye, todas las veces, nada más que una versión. La historia de los que han perdido importa y mucho. Y de eso deberemos dejar testimonio.

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