El papa austero que ama a los pobres

Jorge Luis Jalil Ripalda
Guayaquil, Ecuador

Era un miércoles importante, los ojos del mundo estaban puestos en la elección de un nuevo papa capaz de liderar la iglesia y levantarla del pozo de desprestigio en el que, lamentablemente, ha caído.

Muchos pensamos que los cardenales iban a tomar una decisión extremadamente predecible, incluso corrió el rumor de que ya se lo había escogido a Angelo Scola. Pero algo completamente inesperado ocurrió, los cardenales optaron por un argentino, que además de ser el primer papa latinoamericano es el primer papa jesuita.

Cuando salió a su balcón muchos no lo reconocimos. Vimos a una persona de avanzada edad salir a saludar muy serenamente a las centenas de miles de fieles que se encontraban en el vaticano. En un acto de humildad, de despojo y de buena fe, le pidió al mundo entero que lo bendiga. Se inclinó por un rato, cerró los ojos y sintió como miles de fieles rezaban por él y lo bendecían. Al terminar su primera intervención, nos deseó una buena noche, y que descansemos. ¿Quién hace eso, sino un amigo? Es ahí cuando se me ocurrió. ¿Será que este es el papa que tanto necesitábamos, es este el indicado para reconstruir la iglesia, piedra por piedra? En estos pocos días me ha demostrado que sí, que le cabe todo el mundo en el lado izquierdo del pecho.

Y es que no le bastó con exigir que su anillo no sea de oro, o que no le den un crucifijo exorbitantemente caro. No le bastó, usar sus botines viejos en vez de unos prada rojos. Tampoco le bastó dejar de usar el papamóvil y subirse a un carro común y corriente sin ninguna protección.

No, nada de eso bastó. El papa comenzó a romper protocolos incluso con cosas que podrían hacer peligrar su vida. Se le acerca a los fieles y los saluda, besa a los bebes, a los discapacitados, a los más débiles. En las fotos, vemos en su mirada un compromiso con ellos, un mensaje de amor alto y claro que dice: “Yo estoy aquí para trabajar por ustedes”. Y es que Francisco lo dejó claro desde el primer día, necesitamos una iglesia al servicio de los pobres, para ellos. Personas como él tienen un profundo amor por los que más sufren: los que no tienen que comer, los que pasan enfermedades, los desamparados que no tienen donde dormir.

En realidad, de esto siempre debe estar empapada la iglesia, de solidaridad. Me disculparán algunos radicales que ya estaban llamando “socialista” y “extremista” a Francisco, pero nada me parece más noble que luchar porque en el mundo exista más solidaridad. Nuestra iglesia no debe estar conformada solo por un papa, cardenales, obispos o curas solidarios, sino que cada uno de los que creemos en Dios y Jesús debemos amar entrañablemente a los pobres como él. Pero me pregunto, para amar a los pobres, ¿se necesita ser socialista? Ya basta de infantilismo ideológico; Menos Rothbard, Marx o cualquier otra ideología, y más corazón.

Nadie los está forzando a ser solidarios, eso está en cada uno de ustedes. Pero algo sí les digo, la mejor manera de alcanzar la felicidad terrenal, es siendo bueno con las personas alrededor nuestro y ayudándolas en lo que podamos. ¿Se imaginan una iglesia más inclusiva, aun más humana y que luche arduamente por los pobres? Ahora, yo sí me la imagino, y los invito a tener esa esperanza también.

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