El flautista del Yasuní

Eduardo Crespo Cuesta
Quito, Ecuador

El fin de la Iniciativa Yasuní ITT se ha tornado en una verdadera piedra en el zapato de la Revolución Ciudadana, o quizás de su alpargata; ya saben, con esto de la descolonización cultural… aunque las alpargatas sean más españolas que la paella, pero eso es otra historia. Esta vez, para escándalo de unos y pasividad de otros, centenares de manifestantes han sido agredidos, balas de goma incluidas, por miembros de la Policía Nacional que, como demuestran las imágenes, resguardaban las calles de acceso a la Plaza Grande para evitar que los manifestantes gobiernistas tengan que compartir el espacio público con tal tarea de mangantes.

Más allá de las posiciones que se tengan sobre el futuro del Yasuní (y no se engañen, su pasado ya está lleno de vías de acceso y pozos), no está de más preguntarse cómo llegamos a esto. Y así, al vuelo, hay que empezar por lo evidente. Esto se veía venir; y se veía venir porque nuevamente las “grandes mayorías” de las que habla el Presidente, esas que deslegitiman con votos a cualquier disidente, desde banqueros corruptos hasta ecologistas infantiles, bailaron a la tonada del Flautista. Y nuevamente, luego de obtenido el resultado electoral, mientras todos seguíamos embelesados por la tonada, nos cambiaron la partitura.

Y no es la primera vez: los ejemplos vienen de largo, y dentro de este galimatías ideológico que es la Revolución Ciudadana, al menos demuestran una tendencia: cada victoria electoral viene inevitablemente acompañada de un puñado de traiciones al ideario que llevó al Flautista al poder por vez primera. ¡Qué lejos estamos de Montecristi! Bueno, al menos ya cayó en el olvido aquella monstruosidad arquitectónica, mal presagio del polvo que ahora echa Alianza País sobre la obesa constitución que, esa sí, legitimó a su gobierno. Y la sinfonía extractivista ya estaba en el horizonte, desde hace rato. Pero nos gustaba la melodía, el baile continuaba y cuando se vino el abismo… ¡juas! Algunos, despertaron; otros, ya curtidos en el pesimismo (más bien realismo) de la realpolitik, lamentamos ver cumplirse lo peor; y los más, aunque el fandango los hunda en la miseria y las contradicciones de un régimen del Buen Vivir que hace rato no es más que una parodia de sí mismo, si alguna vez fue, bailan en corro alrededor de nuestro Flautista, que más que ello ya parece el Hombre Orquesta: todo lo sabe, de todo opina, “todo lo sapea”, como diría el Rey de la Cantera…

Pero toda tonada repetida siempre termina por aburrir, aunque ya estoy convencido de que somos un pueblo tan novelero que basta que nos cambien unas notas y la canción nos vuelve a alelar. Aunque quizá el discurso ideológico del Régimen, cada vez más reñido con su praxis, ha encontrado al fin su piedra de toque. Dudo mucho, realismo político de por medio, que lo que está sucediendo en estos momentos configure en el corto plazo una oposición sólida, coherente y honesta en sus diferencias. Ya nos ha pasado antes, pero por algo se empieza. No dejemos escapar, una vez más, la oportunidad de fomentar una agenda nacional inclusiva. No es cuestión de escribir una nueva guía telefónica, como nuestra barroca constitución, o de refundar la Patria, que por cierto nunca se fue a ningún lado, así que dudo que haya vuelto: seguimos gobernados por la misma clase política desvergonzada y canalla, parasitaria del Estado y clientelar, que al ritmo de turno baila lo que le pongan, aunque nos repitan una y mil veces que desapareció la partidocracia. Es hora de que la flauta la toquemos nosotros, si queremos que algo cambie por aquí.

Más relacionadas