Octavio Paz: centenario

Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

El próximo año se cumple el aniversario del nacimiento de Octavio Paz. Hay muchos Paz y es difícil tratar de presentar una mirada sintética de su obra. Poeta, ensayista, crítico literario, historiador, político, Paz representó el sueño de ser todos los hombres o por lo menos de ensayar todas las posibilidades de ser humano.

Desde el advenimiento de la Modernidad este sueño resulta imposible; es intentar pisar la propia sombra. Hay una marca de la historia a la que se pertenece que es indeleble y que en la medida en que confiere identidad impide el abrazo con lo universal. Octavio Paz quedó marcado en primer lugar, por el relato de la Revolución Mexicana elaborado posteriormente durante la institucionalización de esa Revolución. Su adolescencia y juventud coincidieron con los años de la guerra de los Caudillos, – Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, – que dieron paso a la constitución del estado mexicano con Lázaro Cárdenas y luego al gobierno de la nueva generación de políticos profesionales que surgió con la expansión del país: Miguel Alemán Valdez, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos.

Fueron también los años de la Guerra Civil Española (1936-1940) de tanta significación para México por la presencia de la intelectualidad española de la República. Era la época en que era necesario preguntarse por la identidad nacional. ¿Qué es ser mexicano, repite a lo largo de sus páginas, El laberinto de la soledad?.

Como sus contemporáneos, Paz se preguntaba qué hace un intelectual ante el diluvio de la historia presente. Una de las debilidades, de las enfermedades de los intelectuales es quedar atrapados de la fascinación por el momento presente en donde como las mariposas, terminan consumidos por el fuego del abrazo excesivo. Para Paz, esa fascinación solo proviene del poder. ¿Cómo negarse a formar parte de la aparente racionalidad que se abre y ordena los acontecimientos de una historia en principio confusa y desordenada? Y para él ese poder tenía un rostro concreto, el estado mexicano dirigido por un gobierno absolutamente hegemónico, “el Ogro filantrópico”.

Después de los fracasos de la Guerra Civil, de los “experimentos” dictatoriales en que recayeron los gobiernos socialistas como el de la Unión soviética, Paz cultivaba la imagen del intelectual liberal no comprometido con nadie sino con su razón, con su libertad. De ahí su alta valoración de la crítica como ejercicio del intelecto. Los intelectuales en el poder –escribió a Julio Schérer García—“dejan de ser intelectuales; aunque sigan siendo cultos, inteligentes e incluso rectos, al aceptar los privilegios y las responsabilidades del mando substituyen a la crítica por la ideología”.

Paz participó a fondo de ese largo período del siglo XX que se llamó “la guerra fría” y de la aceleración de la historia que se produjo en América Latina en los años sesenta. Quizá el mayor testimonio de su presencia, más allá de sus ensayos, fue la revista Vuelta que se volvió el lugar de exposición del pensamiento y del arte contemporáneo

Más relacionadas