Bob y yo

María Fernanda Egas
Miami, Estados Unidos

Pensé que luego de escuchar a Bob Woodward, el mejor periodista de los Estados Unidos, saldría renovada, llena de bríos para ejercer la profesión más bella del mundo, que no tiene horario, ni fecha en el calendario. Así, como el amor, del que una no tiene la culpa.

Pero no fue exactamente lo que sucedió. Ante una audiencia que adivino mayormente interesada en escuchar a diferentes expositores de la talla de Steve Forbes y Robert F. Kennedy Jr., este ciclo de conferencias del Broward College de Fort Lauderdale abarcó aquellos jugosos tras bastidores de la Casa Blanca, que tanto fascinan a los estadounidenses.

Así que Bob Woodward, quien junto a Carl Bernstein investigaron el histórico caso de espionaje del partido de gobierno de Richard Nixon a la sede del partido demócrata, y se convirtiera en el mayor escándalo político de todos los tiempos, el Watergate, por lo cual ganaron el premio Pulitzer 1973, habló sobre lo que considera el verdadero problema actual de los Estados Unidos:  la incapacidad de Washington de lograr acuerdos en temas como el presupuesto, el control de armas y la inmigración. Reclamó de la falta de contacto personal de Barack Obama, para empezar, con sus propios partidarios, lo que lo hace aún más distante de poder impactar positivamente a la bancada republicana. Al final, “es él quien paga el precio”.

¿Escuché bien? ¿Alguien habló ante una audiencia sobre la personalidad del presidente en ejercicio? Eso me pareció…

El tema siguió hacia la a todas luces precandidata presidencial Hillary Clinton, quien mientras aún era senadora por New York le confesó a Woodward que siempre utiliza la última frase de uno de sus libros para cerrar sus discursos (que deben de ser muchísimos). Woodward no le reclamó el pago del derecho de autor, sino que también le hizo otra confesión: consideraba que mientras se refería a sus oponentes tomaba una expresión muy desagradable y que eso, en política, no se debe de hacer.

Me pellizco… ¿no teme que si Hillary se convierte en la primera mujer presidenta de los Estados Unidos, prohíba el ingreso y la información, o que le entable alguna demanda millonaria al Washington Post, donde Woodward trabaja desde 1971?

Por supuesto, el tema del Watergate salió a flote, Woodward reconoció que a pesar de que “para guardar secretos está la CIA”, haber podido mantener por tanto tiempo,más de 30 años, la reserva de la fuente de Garganta Profunda – nada menos que el número dos del FBI, William Felt-  lo ayudó mucho profesionalmente.

¿Y qué piensa del gobernador de New Jersey, Chris Christie, en el reciente caso de la venganza al alcalde de Fort Lee –por no apoyarlo en su candidatura- por la cual documentos filtrados mostraron que obstruyó a propósito el tránsito vehicular del puente G. Washington durante cuatro días?  ¿Echarle la culpa a sus colaboradores del Bridgegate y decir que no sabía?

“Nixon también lo intentó, y no le funcionó”.

Woodward considera que Snowden no es un héroe, pero que el problema actual de la violación de información personal sí debería preocuparnos a todos. Ya en 1975 él mismo investigó el espionaje de la NSA a los pacifistas, y hoy está seguro de que “En la oscuridad, no sabremos lo que está pasando”.

Para profundizar esta melancolía que se ha apoderado de mí, Woodward dijo que si bien es cierto que vivimos un auge del periodismo digital, no lo ve como una amenaza frente al periodismo de investigación. Cuenta que Jeff Bezos, el dueño de Amazon.com quien compró el Washington Post por 250 millones de dólares, se ha comprometido seriamente con el periodismo independiente  y predica que es el personal de departamento de noticias quien manda.

Imposible no salir de ahí estremecida, pensando en los periodistas de mi país, en los pocos medios independientes que subsisten, en la persecución judicial, en la autocensura, en los exilios.

Bob Woodward me ha dejado sin consuelo.

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