Rodrigo Bustamante

Marco Bustamante
Nueva York, Estados Unidos

“Déjame ser reiterativo, Marco”, me dijo al final de mi visita. “Por favor no pienses que por los lazos familiares tendrás preferencia alguna aquí”. Fue en mayo de 1981. Yo, con veinte años, había  decidido abandonar mis estudios médicos para ir a conversar con Rodrigo Bustamante, Gerente General de la revista Vistazo, con una súbita propuesta.

No había visto a mi primo por casi una década.  Al final de más de una reunión, accedió en darme la  oportunidad de escribir a tiempo completo en la primera revista del país.. Su decisión alteró mi vida para bien. Aunque doce meses después regrese a la Facultad de Medicina, por los siguientes quince años participe como colaborador ocasional. Luego supe que a mi salida, un joven estudiante de leyes, Carlos Jijón, hoy Director de LaRepública, había ingresado como redactor.

En estos días, luego de más de cincuenta y seis años, Rodrigo Bustamante -junto con la familia Alvarado Roca, uno de los fundadores de Vistazo- se ha retirado. Para su despedida escribió:

Cuando llegue a Vistazo estaba por cumplir veintiún años…Traje como equipaje una máquina de escribir, obsequio de mis padres y herramienta de mis estudios mercantiles;

Me acompanaban, además, una maleta de sueños, y el anhelo de trabajar sin descanso…

Editorial Vistazc se convirtió en la única empresa en la que trabajé…

Han pasado los años desde que Vistazo circuló un 4 de junio de 1957… He visto pasar gobiernos, nacer, crecer y morir a grandes emporios económicos, y a la pequeña publicación, ícono de nuestro sueño, convertirse en un referente de nuestras vidas y de la historia del país, y dar, ademas, vida propia a otras publicaciones y medios…

Tengo una enorme gratitud hacia quienes… no tuvieron, al igual que yo, descanso para que los productos periodísticos, obras de la mente y del espíritu, llegaran a los lectores, reflejando calidad, honestidad, ética y sobre todo, una actitud sin relatividad moral.

Llevo conmigo ese perenne espíritu de soñador y el mismo amor por los ideales con los que zarpamos en 1957, pasión que se acrecentó en estos años, con las vivencias gratas que encontré dentro de estas paredes de la calle Aguirre, donde la equidad y la justicia prevalecieron siempre, como norma de vida y de conducta: virtudes de los hombres de bien.

En Mayo del 2012, en un homenaje no relacionado y espontáneo, la Universidad Católica reconoció a cincuenta graduados meritorios, entre ellos a Rodrigo. Le envié una nota.

Querido Rodrigo,

Desde la tarde del domingo he deseado escribirte. Lo cierto es que recién esta mañana puedo hacerlo de manera pausada y calmada, como debe ser.

Ayer, a través de Jeannette, me enteré del homenaje que tú y otros cuarenta y nueve caballeros del talento y de los logros han recibido de parte de la Universidad Católica.

Sospecho que a lo largo de tu vida ejemplar has recibido muchos reconocimientos a tu labor profesional y virtudes humanas. No dudo, en cambio, que este por parte del alma máter es excepcional, perdurable y esencial.

Me imagino de complacido asistente al acto solemne, mientras los académicos reconocen tus merecimientos ante Isabel, todos los tuyos y los presentes. Te confieso que, por momentos, yo habría divagado, empujado por mis propias razones impacientes.

Recordaría una vez más aquel día a comienzos de los ochenta, cuando casi abruptamente me presenté en tu oficina pidiendo de sopetón una oportunidad para escribir y me la diste. Esa decisión tuya significó los años más trascendentales y felices de mi vida.

Viniera a mi mente de nuevo tu imagen de ejecutivo sofisticado, influyente y, a la par, hombre de familia modélico, con devota predilección por la naturaleza y los animales.

Caería otra vez en cuenta de tu silenciosa y recurrente labor filantrópica a favor de la salud y el bienestar de los comuneros de Olón.

Volvería a pensar, en contra de fáciles estereotipos en boga, que tu merecida posición de privilegio en nuestra sociedad, gracias a más de cincuenta años de trabajo intachable, siempre ha sido matizada por la solidaridad y la modestia.

Y llegaría, por supuesto, a la precoz y placentera conclusión, antes que la sesión solemne culminara, que otra versión más sencilla y tan sincera de esta ceremonia pública y formal en la que no estuve pero estoy mientras te escribo, ha sucedido en la privacidad de mi gratitud otras veces ya, así como en la de otros incontables beneficiarios de tu generosidad, amistad e inteligencia.

Solo que ahora, con este honor entre honores, la Universidad Católica ha refrendado el unánime aprecio y respeto que la sociedad tiene por ti, como debe ser.

Con muchísimo afecto,

Buen viento y buena mar, querido Rodrigo. Que febrero del 2014 es junio de 1957 otra vez.

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