Las «casualidades» y el tiempo

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Las “casualidades” y el tiempo van colaborando para que Fidel Castro entierre a sus enemigos, a sus detractores, a sus amigos infieles. El más reciente ha sido Huber Matos quien el jueves pasado murió de un infarto en Miami, donde se había refugiado después de abandonar Cuba en la que dejó una larga historia. La dejó, pero no la cortó, ya que desde lo que se llama “la capital del exilio cubano”, siguió luchando contra la dictadura de quien había sido su compañero de lucha: Fidel Castro. Tenía 94 años de edad y hasta el último momento se mantuvo firme en sus principios políticos.

El periódico español “El País”, refiriéndose a la muerte de Matos, publicó una fotografía histórica: montados en un jeep, hacen su entrada en La Habana, en enero de 1959, Fidel Castro (en el centro de la imagen), flanqueado por Camilo Cienfuegos y Huber Matos. La Revolución había triunfado. Desde entonces han pasado 55 años y de aquella fotografía solo queda con vida uno de sus protagonistas. Matos, muerto a raíz de una deficiencia cardíaca; Cienfuegos debido a una de esas “casualidades” que fueron pródigas durante el régimen castrista: murió en un accidente de aviación al estrellarse su avioneta cuando regresaba de apresar a Matos en la provincia de Camagüey. Fidel no tuvo las sutilezas de Stalin, quien mantenía un retocador que iba borrando de las fotografías oficiales a aquellos personajes que su jefe había decidido borrar del mapa. Arduo trabajo habrá tenido. Castro, por el contrario, ordenó que una estatua hiperrealista hecha en poliuretano describa a Cienfuegos en combate en Sierra Maestra y está en el Museo de la Revolución que ocupa el antiguo palacio de Batista.

Matos había nacido en el pueblo de Yara, en la provincia de Oriente, estudió magisterio y más tarde se doctoró en pedagogía en la Universidad de La Habana. Se dedicó a la docencia y militó en el Partido Ortodoxo, en el que también militaba Fidel, hasta que el golpe de Estado de Fulgencio Batista le obligó a buscar asilo en Costa Rica, en 1956. Al enterarse de la aventura vivida por Castro y su regreso a la isla a bordo de la lancha “Granma” para iniciar la lucha armada contra la dictadura, Matos voló en una avioneta que le llevó a Sierra Maestra donde se unió a los rebeldes. Logró ascender a “comandante”, el rango más alto al que se podía llegar dentro de aquel proceso, y el 1 de enero de 1959 ocupaba la ciudad de Santiago de Cuba. Diez días después acompañaría a Fidel, con Cienfuegos, en su entrada triunfal en La Habana.

La decepción no tardó en llegar. Al ver Matos que Castro iba entregando rápidamente el Gobierno a la Unión Soviética, resolvió apartarse del proceso dirigiéndole una carta: “No deseo convertirme en un obstáculo para la revolución y creo que, teniendo que escoger entre acomodarme a las circunstancias o hacerme a un lado para no causar ningún daño, lo más revolucionario para mí es irme”. De este modo renunciaba a su cargo de jefe del Ejército Rebelde en la provincia de Camagüey. Castro no le creyó y dijo que Matos preparaba una rebelión, traicionándolo. Le pidió a Cienfuegos que fuera a apresarlo y Matos se entregó sin ninguna resistencia. Castro, en silencio, daba así un doble golpe: apresaba a una figura importante que podría hacerle sombra (Matos) y la “casualidad” quiso que el otro, también importante, capaz de hacerle sombra (Cienfuegos) muriera en un accidente de aviación.

Matos fue juzgado por un tribunal militar. El propio Castro, en uno de esos discursos maratónicos que acostumbraba dar, habló durante seis horas para acusar a su antiguo camarada. Su hermano Raúl (actual presidente de Cuba) y el “Che” Guevara (también desaparecido por una “casualidad”) proponían que se le aplicara la pena de muerte, pero Fidel, temiendo que se convirtiera a Matos en un mártir, optó por la cárcel: 20 años, condena que cumplió sin indultos ni perdones. Cumplió todos esos años y, al salir en libertad, optó por el camino del exilio yéndose a vivir primero a Costa Rica y luego a Miami donde se convirtió en la voz de todos los exiliados cubanos, fundando allí el movimiento Cuba Independiente y Democrática.

El jueves a la noche, Castro sin embargo no habrá dormido tranquilo a pesar de saber que todos sus enemigos están muerto a causa de enfermedades, “accidentes” o simplemente el paredón. Le queda todavía uno que le va produciendo estragos de manera inmisericorde: su propia edad.

* El texto de Jesús Ruiz Nestosa ha sido publicado originamente en el diario ABC Color de Paraguay.

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