El mito de la escasez

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

¿Qué pasaría con las apocalípticas predicciones de guerra por el líquido vital si el agua del océano pudiese convertirse en potable? ¿Qué forma tomará el mapa geopolítico el día que Estados Unidos le venda petróleo, en lugar de importarlo, a Oriente Medio o Venezuela? ¿Qué pasaría con la industria farmacéutica si la biotecnología sustituyera los fármacos? ¿O con los sistemas arancelarios cuando en lugar de importar piezas se las imprima a partir de un código digital? El mundo se apresta a cruzar el umbral hacia una aceleración tecnológica que transformará profundamente el actual estado de cosas y los modelos de negocio, sociedad y estado que lo expresan.

La primera decodificación de la secuencia del genoma ocurrió en el 2003, a un costo de billones de dólares. Hoy ya es posible, por $99, hacerse la prueba del genoma. Conforme se entiendan las relaciones exactas entre determinadas dolencias y las alteraciones de código genético, una reprogramación de la secuencia alterada pondrá fin a enfermedades que hoy constituyen, en la mayoría de los casos, sentencias de muerte, tras una fortuna consumida en operaciones y fármacos. Aquí la barrera a superar es en parte científica, pero sobre todo la resistencia para abrir las fronteras de la biotecnología y sus aplicaciones.

Es cuestión de pocos años, según el Instituto Wake Forest de medicina regenerativa en Carolina del Norte, las impresoras 3D, empleando material biológico y a partir del segmento adecuado de código genético –de ahí la importancia de la preservación de las células madre-, podrán imprimir un riñón, una cornea o un tímpano, un miembro amputado. Las personas podrán recuperar la vista, el oído o superar una insuficiencia renal sin depender de un donante.

La nanotecnología se ha aplicado a la creación de cámaras de precisión alojadas en cápsulas microscópicas, cuyas imágenes revelan el estado de arterias, tractos intestinales u otros conductos. Estamos a puertas de que los  teléfonos digitales no solo sirvan para comunicarse o navegar por la autopista virtual, sino también para almacenar información genética, monitorear signos vitales y navegar por el cuerpo humano, diagnóstico incluido.

Por décadas se habló del agotamiento de los recursos; hoy nuevas tecnologías volverán autosuficientes a países importadores de petróleo y hace dos años salieron las primeras máquinas, del tamaño de una lavadora de ropa, capaces de hacer potables 1000 litros de agua de mar al día a $0,02 por litro.  La política se basa en la escasez –¿no promete toda ideología combatir la “pobreza”?- mientras la innovación comprueba la abundancia.

La inteligencia artificial ofrece robots capaces de desplazarse por aire y entregar en 30 minutos lo que hoy sofisticados sistemas de logística empleados por Amazon.com demoran 48 horas. En lugar de un motociclista, será un androide volador el que toque a la puerta para hacer la entrega de cualquier paquete. Como sucede con otras tecnologías, el gran desafío no está en el estado de la técnica, donde todo parece posible, sino en el cambio de leyes para abrir los cielos y en el cambio de paradigmas para abrir la mente a nuevas posibilidades.

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