La vida sin el Lunes Sexy

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

Los biempensantes y políticamente correctos miembros y miembras de la plural e incluyente Revolución Ciudadana le han dado otro varapalo a los medios de comunicación privados, sancionado esta vez al inefable Diario El Extra, por sexismo, aunque han olvidado escarbar un poco más profundo para observar cómo desde su propio núcleo se violenta sistemáticamente los derechos de las minorías o se estereotipa a la mujer.

Muchas personas que, como yo, crecimos con anuncios publicitarios de cervezas que mostraban a mujeres voluptuosas en terno de baño, en sendos carteles en las tiendas de barrio o los supermercados, o a mujeres de poca ropa queriendo vender cualquier producto en los spots televisivos, consideramos que era prudente un debate sobre cuál era el objetivo de la colocación del cuerpo femenino en la publicidad y sobre si, haciendo esto, se “cosificaba” a la mujer, tornando su cuerpo en un gancho publicitario que apelaba a los instintos masculinos de reproducción y, paralelamente, instando a la compra del producto de marras.

Esto es interesante porque en aquel contexto aparecieron criterios de que, aunque por un lado intentaran proteger a la mujer de los abusos del mercado, por otro daban por sentado que los hombres somos unos macacos que reaccionamos como compradores, como sementales, al menor estímulo de provocación o desnudez femenina. Es decir, si era preciso analizar el imaginario de la mujer de la publicidad y lo pernicioso de su objetivización, lo que se hacía de paso era también dar por sentado que  los hombres no iban a mostrar una postura crítica o al menos una mínima distancia ante las siluetas fotografiadas. Como si no pudiésemos hacer un ejercicio de análisis visual mínimo y nos dejáramos llevar por el simio reproductor. La solución era entonces vetar las imágenes; no crear discusión. Que el Estado prohibiera, censurara y acallara. Sexismo; solo que del otro lado.

En uno de los ensayos incluidos en su libro Consider the Lobster, David Foster Wallace criticaba la enorme hipocresía por parte del establishment gringo que ostenta el poder cuando trata de imponer un lenguaje neutro, políticamente correcto, sin el tamiz de la cultura que lo moldea y lo escribe, para colocar taras sociales como el racismo debajo de la alfombra y, así, fuera de discusión. Foster Wallace no lo vería, pero hace unos meses se imprimió Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, obviando la palabra “Negro”. Esto, desde luego, no obstaculizó de forma alguna para que Estados Unidos continuara siendo un país obstinadamente racista y en deuda con sus personas negras e indígenas. Lo que hizo, más bien, fue arrasar cualquier atisbo de contextualización de la palabra en su época, es decir, silenciar lo que alguna vez fue (y sigue siendo) injusto.

Ésta es una sutil manera de esconder los problemas de fondo, como si al no nombrar las cosas, los problemas vinculados a ellas instantáneamente desaparecieran. Si se trasladan estas consideraciones al problema entre aquella instancia represora a la que se da por llamar Superintendencia de la Información y Comunicación y los medios de comunicación privados en el país, probablemente alguien dirá que evitando decir “negro”, “potra” o “marica”, instantáneamente desapareciera el racismo, el sexismo y la homofobia.

Nada más elemental, facilón, curuchupa e hipócrita, pues. La homofobia está enraizada en el Ecuador por parte del propio Estado, que no permite que personas de cualquier sexo contraigan matrimonio. Por parte de su presidente, cuando hace burdas y ramplonas alusiones a la homosexualidad cuando quiere ser chistoso, cuando tilda de “barbaridades” las relaciones homosexuales. El racismo continúa y continuará viéndose en el país porque Correa y su proyectillo reproducen un esquema social y político, aunque sobre todo de conocimiento, colonial, blanqueador. Es más sencillo censurar la palabra negro que discutir una verdadera reforma agraria, incorporar conocimientos de los pueblos afroecuatorianos,  o  preguntarnos por qué también en este gobierno las personas negras son invisibilizadas al no convertirlas en interlocutores, al “darles hablando”, a pensar por ellos. El sexismo hallará su espacio aunque el famoso Lunes Sexy deba dejar de circular;  el presidente, cabeza del Estado, no duda en rebatir una idea aludiendo al físico de una mujer, diciendo que es una “gordita horrorosa”. El Estado penaliza a la mujer obligándola a tener un hijo fruto de una violación.

Mientras tanto, como son muy vanguardistas y defensores de la pluralidad, hacen que la censura suprima las palabras, pero no lo que está atrás de ellas, el universo social que las genera. En realidad, tampoco es que les interesa. Están cómodos, tienen poder y además, ahora, sus conciencias limpias.

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