Tumbas vacías

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

La lectura del Evangelio de Juan (20, 1-9) con la que culminó la celebración de la Pascua es particularmente rica en reflexiones e implicancias para el mundo de hoy. Juan cuenta que habiendo ya amanecido pero siendo aún obscuro –parecería una contradicción a primera vista pero lo cierto es que el amanecer no siempre es garantía de claridad…–. María Magdalena corrió a visitar la tumba de Jesús. Grande fue su sorpresa, sin embargo, al encontrar que la losa de piedra que taponaba su tumba había sido removida. Ella corrió entonces a avisarles a Simón Pedro y el “otro discípulo a quien tanto amaba Jesús”. Juan dice que a pesar de que ambos salieron juntos uno de ellos, Simón Pedro, llegó primero y, en efecto, vio las vendas con las que habían cubierto el cuerpo de Jesús echadas en el suelo. Pero fue el segundo en llegar, el que entró en la tumba y comprobó que estaba vacía, y observó que el sudario con el que le habían envuelto la cabeza de Jesús no estaba echado por el suelo sino que estaba doblado en una esquina aparte. Y fue en ese momento que creyó, pues, no había entendido hasta entonces las Escrituras en lo relativo a la resurrección.

En la tradición judía, cuando alguien se retira de una mesa donde ha estado comiendo y deja la servilleta doblada es símbolo de que su ausencia es momentánea nomás, y que está resuelto a regresar. Pero si la servilleta es dejada arrugada y desarreglada, el mensaje es que ya no piensa regresar más. Es por ello que el otro discípulo al ver que el sudario estaba ordenadamente doblado, entendió que Jesús iba a regresar, que aún le quedaban cosas por hacer.

Debió ser una escena escalofriante, sin duda. Encontrarse en esa madrugada que la piedra que tapaba la tumba había sido removida de su sitio, y luego observar que dentro de ella nada había, es decir, que el cuerpo muerto que había sido puesto allí ya no estaba.

Las tumbas dicen muchas cosas de nosotros, pero ciertamente ellas guardan el testimonio de nuestra peor derrota como humanos, la muerte. Y todo lo que a la muerte se asemeja de alguna forma. El dolor, el miedo, el odio, las enfermedades, forman parte de esa tumba. Y, sin embargo, el Evangelio nos sugiere que las piedras que cubren esas tumbas deberían ser removidas, que las tumbas deberían vaciarse, y los sudarios quedar bien doblados en señal que volveremos, que no nos iremos definitivamente, que la vida aún reclama de nuestras manos e inteligencia para vencer la muerte, el miedo, la desesperación, y la injusticia.

Si solo los hombres fueran capaces de remover la piedra con las que están cubiertas sus tumbas, y si tuviesen el valor de expulsar lo de muerto que hay allí dentro, sus tumbas quedarían vacías y limpias, como vacía María Magdalena encontró la tumba de Jesús, y entonces serían hombres libres. Y quienes prefieran mantener sus tumbas tapadas con piedras, de ellas quedarán esclavos.

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* El texto de Hernán Pérez Loose ha sido publicado originalmente en el diario El Universo-

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