La lucha por la información

Víctor Cabezas

Víctor Cabezas
Quito, Ecuador

La información es un bien fundamental dentro de una sociedad democrática. A diario argumentamos y socializamos con base en un bagaje de datos, impresiones, discursos y conceptos que recabamos luego de la lectura, escucha o visualización de un determinado medio de comunicación. Pero nuestra lógica de adquisición de la información está viciada. En nuestro sistema, el ejercicio para estar informados se perfila como una actividad pasiva, de observar, escuchar y aceptar. Lea el periódico, vea la televisión y, tan simple y sencillamente, estará informado. La pura dinámica del intercambio mercantil. Igual que cuando vamos al mercado; tenga la plata, lleve la cebolla, tenga los dólares deme la libra de papa; mire la tele, lleve la información.

Pero el proceso de provisión de la información, por algunas razones, es mucho más complejo que la lógica de compraventa del mercado. Sin duda alguna los medios de comunicación –privados y públicos- cumplen un papel esencial como gestores profesionales de aquellas herramientas que el ciudadano usará para diagramar su opinión y percepción de la realidad. Sin embargo, también es cierto que de la forma como se presentan los datos, las impresiones políticas y los discursos sociales, depende algo tan simple como aterrador: Nuestra visión de la realidad.

De las decisiones del Jefe de Redacción de un medio de comunicación derivan nuestros argumentos y perspectivas sobre las problemáticas políticas, sociales y culturales vigentes. El problema se agrava porque ni los periodistas ni los dueños de los medios de comunicación –como ninguno de nosotros- son ángeles caídos del cielo e inmaculados de preferencias y pretensiones concretas. Por coherencia y honestidad ideológica necesitamos superar aquella vieja y vacía aporía del debe ser objetivos e imparciales, superar ese discurso de hipocresía y aparecer claros y diáfanos con nuestras ideas políticas.

Sean los medios privados o estatales, cada uno lleva su propia línea editorial, decide aquello que será noticioso, delimita la opinión pública, genera mayor o menor controversia, propone un ángulo para observar la realidad. Ante este escenario son pocas las alternativas que un ciudadano verdaderamente comprometido con la construcción de una sociedad democrática puede asumir. Por un lado, podemos creer, sin más, lo que se esgrime en un medio de comunicación. Podemos decidir ver las noticias y entender ese ejercicio como ir al mercado y comprar la libra de arroz, podemos ver a la información como un producto mercantil más. Por otro lado, podemos tomar una decisión, por decir lo menos, tediosa, forzosa y, hasta cierto punto, imposible: luchar , a mano propia, por la información.

En el Ecuador de hoy, como en ningún otro momento de la historia, el panorama se traza muy despejado. Es imposible pretender estar informado sin dedicarle tiempo y sin tener una metodología dentro de nuestro cronograma matinal para tales fines. La alternativa democrática para el ciudadano en sociedades donde se ha mercantilizado la opinión pública y capitalizado el “interés común”, es entender que la comprensión de la realidad no es gratuita, no es endosable a un tercero, por más que este sea un medio de comunicación libre e independiente.

Es un deber ético del ciudadano él dedicar tiempo a la información, saber que estar informado requiere de un momento determinado del día, como ese que usamos para trabajar, estudiar, comer o distraernos. Un tiempo dedicado a discernir fuentes, contrastar opiniones, investigar aquello que interese, estudiar los hechos, valorarlos. Solo así -entendiendo a la información como un ejercicio democrático que demanda tiempo y dedicación- podremos dibujar aquello que, desde nuestra visión, sea de interés público, noticioso o relevante.

Estar informados es un reto y una tarea abrumadora, y es que ¿Por qué debería ser fácil estarlo? ¿Por qué relegar esa carga tan gravosa a los medios de comunicación? Es cierto, bajo la tesis que presentamos, la tarea que se le carga al individuo común se torna, por decir lo menos, imposible. Son muchas las ocupaciones como para entretener un espacio del día para estudiar la información, comparar noticias, discernir y criticar desde la esfera personal a los editorialistas, analizar con minucia lo que se nos presenta como noticioso.

En un país donde la información está tan polarizada y marginada, donde los gestores de la opinión pública –con todo derecho y legitimidad- responden a intereses comerciales y políticos bien definidos, el verdadero ejercicio democrático del individuo como dimensión máxima de participación ciudadana es la lucha por la información.

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