La desaparición del rey mono/Prometeo/Frankenstein/este 24 de mayo

Álvaro Alemán

Álvaro Alemán
Quito, Ecuador

El patriótico fin de semana pasado, una compañía de teatro china llegó a Quito a presentar su espectáculo de danza, El rey mono, una de las cuatro novelas clásicas de China, el equivalente cultural, en la tradición hispanoamericana, al Quijote. La obra narra el viaje hacia el oeste de un monje en busca de iluminación espiritual, junto con las tribulaciones que encuentra en el camino. El texto, que data del siglo XVI y que para algunos narra el encuentro y la asimilación de la cultura tradicional china con el budismo, constituye un relato de extensas y variadas ramificaciones e influencias, algunas de ellas se extienden al ámbito de la cultura electrónica y popular global reciente, un ejemplo es la querida serie televisiva japonesa Dragonball , que adapta los elementos fantásticos de la leyenda a un contexto de ciencia ficción y melodrama.

Al margen de estas consideraciones está la inexplicable y curiosa supresión del espectáculo en la Casa de la Cultura Ecuatoriana durante las dos fechas planificadas para su presentación. Digo curiosa por la presencia de tropas militares, alegatos de reparaciones al teatro mismo sobre la fecha y el fantasma del endeudamiento del Ecuador con la China.

La compañía de artes escénicas Shen Yun, fundada en el 2006 por parte de Falun Gong (también conocidos como Falun Dafa) en New York, ha crecido geométricamente en los últimos años, lo que empezó como una tropa de actores hoy consiste de 4 compañías distintas que viajan por los cinco continentes. Por otro lado, Shen Yun es liderado por practicantes de Falung Gong, un grupo religioso que ha sido proscrito en China desde 1999 por parte del partido comunista de ese país, que ve en esa organización una amenaza a su seguridad ideológica e interna.

De lo que entendemos—digo entendemos porque ya no podremos ver la representación–, el espectáculo consiste de la re creación de fábulas y leyendas antiguas por medio de coreografías complejas. Según LA Weekly, aunque las obras cambian periódicamente, siempre presentan el elemento distintivo de escenas de persecución; aparentemente, en algunas de ellas, las fuerzas represivas visten los colores y la insignia del partido comunista. Aparentemente también, narradores de la obra aseveran que las personas en China hoy pueden ser arrestadas y hasta asesinadas por meditar (un aserto infundado por cierto).

El sitio web del consulado de China en Chicago ofrece la siguiente confirmación de la guerra ideológica y la sensibilidad política que despierta la compañía:

A nombre de promover “cultura tradicional” la compañía Shen Yun presenta estos espectáculos en busca de algo más que engañar a las audiencias. Al publicitar la “persecución”,  Falun Gong, busca convertir el espectáculo en una plataforma importante para que la organización Falun Gong pueda publicitar sus teorías de culto y para promocionar las ideas heréticas de Li Hongzhi a nombre de promocionar la “cultura divina” y así apelar a audiencias chinas y extranjeras de buena fe que desconocen la verdad y así alcanzar su maligno propósito de controlar sus mentes.”

¿“Maligno propósito”? ¿”Control mental”? Los términos parecen extraídos de un manual de combate ideológico emitido durante la guerra fría. Lamentablemente, tanto el contenido como el significado de la obra eludirán tal vez para siempre, los ojos y oídos de los ecuatorianos. Porque ciertamente la posibilidad de censura a esta escala, de la supresión de una obra, dictaminada por un gobierno extranjero poderoso, precisamente el 24 de mayo, la fecha de independencia, no puede ocurrir. No puede ocurrir porque nuestro sistema de leyes prohíbe la censura previa, porque es un hecho que las audiencias ecuatorianas pueden decidir por sí solas sobre los contenidos que se les presentan, aun si estos fuesen calificados como “propaganda”  por terceros, aun si estos terceros fuesen mal intencionados, porque las audiencias tienen derecho a decidir por sí mismas, porque las audiencias son deliberantes.

Es curioso también que ante la ausencia de información definitiva—lo poco que sabemos, por ejemplo de un comunicado del departamento de estado de los EEUU que cita reportes de organizaciones no gubernamentales en que personeros del partido comunista chino han presionado a gobiernos de Asia y de Europa para que cancelen o retrasen presentaciones de Shen Yun—no tengamos más recursos que la imaginación, la razón y la información parcial  para pensar la realidad circundante. Estos son los elementos que acompañan al propio Sun Wukong, el rey mono. La última parte de su nombre se traduce como “alerta ante la vacuidad”, precisamente la circunstancia que hoy enfrentamos, un vacío de información. El rey mono es una figura subversiva en las leyendas, como muchos héroes culturales su valor radica en su capacidad de irritar al poder; de hecho, es el propio cielo quien lo castiga luego de burlarse de su falsa pompa y circunstancia. En esto, Wukong se parece al también legendario Prometeo, el titán que roba el fuego de los dioses para llevarlo a los mortales y, como resultado, es condenado, una vez encadenado a una montaña, a que un gigantesco buitre coma su hígado por toda la eternidad.

Prometeo es el nombre de un programa que el régimen en funciones elige para traer académicos extranjeros al Ecuador en un esfuerzo por elevar el nivel de la universidad ecuatoriana. Y es curioso observar, a diferencia del relato, tanto lo ilesos que resultan los titanes contemplativos extranjeros como lo silenciosos que se presentan ante el mandato reformatorio del sistema en que se alojan. Porque robar el fuego, transformado en conocimiento desde la interpretación romántica del mito, tiene implicaciones, hasta consecuencias. La llegada de los prometeos debería haber gestado un saludable efecto crítico ante un sistema vetusto y desahuciado, debería haber iniciado un proceso de debate, reflexión y producción intelectual destinado a modificar profundamente las circunstancias, empezando por la necesidad de que la universidad produzca, ante todas las cosas, sujetos críticos, autónomos y deliberantes. El resultado debió ser así un tortuoso proceso de autocrítica y de reflexión destinado a revolucionar los métodos y protocolos de un aprendizaje automático y desmarcado de la necesidad del compromiso, la ética y la transformación. En lugar del sufrimiento de Prometeo tenemos el silencio de Zeus;  en lugar del atrevimiento de cuestionar el poder tenemos la acumulación de informes.

La escritora británica Mary Shelley, hija de una de las primeras sufragistas, Mary Wollstonecraft, escribe poco después de la Revolución Francesa, una de las novelas más influyentes de la modernidad. Frankenstein, subtitulada, Prometeo desencadenado; en ella, un hombre obsesionado por el renombre y el reconocimiento externo produce un hombre artificial, al que logra infundirle vida. Lo patético del relato consiste en la repugnancia que este cadáver reanimado produce en su propio creador: ni sujeto obediente ni cuerpo disciplinado, el monstruo/la criatura (que nunca recibe un nombre) sufre la inclemencia de los elementos y el desprecio de las personas. El crítico italiano Franco Moretti, en su ensayo “La dialéctica del miedo”, señala al monstruo de Frankenstein como avatar de una nueva fuerza histórica desencadenada por la revolución: el pueblo. Al igual que éste, está compuesto por partes disímiles y heterogéneas, provenientes de distintos lugares, al igual que éste, posee una fuerza descomunal e inspira, entre las clases dirigentes, tanto compasión como terror. La criatura de Víctor Frankenstein, adicionalmente y pese a su transformación cinematográfica más pobre, es un ser poseído de una enorme elocuencia. El monstruo, en el ecuador de la novela, relata su historia con un pathos y una capacidad narrativa telúrica, en contraste, Víctor presencia, en mudo testimonio, ese despliegue retórico indetenible, esa proclama de autonomía.

Se parecen: el silencio que sigue la no presentación del Rey Mono, el de los prometeos, el de Frankestein, el silencio respetuoso de los actos protocolarios del 24 de mayo. Son distintos a ese silencio: el asalto al cielo de Wukong, en plena nube; el tortuoso llanto de Prometeo, el discurso patético del monstruo, los disparos de cañones en el Pichincha.

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