La revolución rugbyana

Rhys Davies
Quito, Ecuador

Uno de los recuerdos más desagradables de mi niñez fue alrededor de los 10 años de edad. Mi papá me despertaba muy temprano todos los domingos, en pleno invierno glacial inglés, para llevarme a la cancha congelada de rugby de mi ciudad natal.  El evento dominical: mi equipo se enfrentaba al equipo del pueblo aledaño. Llevando la vista a los gigantes tres palos blancos que se elevan sobre muchos pueblos ingleses, y envidiando a los papás, todos abrigados al borde de la cancha con sus gorros de lana y termos de café caliente, me preparaba mentalmente a someterme a los brutales tacles de rugby, en un campo que, en lugar de césped, parecía de hormigón. Sin duda habían mejores maneras para pasar el domingo.

Esta experiencia temprana con el rugby seguramente fue suficiente para matar mi afición por este deporte y hacerme jurarle lealtad al fútbol para siempre. Imaginarán, entonces, mi sorpresa cuando, hace tres semanas, viendo casualmente el Mundial de Rugby en la televisión, me di cuenta de que esta afición, como el Cotopaxi, yacía dormida y de repente había vuelto a despertar. Ahora, a dos décadas y más de los tacles devastadores de mis frías mañanas inglesas, puedo afirmar, con un cambio repentino de opinión, de que rugby es un deporte sublime, un gran espectáculo, que, paradójicamente por tan brusco que sea, puede enseñarnos a todos importantes lecciones sobre el respeto, la caballerosidad y la transparencia.

El rugby, que nació en 1823, toma su nombre de la ciudad de Rugby en el medio oeste de Inglaterra. Durante un partido de futbol en las canchas de la famosa escuela aristócrata de Rugby, el alumno William Webb Ellis decidió que iba a hacer caso omiso a las reglas establecidas del balónpie, cojer la pelota entre sus manos y correr. Según esta historia, seguramente algo embellecida, ese fue el dia en que el fútbol y el rugby se despidieron y tomaron caminos distintos.

El rugby es un deporte que tiene la combinación perfecta entre elegancia, agresión e inteligencia. Ver a treinta hombres gigantes correr y, a todo tren, chocarse en un intento de marcar un “try” con la pelota ovalada es una de las particularidades del rugby. El deporte también tiene muchas excentricidades que han logrado fascinarme en estas semanas: los ojos morados, las mandibulas abultadas con sus protectores bucales, el “scrum” de los jugadores, muchos con sus orejas deformadas por los constantes golpes (una medalla de honor para ellos); la afición apasionada, calurosa, pero, sobre todo, cordial, y el Haka, una danza de guerra Maori, llevado a cabo por la selección nueva zelandesa antes de cada partido para intimidar al rival. Todos estos aspectos, y más, hacen de rugby un deporte único que brinda unas grandes emociones.

Además del gran espectáculo, lo que me ha llamado la atención es el nivel de respeto y caballerosidad entre jugadores e hinchas adversarios, e inclusive hacia los arbitros.  Desde lejos, parece un deporte violento pero, como dice el refrán, “el rugby es un deporte de hooligans jugado por caballeros y el fútbol es un deporte de caballeros jugado por hooligans”. Y, a pesar de ser un futbolero empedernido, estoy empezando a pensar así.

En el rugby el espíritu deportivo y el respeto mutuo son los valores máximos a los que todo jugador aspira desde temprana edad. Las tradiciones de estima y caballerosidad son inculcadas  y esa cultura de respeto es notoriamente parte intrínseca del deporte. Al final de cada partido, los jugadores toman la victoria con humildad y la derrota con gran solemnidad. Durante el partido, el juego sucio y la viveza son mal vistos: tratar de simular una lesión o una falta sería el colmo de la deshonestidad y el engaño y, es por ello que, esta clase de comportamientos no se ven nunca. Por otro lado, la autoridad del árbitro es respetada y nadie cae en el insulto fácil o la descalificación—también en el graderío se respeta este pacto de caballeros. Todas las decisiones del árbitro, además, se llevan a cabo con la máxima transparencia, transmitidas incluso al público televisivo por los micrófonos de sus camisetas.

Realmente da gusto ver el nivel de respeto mutuo en el rugby, después de años viendo todo lo contrario en el mundo futbolístico, no me deja de asombrar. Quizás también esa ha sido mi reacción porque me encantaría que estos valores, inherentes a este deporte, estén más presentes en el día a día de la convivencia social. En estos tiempos oscuros, nos haría bien un poco más de respeto, caballerosidad y transparencia. En fin, un poco más de rugby. Por eso voy a seguir viendo gustoso el Mundial, pero desde el confort de mi casa, claro. No tengo ninguna intención de volver a las canchas congeladas de mi niñez.

@rhysjd84

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