Las teorías conspiratorias del lenguaje

En ella, se nos lleva al momento más complejo de la vida del director ruso Sergei Eisenstein durante la filmación de su película inacabada ¡Qué viva México! (1932). Si deseas saber algo más sobre la historia del cine en una hora y media, no la veas.

Greenaway ha sostenido en los últimos años que el cine ha muerto: “El cine está muriendo. En sus ciento veinte años se ha desarrollado muy poco”. El director asegura que no tenemos educación visual, que no estamos educados para comprender y leer imágenes. Podríamos entender que rompe con un tópico muy extendido con el que casi todo el mundo parece estar de acuerdo: la muerte de la escritura en una civilización extremadamente visual, la idea de que vivimos en una era de imágenes. Varios pensadores contemporáneos (Flusser, Kamper) defienden que ya no habitamos en el lenguaje, sino en un mundo hecho de imágenes; lo que Régis Debray, en sintonía con los estudios de la Semiótica, ha denominado la videosfera. Habitamos en el centro de un bombardeo de imágenes.

Sin embargo, creo que Greenaway no contradice este planteamiento, sino que lo lleva un paso más allá. El problema no está en la diferencia entre texto e imagen, en un combate entre ambos, sino en el lenguaje (del cual ambos forman parte). No nos asustemos, texto e imagen son lo mismo, palabras, poemas, logos, fotos, todos signos con sus significantes. El británico dice que la razón por la que no se ha hecho buen cine a partir de las novelas de García Márquez es que no hay buenos lectores, no entienden qué sucede en la novela. Tenemos una visión narrativa de los textos y estamos siempre bajo su mirada, nos limitamos a la imitación de un suceso y al entorno en el que se circunscribe la acción. No sabemos leer/observar/contemplar/mirar/ advertir/dialogar/acechar/vigilar una imagen que se encuentra en asociación con otras. Como lectores, estamos anclados al mero hecho narrativo. Entendemos el lenguaje únicamente como una herramienta comunicativa, un uso donde la palabra (el signo, la imágen), una vez alcanza nuestro conocimiento, es desechada por un mensaje que pasa a ocupar su lugar.

En esta sustitución del signo por el mensaje, entra en batalla Greenaway. Es cierto que se pone estupendo (y hace que yo me ponga estupendo), pero ésta visión generalizada del lenguaje cinematográfico como método comunicacional es la que le hace declarar su muerte.

En Eisenstein in Guanajuato no encontraremos, pues, una narración consecutiva en base a los hechos. No se puede esperar una narración historiográfica de éste período en la vida del director ruso, sino un diálogo de imágenes que nos invitan a reflexionar sobre la creación artística, el erotismo, la sexualidad, la política, la muerte y lo que usted buenamente quiera ver en ella. Greenaway no llega a la asociación libre de imágenes de las vanguardias y el surrealismo, sino que logra -creo- un balance entre narrativa, humor y experimentación artística. Cuando las imágenes llegan al espectador, se quedan allí, no son reemplazadas por el mensaje, no son aplastadas por una lógica cartesiana, persisten en una lucha con nuestros sentimientos y pensamientos. No nos abandonan, eso que tanto gusta en las canciones.

Esto es algo que en el cine cada día se hace menos (o no, quizás Hollywood me engaña), en especial en el género biográfico donde el espectador suele acudir con la esperanza de encontrar una narración sobre la vida de un genio y obtener un tema de conversación para dejar caer nombres durante alguna cena. Por ello, ésta película me recuerda a Mr. Turner (2014) de Mike Leigh. Desde un estilo totalmente distinto al de Greenaway, Leigh se remite a mostrarnos a Turner pintando: Poco logramos sacar de su vida, de lo que le sucedió. Se nos exponen los hechos de una manera misteriosa, entre sombras. El director nos interna en el proceso íntimo creativo de un personaje que nos invita a reflexionar sobre el ser humano. Son películas que requieren la participación activa del espectador, son textos que no nos toman como personas que quieren consumir algo, sentarse a digerir información. Es un cine que nos llama a dialogar, que nos violenta, que nos empuja al cuadrilátero para batirnos con él sin conformarse con contarnos algo. Es un cine que nos invita a despertar, a dudar, a sentirnos inseguros.

Greenaway nos lleva a una relación donde mensaje e imagen son enteramente orgánicos. El problema es la comprensión lingüística de ésta relación. No vivimos en una era que esté enteramente sometida al texto (según se podría interpretar de sus palabra) ni vivimos en un civilización de lo visual (según podríamos entender en torno a las teorías que rodean a la Sociedad del Espectáculo), sino vivimos en un sociedad donde al sistema cultural no le interesa que sepamos leer una imagen: Por leer no quiero decir la comprensión de esta sucesión de símbolos negros, sino una actitud activa durante el acto de contemplación; por imágen, no quiero decir “¿Qué es poesía?… ¡Poesía eres tú!” ni una niña vietnamita corriendo después de un bombardeo de napalm, sino el acto mágico de tender puentes entre mundos.

No me he preocupado por leer las críticas a la película, pero supongo que se le acusará de artificial y poco realista, puntos fundamentales en el manual para realizar una biografía. En la entrevista al director que he remitido más arriba del Diario el Clarín, no es gratuita la referencia a Monet cuando se le pregunta sobre cómo educar visualmente al ser humano. Greenaway entiende que el cine es arte y por ello no tiene por qué ser realista, pues la realidad está allí afuera sostenida por esa parte comunicativa del lenguaje, por la ciencia, por la historia. Entonces, ¿por qué debe el arte someterse también a éstas reglas de juego?, ¿por qué se somete el arte a éstas reglas?

Creo que Greenaway entiende todo esto. Si el realismo fuera necesario para el artista, hoy no guardaríamos tanta admiración hacia Van Gogh, Borges, Mihura… En Eisenstein in Guanajuato vemos que, incluso cuando queremos narrar la vida de alguien, estamos jugando con el lenguaje y éste no puede representar al mundo, como mucho, puede utilizar todo su potencial para igualar la capacidad creadora del mundo. Aunque, seguramente, todo esto sea sólo las terquedades y frustraciones de alguien que dedica su tiempo al lenguaje cuando podría estar jugando con algo realmente universal como la música o las matemáticas.

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