La memoria de Héctor Abad Faciolince

De hecho, he llegado a pensar que el gran tema de todo libro –es decir, de la literatura– es la memoria, en cuanto es el rastro que deja tras de sí el paso del tiempo.

Llegó a mis manos un desgarrador y luminoso libro que pertenece a esa familia de mis obsesiones. Se trata de ‘El olvido que seremos’ (Planeta, 2006) de Héctor Abad Faciolince, un vibrante reportaje novelado que el escritor colombiano hace de su relación con su padre y del crimen atroz que lo dejó sin él.

Abad Faciolince cuenta, en esas conmovedoras páginas, que el ser que más ha querido en su vida fue su progenitor, el Dr. Héctor Abad Gómez, un heroico y valiente defensor de Derechos Humanos que pagó con su vida el precio de sus denuncias contra el baño de sangre que destrozó a Medellín en algunos de los más abominables días de la violencia en Colombia. Lo mataron por denunciar otras muertes brutales así como torturas y desapariciones, también por pensar en una sociedad de fanatismos extremos y por sus opiniones políticas.

No es mi intención realizar una reseña del libro. Quienes deseen saber más sobre esta historia están invitados a leer ‘El olvido que seremos’ con la promesa de que se trata una de las más nítidas demostraciones de que es la palabra, como proceso creador, el más poderoso acto de justicia y de belleza que el género humano ha podido concebir. Al fin y al cabo, la única venganza, el único recuerdo y la única posibilidad de olvido y de perdón –como piensa el autor– es contar lo que pasó. Y no es un libro escrito con odio. Este un libro que nos permite ver más claro el mundo y que generosamente nos limpia la mente y la capacidad de sentir, con la fuerza que sólo la verdad, es decir el amor, es capaz de impulsar.

Por mi parte, prefiero hablar de lo que el libro ha significado para mí por las preguntas que me ha formulado. Luego de que la mañana del 24 de agosto de 1987 apareciera su nombre en la lista negra de los que iban a ser asesinados por los paramilitares, el Dr. Abad Gómez transcribió en el mismo papel en el que constaban los condenados a muerte, el poema “Epitafio” de Jorge Luis Borges y que, en sus primeros versos, proclama: “Ya somos el olvido que seremos/ el polvo elemental que nos ignora/ y que fue el rojo Adán y que es ahora/ todos los hombres y que no veremos.”

¿Qué incitó al Dr. Abad Gómez a aferrarse, en esas últimas horas, a la idea del olvido? ¿A la palabra? ¿Al poema? Pienso que el texto de Borges, en sus dos párrafos finales, nos da algunas luces al respecto: “No soy el insensato que se aferra/ al mágico sonido de su nombre;/ pienso con esperanza en aquel hombre/ que no sabrá que fui sobre la tierra./ Bajo el indiferente azul del cielo/ esta meditación es mi consuelo”.

Al saber que iba a morir, el Dr. Abad Gómez –un hombre bueno, que tuvo una vida limpia y de total entrega a los demás– se decantó por el olvido, en ese instante crucial en que el tiempo se le había acabado. Su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, por el contrario ha preferido la memoria, por eso en el libro sobre su padre se refiere al poder evocador de las palabras: “Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito.”

Inevitablemente, cada una de nuestras vidas es una crisis existencial. Ninguno de nosotros pedimos nacer. Sin embargo, aquí estamos y, por el momento, somos. A lo largos de nuestras vidas suceden cosas maravillosamente felices y otras terriblemente dolorosas. Cada uno de estos sucesos nos marcan. Conforme pasa el tiempo, a veces temprano o a veces tarde, vamos perdiendo a los seres amados hasta que llegado el momento nosotros también morimos.

Algún día, morirá también el último hombre de nuestra especie y con él el recuerdo de lo que fue la genialidad de los humanos: la ciencia, el arte, los cálculos y diseños que lograron levantar las joyas arquitectónicas que embellecieron los paisajes del mundo, la medicina y el derecho. Morirán las palabras, que todo lo crearon. También se borrará el registro de lo que fue nuestra historia de horror y crueldad, cuando los humanos nos propusimos hacernos daño los unos a los otros a lo largo de los siglos.

Y entonces, cuando no existan más seres humanos sobre la Tierra ni en el universo, habrá muerto también la literatura y la memoria que ella ha consagrado a lo largo del tiempo. Y todos seremos el olvido, al igual que el Dr. Héctor Abad Gómez y que el mismo Jorge Luis Borges.

Quizá la escritura parte de ese supuesto. De la certeza de que todas las palabras que usamos son desesperados intentos de resistir al inevitable olvido. El escritor Héctor Abad Faciolince ha definido a su libro como carta a una sombra, ya que él dedicó su escritura a una persona que ya no lo puede leer, al padre muerto que ya no lo leerá. Yo pienso que todo lo que escribimos así, con el arder incontenible de lo que no tiene remedio, constituye en realidad una carta desesperada.

¿Para quién es mi escritura? ¿Para mi padre? ¿Para mis abuelos? ¿Para mi tío Alex? ¿Para mis amigos? ¿O, para las mujeres que amé? Quizá sí, en parte es para todos ellos. Pero es indudable que mi escritura tiene un destinatario principal y ese soy yo. Y es indudable que Héctor Abad Faciolince también escribe, esencialmente, para él. Ha sido voluntaria y libre su decisión de recordar.

Por eso escribo estas palabras, a partir de su libro, como respuesta a una necesidad auténtica. Y quizá así concibo yo el olvido: como la confluencia de todas las memorias. Es decir, en realidad he escrito este artículo para hacer mía la memoria de Héctor Abad Faciolince, como las de otras personas que me han marcado, para que su evocación dure un poco más. Para que su esfuerzo no sea en vano y las palabras sigan siendo ese refugio permanente al cual, mientras existamos los humanos, podremos acudir despojados del miedo y de todo lo que nos hace daño.

Héctor Abad Faciolince piensa que “la memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos”. Tiene razón. Agregaré, de todos modos, que su libro ha sido esencial para mí. Y es que todo libro sobre la memoria o sobre la lucha por la memoria es un libro que sabe que la suya es una batalla perdida porque al final de los días –y siempre habrá un final de los días– lo que triunfa es el olvido, pero es esa lucha, heroica, por extender un poco el alcance o la vida de la memoria lo que hace que recordar sea un acto de justicia y vivir un acto de libertad.

Más relacionadas