Recordando a Fujimori

Yo era reportero de la revista Vistazo cuando su padre, Alberto Fujimori había ganado las elecciones presidenciales, y me habían encomendado la tarea de entrevistarlo: era el primer presidente del Perú que visitaría Quito desde la Independencia. Ya no recuerdo si la vi en el lobby del hotel Cartagena Hilton, donde su padre me había citado sin que llegara a concederme la entrevista, o semanas después, en la habitación del Oro Verde en Quito, donde finalmente se concretó. Y confieso que no le puse atención, quizás porque entonces no imaginé que esa niñita podía llegar en algún momento a estar a punto de suceder a su padre en la presidencia del Perú como ha sucedido esta tarde.

Aunque ya casi nadie lo recuerda, Fujimori ganó la presidencia aupado por la izquierda, que se propuso, a toda costa, impedir el triunfo del escritor Mario Vargas Llosa, uno de los primeros intelectuales de América Latina que había criticado la Revolución Cubana, y a que mediados de los ochenta se había convertido en el campeón de las ideas de libertad y de mercado. A bordo de un tractor, el desconocido Fujimori había prometido hacer todo lo contrario de lo que Vargas Llosa planteaba como solución a la fabulosa crisis en que había sumido al Perú el socialismo de Alan García. Pero no tardó una semana en el poder para aplicar exactamente la misma receta que había fustigado.

El shock de Fujimori rescató de la recesión a un Perú que parecía agonizar entre la crisis provocada por el desgobierno socialista y los embates del terrorismo de Sendero Luminoso. Por las noches, no era extraño que extensos sectores de Lima quedaran a oscuras mientras una inmensa fogata con la figura de la hoz y el martillo ardía en las montañas circundantes. Una madrugada de 1992 un coche bomba explotó en la calle Tarata, en pleno Miraflores, matando a 25 personas e hiriendo a 200. A diferencia de la Europa de hoy, que responde a los atentados terroristas con investigación policial y la ley en la mano, Fujimori atacó a la vieja usanza de América Latina a fines del siglo pasado.

Un viernes por la noche, un comando militar del Grupo COLINA, atacó una fiesta en un lugar llamado Barrios Altos, donde se presumía que se escondían guerrilleros de Sendero Luminoso. Los agentes asesinaron a quince personas, incluyendo un niño de ocho años. Ninguno de los muertos era guerrillero. Otro viernes por la noche, el presidente Fujimori fue recibido con insultos, e incluso pedradas, por los izquierdistas estudiantes de la Universidad de la Cantuta. Horas después, otro comando del grupo COLINA ingresó al campus capturando, y desapareciendo, a un profesor y nueve estudiantes. Un año después, sus cadáveres aparecieron enterrados y con un tiro en la nuca.

Ni la mujer de Fujimori, Susana Higuchi, madre de Keiko, se salvó de la violencia, según relató ella misma, años después, ante una Comisión Investigadora del Congreso de la República. Según su testimonio, varios hombres la capturaron en la residencia oficial del Pentagonito, donde vivía con su marido y sus hijos, después que ella denunciara a la prensa que sus cuñados estaban vendiendo la ropa donada para los pobres por el gobierno del Japón, y la llevaron por la fuerza hasta el sótano, donde fue torturada con electroshocks.

Hoy he visto por internet a Susana Higuchi, fría como un robot, junto a Keiko, que demostraba a los periodistas sus habilidades en la cocina. La he recordado joven, con un vestido naranja, en una habitación del Hotel Oro Verde, donde una vez entrevisté a su marido, actualmente preso, condenado a 25 años de prisión por responsabilidad en crímenes de lesa humanidad, cometidos en complicidad con su entonces hombre fuerte, Vladimiro Montesinos, preso también por sus vínculos con el narcotráfico. Y he pensado en Giambattista Vico y la teoría del corsi e ricorsi que postula en su “Ciencia Nueva: en torno a la naturaleza común de las naciones”, y que no se trata de un eterno retorno de las cosas, como luego propuso Nietzche, sino un movimiento de avances y retrocesos, un volver a una situación que se creía superada, pero vista ahora desde una nueva perspectiva.

¿Estamos ante el retorno del fujimorismo? ¿Vive América Latina un retroceso? No hay que olvidar que el modelo que ahora creemos patentado por Hugo Chávez, de llamar a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva carta fundamental que permita concentrar todos los poderes y reelegirse para siempre, fue en realidad ejecutado primero por Fujimori. Y que ese modelo autoritario y corrupto cayó, como están cayendo ahora las dictaduras actuales. Quizás Keiko ni siquiera gane. Quizás dentro de veinte o veinticinco años, algún joven periodista escriba en LaRepública sobre las posibilidades de un Rafael Correa setentón, o de su descendencia, de retornar al poder del que fue desalojado por la fuerza de los votos en medio de la fabulosa crisis en que sumió al país durante la segunda década del siglo XXI.

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