González Suárez, arqueólogo

En el Perú, desde 1986, se celebra cada 11 de abril el Día del Arqueólogo.  La idea, ante tal ejemplo, era la de suscitar un reconocimiento similar en nuestro país, para tornar más visible la importancia de tal disciplina.

Si tal iniciativa tuviese acogida, desde luego, se precisaría establecer una fecha adecuada de rememoración. Los peruanos determinaron la suya en honor al natalicio de Julio César Tello, el padre de la arqueología en su país. ¿Qué figura jugó un rol similar al suyo en el nuestro? Varios fueron los nombres mencionados al respecto, incluyendo a ilustres personajes como Jacinto Jijón y Caamaño, Emilio Estrada, Julio Viteri Gamboa y Carlos Zevallos Menéndez.

Existe, empero, un nombre que antecede a todos los demás. Es el de Federico González Suárez, cuyo natalicio, coincidentemente, se celebra el 12 de abril. Abundantemente reconocido en su faceta de historiador, a González Suárez le corresponde además el título de pionero de la arqueología ecuatoriana. En una misiva escrita en 1899, con motivo de una solicitud del Instituto Smithsoniano, González Suárez emite al respecto una aseveración clara y certera, exenta de falsa modestia:

«Yo soy el iniciador y el fundador de los estudios arqueológicos en el Ecuador; lo que otros han escrito lo han de conocer, sin duda, los sabios que componen el célebre Instituto Smithsoniano.»

Esas palabras tienen sustento en una obra sólida y rigurosa. González Suárez fue nuestro primer intelectual interesado en profundizar – literal y figurativamente – en nuestro pasado. No se limitó a intentar investigarlo en la escasa bibliografía por entonces existente, reiterando lo que había sido dicho y repetido de generación en generación. Como Nicolás Jiménez, uno de sus biógrafos, menciona:

«[dedicóse] personalmente a investigaciones sobre el terreno, a excavaciones en los sitios donde habían restos de las razas pobladoras de estas comarcas, para examinar cráneos, despojos humanos, utensilios de los aborígenes, objetos trabajados por ellos y leer en esas como páginas inéditas, la historia de los pueblos antiguos.»

Su base para efectuar tales empeños no era puramente empírica: había tomado cuidado de prepararse con la lectura de los más eminentes especialistas de la época. Esa  tarea autodidacta no era tan simple como podría resultar en nuestros días: a mediados del siglo diecinueve, obtener tales volúmenes requería una combinación de paciencia y de persistencia, junto con no poca buena fortuna. El conocimiento de varios idiomas era, además, indispensable para acceder a textos no publicados en castellano. Todo ello al mismo tiempo que no descuidaba las responsabilidades de su trabajo pastoral.

En 1878, luego de empeñarse por siete años en sus investigaciones, González Suárez toma la decisión de iniciar la difusión de sus descubrimientos. Lo hace, a título personal y en edición de autor, con la publicación de su Estudio histórico sobre los Cañaris, antiguos habitantes de la provincia del Azuay, en la República del Ecuador. La obra del joven presbítero – cuenta apenas con treinta y cuatro años – inaugura los estudios arqueológicos concebidos en nuestro país. Eventualmente, ese texto primigenio se subsumirá en su monumental Historia del Ecuador. Dos décadas más tarde, en la misiva ya citada, González Suárez dará cuenta de los libros que hasta ese entonces había publicado con relación directa al tema:

«El resultado de mis trabajos se halla consignado en mis estudios sobre Los Cañaris, en mi Tomo primero de la Historia General de la República del Ecuador, en mi Atlas arqueológico ecuatoriano, y en una otra obra, que conservo todavía inédita.»

De una descripción de la obra inédita que brinda más adelante en el mismo documento, puede concluirse que se trataba del volumen publicado años más tarde bajo el título de Los aborígenes de Imbabura y el Carchi. A los libros mencionados se agregan dos títulos de particular interés: la Advertencias para buscar, coleccionar y clasificar objetos arqueológicos pertenecientes a los indígenas antiguos pobladores del territorio ecuatoriano, editada en 1914, y las Notas arqueológicas, publicadas en 1915. La voluntad didáctica y de divulgación de González Suárez  se evidencian en el prólogo del primer volumen citado:

«El amor a la ciencia y la consagración al cultivo de ella nacen de la afición a buscar y poseer objetos antiguos, sobre todo cuando se despierta la curiosidad para investigar las circunstancias relativas a cada objeto. Mis advertencias se enderezan a ese fin, a despertar en los jóvenes el anhelo de adquirir conocimiento razonado y metódico de lo antiguo.»

El valor de esas líneas se aprecia mejor al considerar que quien las escribía había practicado lo que predicaba.  Sería, por tanto, perfectamente justo el que se recordase su memoria, celebrando al mismo tiempo el rol indispensable de los arqueólogos ecuatorianos en la recuperación y conservación de la memoria nacional.

mhbarrerab@gmail.com

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