Medio de martirio público

¿Quién no ha experimentado una mezcla de sensaciones al trasladarse en transporte público? ¿Quién no se ha visto maltratado en un bus? ¿Estafado en un taxi? o ¿Aplastado en la Ecovia?  Respirar a cinco centímetros de la nuca de otra persona y pasar todo el trayecto de pie  es una imagen típica de la Ecovia.

Una noche, debía trasladarme del barrio La Floresta hacía la Av. 24 de mayo en el centro de Quito. Me pareció que la mejor alternativa para ir allá era ir en Ecovía. Se puede hablar mal de este articulado, pero algo debo reconocer es que es el transporte público más rápido.

Estuve alrededor de quince minutos en la parada de la Ecovía, de pronto la gente se aglutinó en las puertas y en medio de  empujones entré. A bordo de la unidad, la imagen era ésta: ciento ochenta personas en un espacio de alrededor de quince por cinco metros cuadrados, uno junto a otro, espalda con espalda, hombro con hombro, cara con cara. A bordo de este medio de transporte público también se entiende la capacidad de los quiteños para adaptarnos a lo insoportable.

El recorrido en Ecovia transcurría con normalidad. Parejas cariñosas, señoras conversando en voz alta, niños moviéndose al ritmo de los frenos de la unidad de transporte,  ventanas cerradas y por ende calor dentro, gente empujándose por entrar y por salir. Los ojos de las personas atentos en los asientos que se desocupan  como un reportaje de Discovery, de esos que un león no le quita los ojos de encima a una cebra y está atento a cada movimiento para ir tras ella. Así las personas están tras un asiento y están dispuestos a todo para conseguirlo.

En la parada del Playón de la Marín, la unidad no se detuvo, los pasajeros estábamos impacientes frente a las puertas de la unidad que no se abrían. De nuevo la gente se aglutinó más de lo normal en las puertas. Tras unos minutos, la unidad paró a varios metros de la parada y se ubicó a un lado para dejar pasar a las otras unidades. Pasamos de la confusión a la desesperación. Se oía con más intensidad las voces de la gente preguntándose qué ocurría, pero no se obtenía respuestas. Junto a mi estaba una señora de cabellos y ojos claros, y ropa de montañista no fue difícil concluir que era extranjera. Ella estaba más confundida que el resto, pues a la final para los quiteños no es raro que ocurra algún tipo de disturbio o percance en un transporte público.

Después de varios  minutos, hubo quienes empezaron a gritar:

  • ¡Avanza chofer!
  • ¿Oye que te pasa por qué no avanzas?

Hubo quienes golpeaban las ventanas y a viva voz gritaban: ¡sigue!

Todos estábamos confusos, me preguntaba a mi misma ¿qué será lo que ocurre?  El ambiente se estaba poniendo molesto al igual que molesto se puso un joven alto con aire de revolucionario, ropa oscura con parches del Che, cabello largo y voz fuerte. Gritó:

  • ¿Qué te pasa chofer hijue madre? Sigue que no tenemos tu tiempo.

Y de nuevo él:

-¡Sigueeeeee!, pero ahora acompañaba sus gritos con un golpe a la ventana.

A tres metros del joven estaba un señor pasado de copas que también expuso su enojo:

  • Oye que pasha chofer hijueputa, ya vas a ver lo que es bueno, decía el hombre acompañado de un tufo a trago que se llegaba a oler a un par de metros de distancia.

De repentes se oyó una voz femenina que gritó: se perdió una billetera. Nadie dijo nada ante esta declaración.  Y de nuevo una avalancha de gritos se escuchó de entre la gente.

-¡Avanza chofer hijueputa ¡ gritó el joven revolucionario.

Avanza chofer que tengo que ir a verle a la ñaña de éste, gritó otro señor que se reía disimuladamente.

De repente la exasperación de la gente se convirtió en una oleada de risas.

Unos segundos después, la misma voz femenina gritó que había que esperar a la policía para una requisa. De nuevo la voz del revolucionario: – No vamos esperar nada, avanza chofer.

La voz femenina le respondió – Vos has de tener la billetera por eso quieres irte, ¡devuelve!

Tras unos minutos  de histeria y calor se abrió una puerta y la gente empezó a salir y a ser requisada por los policías, fue un trámite que duro alrededor de una hora y unos minutos más, la queja y el cuchicheo de la gente sobre la inseguridad en Quito se oía de izquierda a derecha de la unidad.  Mujeres allá, hombres acá gritó una señora con voz ronca y vestida de uniforme verde. Una mujer tras de mí me pidió que la dejase ser revisada antes, pues  debía llegar a Quitumbe en quince minutos para tomar un bus a su provincia de origen. Dudo que haya llegado y todo gracias al transporte público de la ciudad y los percances que ocurren es éste.

La gente bajaba uno a uno, hubo quienes se fueron y quienes formaron una media luna para observar la requisa, yo estaba en la parte izquierda de la media luna. La señora que había perdido la billetera tenía unos 52 años y tenía una cara de indignación y preocupación inconfundible. Nunca le escuché decir algo, solo murmuraba con una señora que estaba  a su lado.

Cuando se revisó al último pasajero y no se encontró la billetera, los policías procedieron a revisar la unidad. Tras unos minutos bajaron y comentaron que no encontraron nada. Todos sentíamos que nos hicieron perder el tiempo y la cara de la gente se pintó de indignación al igual que la cara de la señora de vergüenza. La hora y media de requisa fue en vano. La señora que había perdido la billetera despareció cuando anunciaron que no aparecía la billetera como sabiendo lo que se le venía. La gente estaba molesta y empezó a insultar a la señora, aunque ella ya no estaba.  Hubo quienes se subieron de nuevo a la unidad para continuar con el traslado y hubo quienes se fueron, pero todos comentaban el hecho y tendrían de que hablar cuando lleguen a sus casas.

 

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