Para Bloom, para Borges

Mediante un proceso transitivo, intensamente personal, cada escritor atraviesa la producción de su obra como una respuesta a las lecturas que lo determinaron. Dicho proceso culmina cuando el autor resuelve el pesar que le generan sus antecesores, produciendo una lectura creativa de las obras de estos. Esta tesis, previamente llamada la ansiedad de la influencia, hace de la literatura un proceder sucesivo, que se transfiere entre generaciones de escritores.

Para Borges la literatura está colocada en contextos culturales. Al tratar el problema de la tradición y las letras argentinas en un discurso ya famoso, propone que las nuevas lecturas surgen según la locación de una cultura marginal frente a otras. Da como ejemplos a la tradición judía, que se dio dentro de un medio cristiano y a la irlandesa, que se dio dentro de un medio inglés. Ambas tradiciones participan dentro de un contexto como intrusos, intimando con dicho contexto sin nunca llegar a integrarse en él. Así, la distancia resultante otorga a estas culturas marginales la libertad de desarrollar irreverentes lecturas, libres de supersticiones, de las grandes literaturas de las culturas dominantes, y así renovarlas.

Estas tesis no son necesariamente excluyentes y cabe recordar que Borges también propone un efecto receptivo cuando habla de Kafka y sus precursores, arguyendo que cada autor “inventa” a los autores que lo preceden.

El problema surge dentro del contexto de la crítica, si acaso los críticos desean adoptar las tesis de estos genios.

Si la literatura es sucesiva y procede entre autores, el propósito del análisis crítico esta en develar estas relaciones. El crítico debe hacer un estudio anatómico de las influencias que afectan a cada autor, desarrollando el esquema hermenéutico de la literatura que nos propone Bloom. El crítico servirá si acaso encuentra los sucesores que llegan a la altura de sus predecesores y logra distinguirlos de los meros aspirantes.
La literatura será un juego de obras-modelo, que dan a sus antítesis mediante los genios que las leen y se atreven a retomarlas, la crítica será el mapa genealógico de dichas obras, es decir el Canon.

Si acaso la literatura está compaginada con los contextos culturales en las que surge, a sabiendas dentro de la distancia de las culturas marginales frente a las culturas establecidas, es el deber del crítico localizar dichas distancias y resaltarlas con digna parsimonia e imparcialidad. Deberá de intimar con los grandes relatos de las culturas dominantes y encontrar los puntos donde estás entran en trance con aquellos que excluye o ignora.

Imposible saber si estas teorías perturban al lector común, modelo que nos propuso Samuel Johnson, libre de prejuicios literarios, libre de la pregunta de la excelencia en la literatura.

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