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Esa miopía inicial, fue sin duda ocasionada por la relación inconsciente que hacemos del término dictador con una imagen de violencia desmedida, golpes de estado, vulneraciones masivas a los derechos humanos, etc., esa imagen absoluta que nos impide ver el concepto sustancial detrás del dictador más allá de sus expresiones materiales. Esto, sumado a la herramienta más sutil y contundente de la revolución ciudadana: la propaganda desmedida y el adoctrinamiento continuo lograron maquillar su naturaleza autoritaria endémica. Últimamente, sin embargo, la falta de plata ha embrutecido el espíritu del régimen y el rostro del gobierno se devela al tiempo que crece el temor de que se ultra-visibilicen los errores estructurales en materia económica.

No es solo el mantenimiento de un poder legislativo cosmético, complaciente e incapaz de ser un verdadero foro de proposición y debate de las cuestiones de relevancia social, no es solo el uso proxeneta de la justicia o la carencia de independencia judicial cuando de temas del poder se trata. No es solo la progresiva molestia de los poderes frente al ejercicio de las libertades ciudadanas, es la ideología del Presidente, son sus más profundos miedos los que en esencia coartan los derechos ciudadanos y no pueden convivir con los más elementales principios democráticos.

El Presidente desconoce abiertamente la facultad de los poderes públicos de fiscalizar y controlar al poder político, en particular al poder ejecutivo. Desconoce y, lo que es peor, considera malicioso y atentatorio contra el progresismo latinoamericano que los jueces, fiscales o congresistas ejerzan lo que desde antes de la Revolución Francesa ya se creía necesario y absoluto en una democracia republicana: control sobre el ejercicio del poder ejecutivo, fiscalización, entender que la sobrecarga de poder marea y cuando eso sucede deben existir mecanismos e instituciones solventes para darle un corrientazo a tierra. Quien no entiende ni acepta estos principios, lo cual es plenamente legítimo, no es un demócrata republicano (lo que tampoco es pecado).

En uno de los últimos enlaces ciudadanos el Presidente se develó. Con soltura, confianza y solvencia dijo: “yo sostengo que ahora nos estamos enfrentando a otro Plan Cóndor (…) ahora hay congresasos, hay otras formas, desgastar a los gobiernos progresistas, hacerlos perder mayoría parlamentaria (…) y no solo son los congresasos sino también los judicializasos ¿no? ¿Cómo sería? ¿Cortezasos? Utilizando a las cortes, jueces, fiscales figureti que tienen ambiciones políticas para tratar de bloquear a los candidatos de izquierda y me refiero al querido compañero Lula da Silva al que le mandamos toda nuestra solidaridad, nuestra admiración (…) ahora lo quieren acusar de corrupto y utilizan al poder judicial, ahí sí hay judicialización de la política (…)  donde hay verdadera persecución es en estos Gobiernos, en Argentina contra Cristina Fernández, en Brasil contra Lula da Silva, en estos nuevos golpes blandos a través del congreso o a través de las Cortes ”.

Nuestro Presidente es incapaz de entender que el poder, sea progresista, fascista, neoliberal o comunista tiene que rendir cuentas a la sociedad y para esa rendición se han desarrollado instituciones y mecanismos que dentro de una democracia tienen que molestar, aupar, investigar, equilibrar la balanza y evitar que ese poder exorbitante que se concentra a las esferas políticas se desconecte de la realidad y se vuelva invasivo dentro de los derechos ciudadanos. Desconocer ese principio tan básico, genera algo parecido a lo que vivimos en Ecuador; una democracia puramente funcional, programática, gramatical. Una democracia que no entiende de pesos ni de contrapesos, un sistema que arremete y se consuela con teorías golpistas, con planes cóndores, delirios imperialistas y restauraciones conservadoras,  un Gobierno que solo entiende como legitimarse desde la retórica y desde la construcción de una demoledora judicial y propagandística de todo pensamiento crítico o molestoso al poder.

En la Cumbre de los No Alineados y en el enlace ciudadano, el Presidente ha explicado con amplia solvencia cómo el declive o retroceso de los gobiernos progresistas no está dado por un mal manejo económico, una falta de prioridades en el manejo del gasto o un descontento ciudadano con el retroceso en el ejercicio de las libertades. Nada que ver, lo que ataca a los gobiernos progresistas es la articulación maléfica del  nuevo plan cóndor, ese que según Rafael Correa se fundamenta en el golpismo suave de las mayorías parlamentarias, las investigaciones judiciales, la fiscalización del poder, la auditoría al fracaso de los modelos económicos y el descubrimiento de las mermeladas del poder. Sin duda, el nuevo plan cóndor que aterra al progresismo continuará, se perpetuará, sacará la ropa sucia y más temprano que tarde se llevará al vuelo este episodio tan irónico, lacónico y memorable de la democracia ecuatoriana.

 

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