Gabriela y el humo

Al contar nuestra primera mentira, estamos escogiendo a la persona que vamos a ser en la vida. Cuando Gabriela Alemán era niña, y vivía en países lejanos debido las misiones diplomáticas de su padre, le escribía cartas a su abuela Amelia, contándole historias inventadas, para entretenerla, para extrañarla menos. En ese entonces, Gabriela Alemán no sabía que, al escribir esas cartas, estaba eligiendo su destino.

Humo’ (Random House, 2017) tiene que ver con esas cartas. De algún modo indescifrable, Gabriela Alemán estaba destinada a escribir esta novela, a la que le dedicaría 12 años de su vida y en la que regresaría a Paraguay, no sólo al de los años felices de su adolescencia sino al país empujado al horror o al abismo de la antimemoria. Al Paraguay dominado por Alfredo Stroessner. A al territorio milenario de la lengua guaraní. Al momento histórico de la Guerra del Chaco.

Gabriela Alemán se detiene en uno de los más fratricidas episodios de la historia americana y nos hace testigos del ascenso de un dictador. El ascenso del teniente de 23 años que, con una enfermedad en la piel y el ego de quien se cree invencible, contribuye a la victoria contra los bolivianos (que, en realidad, fue la de la Shell sobre la Standard Oil). Por eso, esta es una novela que lucha por la memoria histórica y es empática con un país que, ante la violencia del Partido Colorado, prefiere guardar silencio y decide no pensar.

Humo’ se inscribe en la tradición de la novela latinoamericana que aborda la personalidad de los dictadores. Una familia entre cuyos ancestros se encuentra, evidentemente, ‘Yo el supremo’, del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. A Gabriela Alemán, como a todo gran escritor, le interesa la Historia. Aunque su verdadera obsesión es mostrar cómo esa Historia, gigante y arrasadora, destruye las pequeñas historias que son la vida de cada individuo.

Por eso, la novela de ‘Humo’ es fundamentalmente una novela íntima, sobre seres humanos empujados al recuerdo y a la necesidad de rebuscarle un significado al paso del tiempo. Gabriela Alemán ha escrito una novela como si, en realidad, se desprendiera del día y lo hace porque sabe, profundamente, que las palabras nos marcan. Y es que para los guaraníes –dice la escritora–, cuando uno nace no tiene el alma entera. “Esta se forma al vivir y al contar, al armar la historia de nuestras vidas”.

Los guaraníes esperaban, cuando nacía un bebé, que sea un chamán, un profeta o un poeta. Hay algo de los tres en Gabriela Alemán. Por eso escribe con el poder de quien, con la palabra, está creando por primera vez los paisajes y las experiencias humanas de sus historias. Como cuando le escribía cartas a su abuela Amelia, sin saber todavía la persona que había escogido ser. Sin saber que su escritura, con el paso de los años, sería como el humo del agua que hierve. Una escritura como la combustión. Una escritura como el humo.

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