Varoufakis desenmascara los peligros del dinero electrónico

Augusto de la Torre

En una conferencia Varoufakis, quien se reunió con el presidente entrante y el saliente, recomendó la introducción del dinero electrónico como moneda paralela al dólar, argumentando que ello le daría al Gobierno “grados de libertad (…) para pagar a los proveedores del Estado o atrasos del Estado con el sector privado” y emitir ese dinero digital “de forma contracíclica (…) durante choques externos.” Con estas palabras desmanteló la credibilidad del discurso oficial que había venido insistiendo en que el dinero electrónico no es una nueva moneda sino un mecanismo moderno de pagos (equivalente a una tarjeta de débito), orientado a ampliar la inclusión financiera y facilitar las transacciones comerciales. O bien Varoufakis malinterpretó el proyecto del Gobierno o bien lo desenmascaró. En cualquier caso, contrariamente a la intención suya y de quienes lo invitaron, puede haber sepultado el proyecto gubernamental del dinero electrónico.

Aún antes de la visita de Varoufakis el dinero electrónico ya olía mal para los ecuatorianos. La resistencia a utilizarlo ha sido tal que solo una cantidad ínfima (7,9 millones de dólares, o el 0,02% de la liquidez total al 21 de abril) circula en forma de dinero electrónico, pese a frondosos discursos oficiales, intensas campañas promocionales y sendos incentivos a su uso, incluyendo la devolución de 4 puntos del IVA a quienes paguen sus consumos con ese mecanismo y la posibilidad de deducir el 100% de gastos de publicidad para las empresas que lo promocionen. Los ecuatorianos dudan que el dinero electrónico sea un simple mecanismo de pago y sospechan que se torne en una nueva moneda sin respaldo de dólares con la cual el Gobierno cubriría más fácilmente sus gastos. Al validar esas sospechas, la propuesta de Varoufakis endurecerá la resistencia al dinero electrónico.

Esa resistencia es entendible pues hay una diferencia abismal entre un mero sistema de pagos digital y una nueva moneda. El primero facilita la vida de la gente permitiendo, por ejemplo, que un comprador instruya por internet o teléfono celular el débito de dólares de su cuenta bancaria y la transferencia y acreditación de esos dólares a la cuenta bancaria del vendedor. Este tipo de pago digital es plenamente compatible con la dolarización, donde la cantidad primaria de dólares está determinada por el resultado de la balanza de pagos, es decir, por la cantidad de divisas que entran y salen de la economía por comercio exterior, remesas, inversión extranjera, desembolsos y amortizaciones de deuda externa, etc.. Un mero mecanismo de pago digital no genera emisión primaria de dinero, ni crea ni destruye los dólares que ya están en la banca, solo los reasigna de una cuenta a otra.

Pero el dinero electrónico como moneda paralela es otra cosa: es dinero fíat, es decir, dinero primario sin respaldo de dólares cuya emisión está bajo el control del Estado y cuyo valor depende de la fe o confianza que en él tenga la sociedad. Si circulase en una cantidad muy limitada (como sucede al presente) el dinero electrónico, aunque no tuviera respaldo en dólares, podría mantener su valor y seguir intercambiándose uno a uno con el dólar billete o con los depósitos bancarios en dólares. Pero Varoufakis parece recomendar que se lo use masivamente para cubrir el gasto fiscal (sueldos, Bono de Desarrollo Humano, pagos a contratistas, etc.) y evitar así la corrección del déficit. Esa recomendación se enmarcaría en lo que establece el Código Orgánico Monetario y Financiero, según el cual el dinero electrónico debe ser provisto “de forma exclusiva” por el Banco Central. (En el resto del mundo, los sistemas de pagos digitales son manejados por los privados—bancos, operadoras de telefonía móvil, etc.—y por ende no crean dinero primario.)

La introducción de dinero electrónico sin respaldo en medio de un pronunciado desequilibrio fiscal (el año pasado se acercó al 8% del PIB) podría ser desastrosa. ¿Por qué? Supongamos que el Gobierno, siguiendo las recomendaciones de Varoufakis y la propuesta de Alberto Acosta y Jürgen Schuldt consignada en un artículo reciente (“Hacia una moneda electrónica paralela para afrontar la crisis”), empezara a pagar una parte o la totalidad de sus gastos en dinero electrónico y, a la vez, exigiera que los ciudadanos paguen con ese mismo dinero una parte o la totalidad de sus impuestos. Dado el déficit fiscal, la inyección de dinero sin respaldo (proporcional al gasto fiscal) excedería su absorción (proporcional al cobro de impuestos), lo que resultaría en una importante emisión primaria neta de dinero electrónico paralelo, que se multiplicaría al pasar por el sistema bancario en la medida en que éste otorgue créditos con ese dinero. La emisión primaria de dinero paralelo y su multiplicación a través del crédito crecería a ritmo acelerado si siguiera habiendo déficit fiscal y carencia de dólares reales para financiarlo, más aún con un Banco Central sin independencia como el que ahora existe en el país y que, por tanto, imprimiría tanto dinero sin respaldo cuanto el Ministerio de Finanzas le pida.

Surgiría en ese escenario y de manera espontánea un tipo de cambio entre el dólar billete y el dinero electrónico. Por ejemplo, un vendedor le diría a su cliente: “este par de zapatos le cuesta 30 dólares si me paga en billetes, pero 40 (o 50 o 60) si me paga en unidades de dinero electrónico.” Mientras más crezca su circulación en la economía más se devaluaría el dinero electrónico paralelo frente al dólar y mayor sería la inflación de precios denominados en unidades de dinero electrónico, por lo que el Gobierno tendría que emitir aún más moneda sin respaldo para financiar su déficit y el poder adquisitivo de quienes reciben sus pagos en esa moneda se desplomaría. Las condiciones para una espiral de devaluación e inflación podrían así materializarse. Para completar este escenario, podría llegar un momento en el que los depositantes, temiendo que eventualmente sus depósitos no puedan transferirse libremente al exterior o retirarse en forma de dólares billete, se anticipen y corran, produciendo un colapso financiero.

Al proponer el dinero electrónico no como un mero mecanismo de pago digital sino como una moneda paralela orientada a financiar el gasto fiscal, Varoufakis levantó el espectro de la hiperinflación y la desdolarización desordenada. Si la promoción del dinero electrónico ya olía mal antes, ahora apesta.

Más relacionadas