Bachelet, una amiga de La Habana, para vigilar los derechos humanos

Yoani Sánchez
La Habana, Cuba

Desde hace algún tiempo quedó claro que los próximos pasos en la carrera de Michelle Bachelet apuntaban hacia un organismo internacional. Cerrado su camino político en Chile, donde llegó a tener como presidenta unos mínimos históricos de popularidad, ahora se ha convertido en la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

El arribo de Bachelet a la cabeza de la Acnudh no es una sorpresa puesto que su nombre se manejó incluso para liderar la ONU tras la salida de Ban Ki-moon. Aunque ambos tienen su sede en Ginebra (Suiza), no se debe confundir la Acnudh, con el Consejo de Derechos Humanos, que es un organismo político compuesto por los representantes de los Estados miembros de la ONU. En cambio, la Acnudh es un organismo supuestamente independiente donde trabajan más de mil funcionarios.

Llega a esa posición en un momento complejo en el que las violaciones de los derechos ciudadanos suben de tono en numerosos países y en el que Naciones Unidas vive un período de fragilidad, derivada de su inacción, la manipulación que hacen de sus mecanismos los regímenes autoritarios y la poca credibilidad de la que goza entre los Gobiernos democráticos.

Su historial no la ayuda mucho en ese empeño ecuménico. Bachelet demostró durante sus dos mandatos presidenciales que puede padecer de una obstinada miopía cuando se trata de los desmanes cometidos por sus compañeros ideológicos que mandan en Venezuela, Nicaragua y, sobre todo, en la Plaza de la Revolución de La Habana.

En los largos años que estuvo al frente de la sólida democracia chilena, sus críticas fueron más bien tibias o inexistentes hacia los populismos de izquierda que reprimían a sus disidentes. Salvo algunas pocas excepciones, la mandataria prefirió no incordiar a sus compañeros de utopía y optó por la estrategia de dirigir la vista hacia otra dirección.

Pocas semanas antes de entregar la banda presidencial a Sebastián Piñera, llegó a Cuba en un viaje que solo podía entenderse como el que realiza el practicante de un credo al templo del que irradia su doctrina. Aunque la propaganda oficial de ambos países habló de una visita para estrechar lazos comerciales, en realidad aquella estancia tuvo todas las trazas de una renovación de votos hacia el castrismo.

La designación de una amiga de la Plaza de la Revolución a un puesto muy codiciado por La Habana no es fruto de la casualidad. Ahí se siente la influencia de la diplomacia cubana y sus habilidades para moverse en los pasillos de la ONU, presionando, comprando lealtades y votos para allanar el camino y convertir a la expresidenta chilena en Alta Comisionada para los Derechos Humanos.

El nombramiento de Bachelet es una magnífica oportunidad para La Habana porque necesita apoyos internacionales para compensar el debilitamiento de sus alianzas regionales dentro de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac).

También es una oportunidad para los aliados de La Habana, que viven momentos difíciles y hacen todo lo posible para evitar condenas internacionales por sus actuaciones represivas. Es el caso de Nicaragua, donde un antiguo guerrillero devenido caudillo, Daniel Ortega, ha respondido a sangre y fuego a las revueltas populares. Ocurre algo similar en Venezuela, que vive una terrible crisis humanitaria mientras el Palacio de Miraflores recurre a un discurso más agresivo, excluyente y disparatado.

En la propia Cuba las organizaciones del Sistema de Naciones Unidas suelen alinearse con el Gobierno en lugar de tomar nota de las denuncias de los ciudadanos contra el férreo control del Partido Comunista. ¿Puede esto cambiar con la llegada de la expresidenta socialista a la cabeza de la Acnudh?

¿Si no lo ha hecho antes, por qué Bachelet criticaría ahora a sus viejos amigos de verde olivo? ¿Por qué denunciaría los actos de repudio contra los disidentes, los arrestos arbitrarios o el control que ejercen las autoridades sobre la vida de millones de cubanos?

En lugar de pronunciarse sobre las violaciones de los derechos políticos de toda una población, Michelle Bachelet se ha dedicado durante muchos años a ensalzar los supuestos logros en la salud y la educación cubanas de los que apenas queda un espejismo. No hay ningún motivo para pensar que cambiará de discurso desde la atalaya de la ONU.

Siempre podrá justificar su silencio y su inacción con el argumento de que está muy atareada con las múltiples denuncias que le llegarán de tantos otros lugares del planeta.

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