La fascinación del mal

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Hannah Arendt habló de “la banalidad del mal” como un camino para explicar el recorrido de un hombre común como Adolf Eichmann, que terminó convertido en un aborto de la naturaleza dentro de la maquinaria del Holocausto puesta en funcionamiento por el régimen de Adolfo Hitler. Pero pocas veces se habla de la “fascinación del mal”, una fuerza que inspira a traspasar todas las líneas de la racionalidad para adentrarse en una zona oscura, aunque no siempre tenebrosa.

Estas reflexiones surgieron a raíz de la importancia que se le ha venido dando a Pablo Escobar Gaviria, el mismo que creó una organización criminal poderosísima dedicada al narcotráfico, con la que ganó sumas siderales de dinero, con el que compraba conciencias, a lo que se suma una falta de escrúpulos que le permitía terminar con sus enemigos y competidores de manera violenta, no importaba cuál fuera, incluso la muerte. No voy a opinar sobre la película que se está exhibiendo aquí y en otras partes, “Pablo Escobar, la traición”, basada en un libro escrito por Virginia Vallejo, una presentadora de televisión que fue su amante, y quien terminó odiándolo, según sus términos. Esa conflictiva relación con sus momentos de gloria y sus momentos de escarnio está narrada en su libro “Loving Pablo” (Querido Pablo).

No sé si a raíz de la película, o del libro, o de otras circunstancias que desconozco, la popularidad de este peligroso delincuente se puede equiparar hoy a la de un cantante de rock. Pero esa popularidad está basada en esa fascinación del mal que impulsa especialmente a los jóvenes a crear una suerte de rito, de admiración, de compartir, vicariamente, su fama, su fortuna, su poder y sus conquistas.

El apresamiento (en Paraguay) del narcotraficante Reinaldo Javier Cabañas, alias Cucho, hizo que conociéramos su casa, que es una réplica de la que tenía en Colombia Escobar Gaviria, y en la sala había un retrato de quien era, sin lugar a dudas, su fuente de inspiración.

Los jóvenes, más tímidos, se limitan a llevar camisetas con el retrato de Pablo Escobar como un gesto difícil de descifrar. No creo que sea como una forma de denuncia de la trayectoria sangrienta de este personaje; o bien como protesta contra algo, o contra alguien, no importa qué. Quizá sea que, a falta de héroes civiles, terminan identificándose con un hombre que se levantó contra el “establishment”, pero justamente por el camino equivocado, por el peor de todos, por el que no puede encontrar justificación por el lado que se lo mire.

No propongo que solo se realicen vidas de santos y de mártires de sus creencias religiosas. Pero sí creo que el artista tiene un cierto compromiso ante su público en el sentido de ser honesto con su trabajo. En palabras más llanas y directas, de no darle gato por liebre. Un personaje como Escobar Gaviria ofrece aristas interesantes para un escritor o un cineasta. Esto no quiere decir que por esta única razón tome como parte central de su relato a un peligroso criminal cuya sola descripción de sus andanzas, por más crítico que sea su autor, logre despertar en su espectador esa fascinación, de la que hablaba al comienzo, frente al mal. Así creamos un héroe, o mejor, un antihéroe, y el peligroso deseo de emular sus hazañas.

El narco Cucho es un ejemplo claro de ello, y bien cercano a nosotros, en Paraguay, no solo porque lo tenemos encerrado en una cárcel, sino porque sustrajo una parte importante del país para ponerlo bajo el dominio de su perverso poder.

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