Regionalismos

Raúl Andrade Gándara
Rochester, Estados Unidos

Una de las penosas consecuencias de los resultados de las elecciones del domingo es el resurgimiento de un movimiento soterrado e imperdonable, generador de odios y de revanchismo, que pretende enfrentar entre sí a ciudadanos de distintas regiones so pretexto de reivindicaciones bizantinas, aisladas y radicales, que tienen por denominador común fomentar la separación y la agresión al poder central con una infinidad de motivos y cifras, reales, irreales o manipuladas.

El ecuatoriano común es el resultado de una mezcla de etnias, lugares y ancestros desperdigados por todo nuestro territorio. Todos tenemos vínculos intensos, estrechos e innegables con costeños, serranos, isleños y australes. El país no sería el mismo sin la riqueza petrolera del Oriente, la imagen mundial de las Galápagos, la belleza del Austro, la pujanza de Manta y Guayaquil, la magia de Esmeraldas, solo para citar unos ejemplos. Nos une un pasado común, y una historia compleja pero finalmente nuestra.

El ecuatoriano común ha trabajado en todas las regiones de la patria, dejando allí su sudor y a veces su simiente sin egoísmo ni preferencia.

Ha sido tan generoso como para acoger muchos inmigrantes, de diferentes orígenes, religiones y razas, sin negarles su derecho a instalarse, crecer y fundirse en el crisol de la patria.
Resulta pues inaceptable que minorías, cuya raíz y ancestro distan mucho de ser ciento por ciento ecuatoriano, se conviertan en paladines de una pelea que nadie ha iniciado, que a muy pocos entusiasma y cuyo resultado es francamente fratricida.

Tampoco resulta verosímil que se utilicen epítetos raciales en un país marcado por el mestizaje, ni que se atribuyan victorias locales a una supuesta inferioridad intelectual o, al contrario, a una superioridad racial sin asidero en la práctica. Estas prácticas separatistas deben rechazarse con energía por la mayoría de ecuatorianos, para que se escuche en forma alta y clara la voz del ecuatoriano honesto, generoso anfitrión en cualquier rincón del país, amigo desde la infancia a pesar de la lejanía, deseoso de unidad y respeto a las creencias de cada uno, aunque no sean las que él profese.

La rivalidad entre regiones tiene que desaparecer como el primer paso para lograr una conciencia de país, de unión y de entrega en aras de un futuro mejor para todos.

Los odios tienen que acallarse para permitir una visión más generosa y amplia de un país necesitado de acuerdos amplios, de comprensión de los porqués del otro, de apoyos incondicionales para salir adelante.

Basta de agoreros, de agresiones gratuitas, de intromisiones sin conocimiento, de supuestas superioridades morales e intelectuales para indicar la ruta a seguir sin dar oído a opiniones distintas, pues esas políticas al final del día se convierten en un caldo de cultivo para beneficio de unos pocos y decepción de muchos.

Que no nos engañe el discurso separatista. La gran mayoría de ecuatorianos lo rechaza y quiere vivir en paz y armonía.

Demasiado daño han hecho ya a través de la historia estas corrientes, y su resultado ha sido siempre decepcionante y doloroso.

Aboguemos por un país unido en su diversidad, solidario con sus diferencias, y sobretodo único en su proyección hacia el mundo . ¡Ese es el verdadero camino hacia el progreso!

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