Sobre el arte de preguntar

Sebastián Raza
Universidad de Cambridge, Reino Unido

¿Cuál es la diferencia entre pregrados y maestrías, por un lado, y doctorados, por el otro? En términos simples, y como yo lo entiendo, es que se aprende el arte de preguntar críticamente. En los pregrados y las maestrías, profesores que ya debieron haber adquirido este arte plantean preguntas a sus estudiantes para las cuales ya existe algún tipo de respuesta prefabricada o disponible. Las habilidades que se adquieren en estos niveles, que no son nada despreciables, están relacionadas a pensar respuestas en términos conceptuales y abstractos enmarcados en una disciplina específica. En otras palabras, se aprende a dar respuestas desde perspectivas específicas (sociológicas, económicas, médicas, etc.) a un sinnúmero de preguntas, objetos o problemas. Los procesos de disertación en estos niveles de hecho incluyen un esfuerzo por formularse preguntas, pero el rol de los supervisores académicos es asegurar que puedan ser respondidas. Estas requieren, sin duda, de un proceso inferencial, investigativo o deductivo de parte del estudiante; pero el punto esencial es que dichas preguntas operan siempre en el marco de suposiciones de los paradigmas aceptados dentro de los cuales hay respuestas disponibles que necesitan ser reconstruidas. Es seguro que, durante el proceso de responder a dichas preguntas, los estudiantes emplearán conocimientos técnicos (estadística, métodos de investigación cualitativos, razonamientos jurídicos, etc.) que han cultivado a lo largo de sus estudios, pero de ningún modo se espera que realicen un cambio sustancial o una contribución definitiva al paradigma en el cual se enmarcan.

En pocas palabras, los programas de pregrado nos forman o disciplinan para adoptar perspectivas predeterminadas alrededor de objetos o problemas que están ya contenidos en disciplinas científicas. Es en este sentido que se resalta la dimensión disciplinar del conocimiento. Sin embargo, como cualquier otra toma de perspectivas, esto implica un proceso de ampliación de los horizontes experienciales: empezamos a ver objetos familiares desde otras perspectivas críticas, y a informar nuestra vida e identidades desde los nuevos sentidos que resultan de este proceso. Los programas de maestría, por su parte, se encargan de pulir y refinar la mirada disciplinar previamente adquirida. En este nivel, se aprende a profundidad teorías y metodologías que permiten dar respuestas cada vez más sofisticadas, además de reconocer que los universos del conocimiento contienen más respuestas de lo que imaginábamos. Esto no quiere decir que personas con maestría o pregrado no han llevado a cabo proyectos pioneros o realmente innovadores, pero los casos son excepcionales.

Sin embargo, los programas doctorales son los espacios en que se exige que se desarrollen nuevas formas de preguntar (teorías), o que se cuestionen objetos

previamente excluidos de los universos disciplinares, lo cual abrirá nuevos programas de investigación o demandará modificaciones menores o mayores en la forma en que vemos los problemas. Es en estos niveles en los que el deseo por el conocimiento alcanza sus límites creativos y liberadores. Puesto de manera simple, es en estos espacios en donde se aprende a preguntar y a cuestionar disciplinas. Este proceso, aparentemente simple, es quizá el más complicado, pues requiere que nos adentremos a profundidad en mares de literatura científica para enterarnos de que otros ya respondieron nuestras preguntas, de que otros ya demostraron por qué son absurdas o estériles, o, en el mejor de los casos, para reformular una y más veces la pregunta hasta alcanzar la que necesitamos. Preguntar es fácil – lo difícil, lo necesario, es preguntar críticamente: preguntar algo nuevo, algo productivo, algo que al menos desafíe los límites de nuestras disciplinas y de nuestros modos de saber.

Nada es más estimulante para un estudiante que un profesor sepa plantear preguntas aguerridas y valientes; pero este es un arte que es cultivado a lo largo de los años y mediante laboriosas noches y madrugadas. Si las universidades ecuatorianas deciden prescindir de la obligatoriedad del grado de doctor para sus miembros más relevantes, es decir, profesores titulares y rectores, estamos condenando a la reproducción acrítica de disciplinas, en donde continuaremos respondiendo a las mismas preguntas por años sin la posibilidad de plantear nuevas preguntas que alimenten nuevas respuestas, cuyas limitaciones generarán nuevas preguntas.

Esto sería equivalente a condenar a las universidades al rol de reproducción de conocimiento ya formulado, a reducir la ciencia a su dimensión disciplinaria y exclusivamente profesionalizante. Esta no es la universidad de la innovación y la creatividad, sino la de la creación de empleados. Para dar rienda suelta a la dimensión liberadora de la actitud científica y académica, del deseo por el conocimiento, se necesita cultivar el arte de hacer preguntas críticas y ponerlo al servicio de estudiantes que en un futuro puedan cuestionar no solo las respuestas a las que tienen acceso, sino las preguntas y modos de preguntar que labran los bordes de estas respuestas. Sin profesores que dominen el arte de preguntar, los futuros profesionales o científicos no podrán tener acceso a las grandes profundidades del conocimiento y mucho menos guía alguna que les permita llegar a los límites de las disciplinas para poder innovar. La crítica, como actitud vital moderna, nace precisamente del arte de preguntar, de dudar, de cuestionar. Solo mediante un profundo cuestionamiento crítico de nuestras formas de conocer(nos), es posible cambiar nuestros modos de ser en el mundo.

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