Latinoamérica en llamas

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

 Ecuador viene de pasar por una jornada de crisis política y social que dejó claros estragos en la población civil y en su gobernante. En Chile se están volcando las calles en contra del actual presidente Sebastián Piñera, debido a sus medidas económicas impopulares, aunque también arrastran un descontento social marcado por la inacción de gobiernos anteriores, como el de Bachelet.  En Bolivia, Evo Morales se robó las elecciones descaradamente y está reprimiendo en las calles a los que se manifiestan a favor de la democracia.

Y en Venezuela, el dictador Maduro sigue cómodo en el poder, regodeándose al ver como el caos de la región le ha quitado de encima parte de la presión internacional.

Las instituciones democráticas de la región están claramente debilitadas. No es gratuito que exploten las protestas multitudinarias en todos los países ya mencionados de la noche a la mañana. En Chile, se dice que el aumento del precio del metro fue la gota que colmó el vaso y ahora claman por una Asamblea Constituyente y la renuncia del presidente Piñera. La modificación de la constitución la piden porque es la constitución de Augusto Pinochet. Ha recibido una treintona de cambios, pero la mayoría de estos han sido simbólicos y mantiene ‘la esencia del dictador’. Lo que sorprende es que, durante los dos periodos presidenciales de Bachelet, ésta tuviera la oportunidad para llevar su iniciativa al Congreso y aun así no impulsó su proyecto de una nueva constitución. La desarrolló y entregó 6 días antes del final de su segundo mandato y dejó la legislación para que el presidente Piñera se encargara. Ahora estos mismos grupos que acompañaron a Bachelet en su gabinete son los mismos que piden una constituyente. Gobernaron por ocho años y boicotearon el proceso en su momento y ahora quieren utilizar el descontento social para aprovecharse de la coyuntura y retomar el poder.

Piñera falló, de manera rotunda, cuando dijo que “estaban en guerra” y sacó los militares a la calle. Eso enardeció a los manifestantes, sobre todo a los más adultos que recordaron que la última vez que habían visto a los militares tomarse las calles fue justo cuando llegaba al poder el sanguinario Pinochet. Son paralelismos que nadie quiere revivir. El gobierno de Piñera también tiene problemas de nepotismo, 23 miembros de su grupo cercano tienen vínculos familiares directos tanto con él como con otros políticos. El más conocido es Andrés Chadwick, que es primo de Piñera y también fue funcionario durante la dictadura pinochetista. Es una bola de nieve que no para de acumularse y por más que la causa de protesta sea noble, los grupos vandálicos y los políticos baratos que buscan beneficio propio siempre manchan la iniciativa. Los saqueos, el irrespeto a la propiedad privada y el dictador Maduro que habla de “brisita bolivariana en la región” desarrollan cierto escepticismo que hacen que muchos también desestimen las protestas y su verdadera intención.

Evo Morales se robó las elecciones en su país, no es novedad, no entiendo como pensaban que tenía intenciones democráticas cuando buscaba su cuarta reelección. Justo cuando en el 2016 el pueblo boliviano dijo NO y votaron en contra de que se volviera a presentar a los comicios, lo que hizo Evo fue buscar el visto bueno del Tribunal Electoral para que le diera el pase libre para atornillarse en el poder.  Aún así, irrespetando el clamado del pueblo, se presentó a las elecciones y se iba a ir a una segunda vuelta, pero mágicamente la transmisión se interrumpió y Morales pasó a ser el virtual ganador por más de 10 puntos.

Las iniciativas democráticas en Bolivia por parte de personajes como Carlos Mesa (candidato presidencial opositor) y Luis Fernando Camacho deben ser seguidas de cerca. Representan la voluntad del pueblo que se cansó de la autocracia evista. Si este movimiento se desinfla, les ocurrirá lo mismo que pasó en Venezuela cuando Maduro se robó las elecciones en el 2013, más años de autoritarismo y otra prueba a Evo de que si se robó las elecciones una vez y quedó impune, ya el país es suyo y lo podrá repetir cuantas veces quiera.

La democracia tambalea y el sistema está más que roto. Los políticos cada vez más se quitan su careta y se muestran como verdaderamente son. Tenemos políticos incompetentes que no son proactivos sino reactivos.  El descontento no es gratuito, hay corrupción e incompetencia tanto de gobiernos de derecha como de izquierda. La izquierda de la región es corrupta de facto, porque al Estado tener el control de todo tiene vía libre para robar, y la derecha de la región no desarrolla políticas sociales que hacen que el pueblo se sienta olvidado y se crean narrativas baratas como la del ‘neoliberalismo que se olvida de los pobres’.

Así funciona la izquierda, simplemente se encargan de capitalizar las indignaciones públicas, dígase Foro de São Paulo o Grupo de Puebla. La gente deja de confiar en las instituciones y aborrecen a la política y a los políticos. El poder corrompe y en Latinoamérica nos quedamos sin líderes dignos. Los verdaderamente honestos nunca van a llegar al poder porque a los políticos tradicionales no les conviene.

Latinoamérica está en llamas y no hay cuerpo de bomberos, los mandatarios cada vez son menos respetados por el pueblo y son pocos los que confían en un sistema que justifica a la desigualdad y crea un país sin garantías para muchos. Se necesita innovación, propuestas nuevas, que de verdad representen un cambio y salgan por fin de ese modelo arcaico que tanto daño ha causado en Latinoamérica. Tomar modelos como Canadá y los países nórdicos, salir finalmente del partidismo y del personalismo político y dejar de ver a los funcionarios públicos como celebridades.  Son servidores, que tienen la responsabilidad de velar por los intereses de su pueblo, no son seres omnipotentes que pueden hacer y deshacer los países a su gusto.

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