¿Se puede separar la obra de su autor?

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

En una civilización extremadamente informatizada, el consumo de contenidos cada vez está más condicionado. Ante el surgimiento de nuevas plataformas y movimientos culturales, muchos empiezan a analizar críticamente los creadores del contenido que consumen. Existe un tribunal moral con el que ahora muchos juzgamos el mensaje que transmiten los músicos, los artistas, los actores y los escritores basándonos en ligar sus producciones con su vida personal.

Este eterno debate de si es posible separar la obra de su autor lleva años estando en la palestra pública, sobre todo creció con el surgimiento del movimiento ‘Me Too’, pero pareciera que nadie tuviera una respuesta concreta a que se puede hacer. La vida privada de muchos de los artistas que admiramos no coincide con el modelo de una buena persona que hemos desarrollado y construido socialmente a lo largo de la historia.

Cuando lees a alguien como Pablo Neruda, que escribió “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, pero luego investigas su vida privada y ves que abandonó a su hija Malva en 1936, porque tenía hidrocefalia, es inverosímil entender bajo que criterios García Márquez lo denominó como “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”. Incluso en su escrito “Confieso que he vivido” admite haber violado a su trabajadora doméstica en Sri Lanka. Es un violador confeso que se mantuvo impune por toda su vida e incluso gano el Nobel de Literatura.

Sabiendo esta información, el enfoque que se le da a sus textos es totalmente distinto. No se pueden ignorar esos detalles al momento de consumir contenidos. No es ético. El tribunal moral es necesario-cuando hay pruebas bajo las que se pueden emitir juicios, sin basarse en conspiraciones-. Quizás algunos no quieren investigar la vida de su escritor o cantante favorito, porque temen encontrarse con algo que no quieren encontrar, pero sus situaciones privadas condicionan sus producciones artísticas en todos los aspectos. Es inevitable no cruzar la vida del autor con su obra. No hay manera de separarla.

Como Neruda hay miles, que cometieron delitos y se mantuvieron impunes por su estatus de artistas. La comediante Hannah Gadsby dice en su especial de Netflix, “Nanette”, que muchos de los autores con los que crecieron las pasadas generaciones, como Pablo Picasso, tampoco eran santos. Tenían tendencias marcadas de supremacía racial, sexismo y homofobia, pero nunca fueron sometidos al escarnio público por la falacia de que ‘su genialidad iba más allá de su persona’, sin entender que la maldad siempre debe sobresalir de cualquier otra característica. Aquí no entra el ‘lo hecho, hecho está’ ni el ‘no hay vuelta atrás’.  La contradicción entre lo talentoso y lo grotesco nos obliga a delimitar una frontera moral.

Otro lugar donde entra el juego el tribunal moral es en los artistas militantes cuyo arte esta fuertemente atado a una única ideología. Como Roger Waters, vocalista y bajista de Pink Floyd. Durante todos sus años con su banda y su etapa de solista, impartió mensajes en contra de la guerra y del autoritarismo/imperialismo. Del adoctrinamiento y del sistema. Pero ahora es un apologista de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro, negacionista de la crisis en Venezuela y un opinador de la situación en Latinoamérica, dándole su apoyo a Evo Morales y pidiendo la renuncia de Piñera.

Poco se puede esperar de un comunista cuya música fue, es y será distribuida por Columbia Records y Sony Music. Cuando el mensaje se aplica a conveniencia, pierde todo su valor. Si tu discurso de defender la libertad, el amor y los derechos humanos como única bandera se aplica solo cuando los ‘villanos’ que denuncias son tus rivales ideológicos, no eres más que un hipócrita innoble. Y bien sencillo es defender a la dictadura de Nicolás Maduro y dedicarle canciones mientras estás en los Alpes suizos, como hizo el cínico de Waters en febrero de este año.

Lo mismo ocurrió con el venezolano director de orquestas Gustavo Dudamel. Que fue el director del politizado Sistema Nacional de Orquestas Simón Bolívar en Venezuela. Son producciones de calidad, con artistas de primer nivel, que dejaron el nombre del país en alto en múltiples ocasiones, pero que fueron extremadamente politizados por Hugo Chávez, que los utilizaba en sus actos públicos y en sus campañas proselitistas, exhibiéndolos como un triunfo de la revolución bolivariana. Cuando iniciaron los conflictos en Venezuela, el silencio de Dudamel ante la represión y el autoritarismo chavista daba mucho que pensar.  Y su labor como uno de los artistas más influyentes de la música clásica fue manchada. Permitió la politización de un grupo de chicos y chicas que solo buscaban ser artistas en un país donde todos están cercenados culturalmente, y solo abrió la boca para condenar los andares de su jefe cuando los cuerpos de seguridad de Nicolás Maduro asesinaron al violinista Armando Cañizales, miembro del Sistema Nacional de Orquestas, mientras se manifestaba pacíficamente en el 2017. Se plegó a un régimen dictatorial por cobardía y conveniencia. Permitió que les pagaran sueldos paupérrimos a los artistas de la nación y que tuvieran que emigrar y abandonar a su familia para buscar mejores oportunidades.

Un ejemplo más cercano a la región es Residente (vocalista de Calle 13). Otro revolucionario que es distribuido por la Sony. Otro opinador a sueldo. Que cuando habla de las protestas en Chile, Ecuador y Colombia dice que es el levantamiento de los pueblos por su legítima lucha, pero que si le preguntan por Venezuela y su abierto fanatismo a Hugo Chávez (el padre del desastre) dice que es un tema complicado y que no se atreve a opinar. Es un farsante, porque sus mensajes, al igual de Roger Waters, mutan si los tienen que aplicar en contra de sus aliados ideológicos.

Reconocer las convicciones personales de los músicos, entender sus sesgos y sus cosmovisiones es necesario para entender qué tan auténtico es y de dónde vienen y hacia dónde van sus producciones. No soy nadie para deslegitimar ningún tipo de arte sin importar de donde venga, ni para iniciar un boicot en contra de Neruda, o de Picasso, o de Bertolucci, o de Polanski, o de Roger Waters o de Residente, o de Woody Allen o de Arjona o de todos a la vez, pero como consumidores de contenidos y miembros de esta sociedad informatizada me parece necesario que definamos de una vez por todas si se puede separar o no el arte del artista.

El mismo debate se puede dar con Michael Jackson y prácticamente, con cualquier artista masivo que haya sido parte de los movimientos culturales de toda la historia de la humanidad. Separar la obra de su autor no es apropiado. Tanto para bien como para mal, porque un artista tiene más mérito si su accionar coincide con lo que defiende en sus producciones. Pero en lo negativo, no se puede escuchar con los mismos oídos a un cantante de baladas románticas que fuera del escenario golpea a su esposa, ni a un supuesto antisistema que es distribuido por las grandes disqueras transnacionales. No puedo mirar el arte sin tomar en cuenta los pecados de su creador.

Cada quien decide que consumir y evidentemente, por más blando que sea, nadie está por encima de la ley. Cada uno tiene su propia respuesta y definirá bajo sus propios filtros que hacer, sobre todo en un tema tan personal y ambivalente. Mi respuesta es que jamás será posible separar la obra del autor. La obra es el autor y el autor es su obra, por eso, para mí es imposible separarles.

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