2020

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Retomo el hilo de la reflexión en un país convulsionado, en un mundo expectante, en un universo lleno de misterios. Luego de más de tres años, la justicia finalmente se enfrenta con el ex presidente más descarado de la historia. Aquel cuyo cinismo lo llevó a sentirse predestinado, instalado sobre el bien y el mal, dueño de la verdad y amo del País.

Aquel que permitió todas las malas prácticas del poder, las perfeccionó y las elevó a niveles de corrupción nunca antes vistos en el Ecuador. La maquinaria montada por él y los suyos permitió y aupó el saqueo como una consecuencia obvia de la acumulación del poder.

Las consecuencias de su paso devastador por el gobierno se descubren a diario, pero el castigo se dilata en el tiempo para frustración y rabia del común de los ecuatorianos. Resulta vomitivo e impresentable que el gabinete presidencial esté en la lista de los delincuentes más requeridos por la justicia. Resulta vergonzoso ante el mundo que el matón de ayer se oculte en otro país para no enfrentar sus responsabilidades, y clame por una justicia que fue el primero en corromper.

Hemos perdido la cuenta ya de cuántos altos funcionarios de su régimen tienen cuentas pendientes con la justicia y el País, y se escudan en la impunidad, la desidia y la persecución política para no reconocer sus pecados.

El ejemplo viene de arriba, por supuesto. Y el Ecuador se vino abajo, por supuesto. El panorama inmediato es desolador. Una economía postrada, el desempleo creciente, un gobierno inmóvil, un escenario político deplorable. Quizás, como acontece cuando somos víctimas de un atraco, el shock posterior nos impide realizar a plenitud lo que ha pasado, y requerimos tiempo para asimilarlo.

No entendemos aún que el golpe fue fortísimo, y que es indispensable sentarse a repensar en el País. Que no podemos seguir divididos, llenos de odios, de paredes infranqueables y de intereses de grupo. Que es hora de olvidar las mezquindades y dejar de mirar con el lente deformado por las pasiones a un país que necesita a gritos reinventar su presente y su futuro.

No podemos seguir dependiendo del petróleo como única fuente de ingreso estatal. No podemos seguir cerrando las puertas al progreso cobijados bajo un mal entendido nacionalismo que nos impide avanzar. La distancia que nos separa de los países industrializados está convirtiéndose en un abismo, merced a lugares comunes y creencias caducas.

Estamos siempre buscando el lunar en los modelos exitosos para no reconocer que la apatía y el escepticismo son los grandes causantes del subdesarrollo en que vivimos. No queremos ir hacia adelante porque ello implica el esfuerzo de todos y no la varita mágica del demagogo. Y así, cada cuatro años, buscamos al redentor entre lo poco disponible, incapaces de discernir entre un estadista y un populista porque nos creemos más vivos que el resto, el voto vergonzoso nos motiva, y votamos en contra y no a favor de algo. Somos negativos, sobrados, indolentes y queremos que el País cambie sin hacer ningún esfuerzo.

Es hora de mirar de frente a nuestro fracaso y visualizar que nuestro futuro no será diferente hasta que no lo cambiemos. El mundo es el gran escaparate. Escojamos un modelo de éxito y apliquémoslo sin subterfugios ni envidias, sin ideología sino con praxis, para que retomemos el camino hacia el éxito, ese que está lleno de realizaciones y no de peros. Y así, podremos entregar a las nuevas generaciones un modelo de desarrollo y bienestar que haga sentido, no una teoría que se desbarate en la práctica. Eso es lo que el Ecuador demanda. Y es nuestra obligación hacerlo posible.

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