Lo que emigrar me ha enseñado

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Hace 573 días llegué a Ecuador desde Venezuela. Emigrar ha sido más que aleccionador. Ha sido empezar de cero y sacarme de mi zona de confort al máximo. Ha sido ver más allá de mi burbuja y conocer otras realidades. Me ha enseñado a desapegarme emocionalmente, pero también a valorar todo lo que solía tener. Me enseñó que hay comodidades que no llenan un corazón vacío, pero también que alcanzar nuevos sueños cuesta y esas son las decisiones que tenemos que tomar.

Me ha enseñado a nadar a contracorriente, a odiar la palabra resiliencia y a conectar con mis raíces y apreciar cosas que antes consideraba irrelevantes. Me enseñó que los golpes de la realidad a veces pueden más que tu voluntad de salir adelante y que así tu país de origen se esté derrumbando, la vida sigue. El show debe continuar. Me hizo entender que en mi país adoptivo soy un extraño y que, por más doloroso que suene, el poder de adaptarse está en mis manos.

Nadie tiene la fórmula perfecta para emigrar y adaptarse rápidamente. Algunos dicen que los primeros dos años son los peores, otros ni se plantean durar dos años, otros hablan desde la experiencia propia y banalizan el dolor de los demás y otros simple y llanamente tuvieron suerte. Muchos migrantes, cuando abandonan su país por razones socioeconómicas, de seguridad o de ausencia de oportunidades, sufren de lo que se llama la culpa del sobreviviente. Es esa eterna disonancia cognitiva donde tu estás bien, tienes tus necesidades cubiertas y gozas de distintas oportunidades, pero sabes que un montón de personas no han logrado escapar de esa situación y siguen sumergidos en la miseria.

A mí me pasa, me cuesta sentirme cómodo y disfrutar de mis pequeñas victorias cuando sé de tanta gente en Venezuela que la está pasando mal. Usualmente me reconforto haciéndome creer que lo que hago aquí también lo hago por ellos. Que soy un embajador que vino a representarlos y que carga con el peso de toda una bandera para dejar buenas referencias. En ocasiones funciona, en otras ocasiones es insalubre someterse a esa presión, sobre todo cuando yo mismo me la impongo.

Emigrar me ha enseñado que el pasaporte no determina absolutamente nada y que para ser un imbécil no hay que tener una nacionalidad específica. Que el lugar de donde vengo no me define, que soy y puedo ser mucho más que eso. Me ha enseñado a elegir mis batallas, a apreciar mis aciertos y aprender de mis errores. Emigrar me ha educado en todos los aspectos. Cuando pienso en el Samuel de Venezuela y el Samuel de Ecuador veo dos personas totalmente diferentes. Probablemente nunca vuelva a ser el mismo. Y eso es excelente, porque me ha hecho crecer como persona a pasos agigantados, pero también doloroso, porque nada más doloroso que te arrebaten tu vida en el lugar donde quieres estar y te veas forzado a irte.

Emigrar me ha enseñado a soltar, a intentar no vivir del pasado. A dejar de pensar en lo feliz que pude haber sido antes y pensar en qué necesito para ser feliz ahora. Me ha enseñado que quizás todos los días son grises, pero de lo malo también se aprende. Me ha enseñado a- mirar con dudas al futuro y no sentirme presionado por ello. A mirar a mis lados y sentir que no encajo, pero entendiendo que todo es un proceso y que siempre habrá gente decente dispuesta a ayudar. Me ha enseñado a encontrar mi propio valor, a estar solo con mis pensamientos, a llorar cada vez que escucho una canción de Voz Veis o de Simón Díaz y a sentirme orgulloso de donde vengo.  A no esconder mi ‘venezolanidad’, a no sentir vergüenza por venir de un país en conflicto. Me ha enseñado a definir quién soy, en qué creo, qué he venido a hacer y me ha desafiado innumerables veces. Ha puesto distintos obstáculos en mi camino que he logrado superar, algunos con daños, pero siempre con una nueva lección aprendida.

Me ha enseñado a no subestimar a nadie, a apreciar a la gente que me rodea y nutrirme del talento y de las buenas cualidades de los demás.  Emigrar me dio una lección de humildad enorme. Me hizo deshacerme de ese ombliguismo del que sufrimos muchos venezolanos, que pensamos que somos el centro del universo, y me enseñó que todos tienen problemas. Que la vida no es una competencia por ver quien sufre más y que cada quien lidia con su dolor de una manera diferente. Me enseñó a pedir ayuda, o por lo menos intentarlo. Me ha hecho querer a un país que nunca va a ser mío, a cuidarlo y preocuparme por él. A estudiarlo, a tratar de entenderlo y a apreciarlo. A querer a su gente, a deshacerme de prejuicios y a valorar a los que me rodean, independientemente del rol que funjan en mi vida.

Todos los días que he pasado en Ecuador han sido los días en donde mejor me ha ido en lo profesional, pero en donde peor me he sentido en lo emocional. Es difícil entender que uno extraña una vida en Venezuela que ya no existe. Que ya nada es como antes. Emigrar me ha hecho entender que soy un privilegiado por poder estudiar en Ecuador y que debo esforzarme el triple para exprimir esa oportunidad al máximo. Me enseñó que no podemos darles el poder a los políticos de condicionar nuestras vidas y que siempre podemos ser mucho más de lo que ellos quieren que seamos. Emigrar me quitó mucho. Me quitó amigos, familiares y momentos que probablemente nunca podré recuperar. Pero me dio mucho más. Me dio una segunda oportunidad en la vida. La oportunidad de reinventarme y de explotar mis capacidades. De gozar, por más que sea lejos de casa, de todo lo que una dictadura me quitó a mi y a mis compatriotas.

 Con todo y sus bemoles, emigrar me enseñó lecciones que probablemente no habría aprendido de otra manera. Con lo bueno y con lo malo, emigrar me enseñó a ser agradecido y valorar y atesorar cada momento, por mas pequeño que sea. Me enseñó que los xenofóbicos son unos pocos y que los tolerantes y comprensivos siempre serán más. Me enseñó que no está mal sentirse mal, siempre y cuando sea para sanar ese dolor y empezar a buscar el bien. Y finalmente, me enseñó que no importa el lugar de donde vengo, que mi pasaporte no pesa, que soy venezolano a mucha honra, que de Venezuela vengo y hacia Venezuela voy.

Más relacionadas