La Celestina

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Allá por los setentas, etapa mágica y jamás olvidada, nuestro profesor de literatura, consciente de la abrasadora curiosidad de la adolescencia, intensamente adobada por el despertar del erotismo, el interés amoroso y demás hierbas, nos introdujo en el tema con un libro titulado “La Celestina”, de Fernando de Rojas.

Poco nos importaba entonces la autoría del libro, el prestigio en su época, lo difícil del castellano antiguo, cuando al final de la lectura estaba lo más importante, esto es cómo lograr penetrar el misterioso mundo femenino.

Allí aprendimos la importancia del informante, de aquella persona que nos permitiría infiltrar los secretos del “enemigo”, conocer de primera mano sus sentimientos y utilizar esa valiosa información en la próxima reunión con presencia del objeto de nuestros suspiros. Cualquier persona que aportara con esa infidencia en nuestro beneficio era de inmediato recompensada con una amistad incondicional, un helado al gusto o una orden de papas en la fuente de soda, perversamente ofrecida con el afán de lograr más información o retorcer la existente ad-infinitum hasta que no quede duda alguna al respecto.

Y allí entendimos la importancia del chisme y de su correo: ¡La Celestina! ¡Qué importante fue, es y será el rol de la Celestina! !Cuántas relaciones se iniciaron luego de una frase al descuido, de un mensaje furtivo, de una sonrisa cómplice! Agradecimientos eternos o decepciones fugaces, lo importante era saber a qué atenerse antes del próximo movimiento.

En una época en que el orgullo era la única y mejor careta de la inseguridad, no ser ridiculizado era un imperativo. En los colegios mixtos, los amigos con mejor oído o mayor habilidad de infiltración eran fuertemente apreciados. Enseñaban técnicas, pasos de baile y sobretodo compartían su cercanía con las inalcanzables para quienes no tenían aún esas habilidades.

En los colegios de varones, cualquier nexo con el sexo opuesto era ampliamente aplaudido. Luego de las consabidas visitas después de clases a la casa de aquel compañero dotado de una o más hermanas, la posibilidad de departir unos momentos con ellas y sus amigas lo convertían en un elemento indispensable para el desarrollo de cualquier movimiento posterior. Con la cercanía, sabíamos que algún momento, al calor de una chimenea, una cola o un café, la conversación tenía que girar obviamente sobre el tema que, con torpeza de nuestra parte y con complicidad de la contraparte, iba a permitirnos explorar el terreno.

Cualquier referencia, mención o pregunta directa era suficiente para desencadenar un océano de pasiones inexplicables y apremiantes. El chisme, que según el diccionario, es el comentario o noticia no verificada que circula entre la gente, era el motor más poderoso de aquellas épocas, y seguramente de muchas otras.

Se lo mira con desprecio y molestia a veces, porque es de carácter negativo generalmente, pero en aquel entonces la influencia benéfica de la información era suficiente para esconder todo lo negativo. Por supuesto mucha maldad y muchas manipulaciones del sentimiento se lograron con el mismo instrumento, pero nuestra mente ingenua estaba dispuesta a creerlo todo. La esperanza es el más poderoso afrodisíaco para un adolescente.

Vaya pues mi homenaje al chisme, a sus ramificaciones y sus increíbles resultados, a su dolor y su alegría, porque formó y forma parte de nuestra vida, de nuestras relaciones humanas y de la comunicación cruzada y sinuosa que entrelaza los destinos de forma impensada pero siempre real e inatacable. Cualquier explicación racional a posteriori nunca tendrá tanta fuerza como la ráfaga inicial del chisme.

Hay que reconocerlo, comprenderlo y finalmente aceptarlo como lo que es: una fuerza de la naturaleza, diseñada por la imaginación, azuzada por la mala fe o la bondad de una Celestina, que finalmente produce un efecto inesperado y duradero. ¡Que así sea! Hoy la información está saturada de chismes, de los malévolos y calumniadores. Por eso quise recordar esa buena época para nosotros. Gracias al chisme, muchas personas unieron sus destinos y encontraron sus respuestas. Ojalá el recuerdo les arranque una sonrisa.

Más relacionadas