Guayaquil en terapia intensiva

Esteban Noboa Carrión

El mundo entero está viviendo una situación surreal. El coronavirus nos tiene en vilo cuidando nuestras vidas mientras guardamos tenues esperanzas de que esto acabe pronto y volvamos a la normalidad.

En el Ecuador, Guayas y Guayaquil se están llevando la peor parte. Con más de mil contagiados, la ciudad se ha convertido en un foco de contagio notable, no solo en el país sino en todo el continente.

Como si no fuese suficiente el duro momento que miles de familias guayaquileñas están atravesando, la ciudad ha tenido que aguantar embates, críticas y desplantes sin precedentes. No me refiero a los comentarios insignificantes en redes sociales o en chats que puede proferir un ciudadano común, a veces hasta con sentido del humor. Me refiero a voces autorizadas de opinión, políticos y servidores públicos. Sin ningún empacho, han emprendido una campaña de antagonismo en contra de Guayaquil.

Antes de seguir con el análisis, en este punto debo hacer una apostilla que en estos días resulta ser inexorable: estas palabras nada tienen que ver con los quiteños, con la quiteñidad, con la ciudad de Quito, con el Municipio de Quito, con las costumbres quiteñas, etc. Tienen que ver con el Gobierno central, que coincidentemente tiene su sede en Quito. Por tanto, si se es incapaz de separar ambas cosas, el problema no lo tiene quien escribe este texto.

Es así, que Fernando Carrión, experto urbanista asesor del Municipio de Quito, subió a su cuenta de Twitter dos fotos comparativas entre Guayaquil y Quito, en donde las calles de la primera estaban llenas de autos y las de la segunda estaban vacías, para comparar los resultados de la gestión de los cabildos y el acatamiento de las medidas por parte de la población. La una indisciplinada y la otra para un 10 en conducta. Alcaldes de Babahoyo, Santo Domingo y Cuenca, cerraron sus fronteras con la provincia del Guayas al punto tal que inclusive regresaron ambulancias que trasladaban enfermos con sospecha de estar contagiados. “Acá no vienen enfermos de Guayaquil”…

Y finalmente, una periodista de renombre de un canal de la capital nos dijo: “A la gente que tiene ‘madera de guerrero’, ¿dónde están? He recibido muchas sugerencias de personas de otras provincias de que pues, de alguna manera, los dejemos aislados ya que ustedes quieren ser tan indisciplinados, pues quédense allá con su indisciplina.” Parafraseando, si no se comportan, habrá que dejarlos morir. Paradójicamente, eso es lo que está pasando: nos están dejando morir.

El problema de todo esto no es lo que pueda decir una u otra persona. Eso es baladí. El problema real radica en que Guayaquil no tiene capacidad de atender sus necesidades. No porque no quiere, sino porque el sistema perverso bajo el que estamos organizados no la deja. Y lo mismo podría aplicar para cualquier ciudad de la periferia. Estamos en una crisis sin precedentes y resulta que las pruebas para la enfermedad deben trasladarse a Quito en carro para poder ser evaluadas. ¿Por qué? Cambian al Gerente General del Hospital del IESS en Guayaquil y encuentra 100 ventiladores abandonados sin usar. El Presidente del Directorio del IESS, desde Quito, responde que no tiene idea del asunto. Insólito. Tenemos a la Alcaldesa de Guayaquil quejándose de que el Gobierno central no cumple con sus propias competencias y disposiciones, primero dejando aterrizar vuelos en la ciudad y luego señalando que el Ministerio de Salud no realiza las pruebas necesarias, no contrata médicos ni se preocupa de atender a la gente que está muriendo en sus casas o en las calles de la ciudad. Es realmente trágico.

Históricamente, Guayaquil se las ha valido para subsistir a pesar del olvido del Gobierno central. Sus instituciones como la Junta de Beneficencia, la Cruz Roja, SOLCA, etc., han prestado los servicios básicos a la población que muchas veces el sistema de salud pública no está en capacidad de prestar. No obstante, la situación actual revela que estas no son suficientes. Hay que cambiar el modelo. Y dentro de ese modelo, Guayaquil y Guayas deben revindicar la necesidad de asumir las competencias de salud pública, seguridad social, educación, policía y recaudación local. Sin estas competencias, seguiremos a la deriva y nuestra capacidad de respuesta siempre dependerá del Gobierno central. Es hora de entender que esto es inaceptable.

Finalmente, quiero dejar claro que estas líneas no suponen oportunismo para introducir una agenda en el imaginario público nacional. No. La tragedia que nuestra ciudad está viviendo es la prueba final que se necesita para de una vez por todas darnos cuenta que el modelo que tenemos desde hace doscientos años no sirve y es insuficiente para atender las necesidades de la ciudad. La autoridad local es quien más las conoce y resulta inaudito que en estas instancias estemos a merced de lo que se decida por un Gobierno que se encuentra lejísimos y que no se entera de nada. O parecería que de muy poco. El desamparo no tiene perdón, peor si este cuesta vidas humanas.

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