El orden post-coronavirus requiere democracias fuertes

Luis Fleishman

Washington, Estados Unidos

El COVID-19 fue ante todo una pandemia. Fue así porque estamos viviendo en un mundo globalizado. La gente viaja más, ya sea por negocios o por turismo. Los aeropuertos están llenos. Los bienes y servicios materiales se trasladan de un lugar a otro rápidamente, como nunca antes había sucedido.

Las políticas proteccionistas y las barreras comerciales se fueron derrumbando poco a poco. Millones de personas han emigrado principalmente de sur a norte y de este a oeste en busca de nuevas oportunidades. Los países de Europa han visto desaparecer sus fronteras.

Pero el coronavirus plantea algunas preguntas sobre cómo debemos relacionarnos con el mundo. Por ejemplo, cómo reaccionaron los regímenes autoritarios, semi-autoritarios, iliberales y democráticos a las pandemias.

En China, donde supuestamente se originó el virus, la supresión de la información condujo a una propagación imparable de la enfermedad. Los médicos que primero denunciaron la presencia del virus fueron enviados a la cárcel.

En Hungría, el presidente Víctor Orban logró obtener poderes especiales para sí mismo. Podría gobernar por decreto indefinidamente, suspender las leyes y promulgar otras nuevas. Lejos de luchar contra el cornavirus, Hungría procedió a criminalizar a los periodistas por difundir “hechos distorsionados”, un término vago que permite que el gobierno pueda presentar su versión de la verdad— sea dudosa o no- sin ser cuestionado.

Del mismo modo, en Turquía cientos de personas han sido detenidas por lo que se llama “mensajes provocativos” sobre el coronavirus en las redes sociales. Esta acción ha disuadido a los médicos de hacer oír su voz, sea en público o incluso en privado.

Brasil y Egipto representan ejemplos patéticos. El Egipto de El Sisi en complicidad con los medios nacionales negó inicialmente la existencia de la enfermedad, negándose a abordarla incluso después de que se informara en Europa de que los turistas que viajaron a Egipto contrajeron el virus. En Egipto, al igual que en Irán, el gobierno difundió todo tipo de teorías conspirativas culpando a supuestos enemigos externos. Más tarde Egipto suspendió los vuelos internacionales y adoptó medidas adicionales para luchar contra el COVID-19, pero aun así sigue negando que los turistas corren peligro visitando el país. Se estima que el país ha declarado un número considerablemente menor de individuos infectados y víctimas del virus al número real.

En Brasil, un presidente democráticamente elegido pero iliberal, Jair Bolsonaro, ignoró inicialmente la propagación de la enfermedad, llamándola una “pequeña gripe”. Del mismo modo, se enfrentó con autoridades locales que decidieron imponer la cuarentena. Además, Bolsonaro abogó por volver a la vida normal, como si nada estuviera sucediendo ignorando la opinión de asesores y otros expertos.

Aun así, está claro que los regímenes autoritarios o semi-autoritarios, por diferentes razones, no dieron prioridad al bienestar de sus ciudadanos y de la sociedad civil. La falta de transparencia y los motivos ulteriores de estos líderes conducen a una nueva propagación global del coronavirus. Simultáneamente, la medicina, la ciencia y la salud pública fueron forzadas a sucumbir a la lógica política. La verdad y la transparencia han sido las principales víctimas

Es cierto que los instintos no liberales del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, lo han llevado a negaciones frecuentes y a transmitir mensajes inexactos. Trump también tuvo la tentación de desmantelar la Fuerza de Tarea sobre el coronavirus que la misma Casa Blanca creó, y frecuentemente cuestionó directa e indirectamente las opiniones de expertos. Pese a esto, la presión pública obligó a Trump a dar marcha atrás.

Del mismo modo, Inicialmente en Gran Bretaña, el Primer Ministro Boris Johnson restó importancia a la enfermedad, pero posteriormente, ante la evidencia y la presión pública, revirtió su postura.

Para la estructura del mundo de hoy, no existe un gobierno que pueda regular un orden global. Por lo tanto, las naciones dependen de la buena voluntad una de la otra.

Se dice que la globalización ha disminuido el papel de los estados nacionales. Los globalistas efectivamente han rechazado al Estado, alegando que es una barrera para el funcionamiento de los mercados.

Aunque, los estados a menudo pueden ser problemáticos, así como demasiado burocráticos, estos continúan siendo los principales organizadores de sociedades complejas y constituyen el único organismo que atiende a múltiples demandas, y coordina una enorme cantidad de elementos dinámicos.

Por lo tanto, en tiempos de pandemias, el gobierno es muy necesario. La empresa privada no tiene capacidad ni la voluntad de realizar las tareas que tradicionalmente pertenecen al Estado.

A la vez, como hemos demostrado, un estado democrático es más fiable que uno dictatorial o semidemocrático en condiciones de globalización. Esta es otra razón por la cual la promoción de la democracia debe seguir siendo un componente de la política estadounidense.

Específicamente, el comportamiento de China también lleva a uno a cuestionar si no sería mejor hacer negocios con naciones que son más responsables hacia sus ciudadanos y, por lo tanto, más responsables en general.

China se ha convertido en el principal fabricante mundial, y esto incluye productos de primera y vital necesidad como medicamentos, antibióticos y otros productos.

En Estados Unidos ya comenzó una conversación sobre la necesidad de producir en el país. Pero yo creo que también debería haber un debate sobre la necesidad de comerciar y trabajar con países que demuestren claramente niveles razonables de transparencia o sea que tengan un nivel de democracia aceptable.

El presidente Donald Trump apoya una política más nacionalista en la que la manufactura regresa a casa y el libre comercio internacional sea restringido, o condicionado.

Otros apoyan el libre comercio tal como lo conocemos, ya que la comunidad empresarial quiere producir barato y los propios consumidores desean comprar barato.

Algunos de los «independientes nacionalistas» creen que lo que sucede en otros países no es asunto nuestro y que tenemos que mirar hacia adentro.

Otros afirman que la dependencia de una China ambiciosa geopolítica y militarmente es un peligro existencial.

Y, por cierto, hay quienes que creen que cuanto más democráticos sean los países, más seguro será interactuar con ellos. En este caso, priorizar las relaciones con los países democráticos podría beneficiar la seguridad y el bienestar nacional de los Estados Unidos.

Es por eso que es necesario un diálogo serio en la era posterior a COVID-19.

Las divisiones republicanas/demócrata y Trump/anti-Trump deben dar paso a algo significativamente más positivo. Esto es una responsabilidad que ambas partes deben tomar. Pero este debate debería existir más allá de los Estados Unidos, más cuando tantas democracias se encuentran bajo la amenaza de corrientes anti-liberales y autoritarias.

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