Mario Vargas Llosa ‘retrata’ a Jorge Luis Borges

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

“La perfección absoluta no parece de este mundo, ni siquiera en obras artísticas de creadores que, como Borges, estuvieron tan cerca de lograrla”

Mario Vargas Llosa

Austeridad y genialidad son dos de las adjetivaciones que acompañaron a uno de los más grandes autores latinoamericanos del siglo XX. Cuando Jorge Luis Borges vivía en su modesto departamento en el corazón de Buenos Aires, y durante sus múltiples viajes por Europa, Mario Vargas Llosa pudo adentrarse en el mundo fantástico, poético, policíaco y metafísico de ese argentino universal. 

Borges, en su morada, está acompañado de un gato llamado Beppo y de su criada de nombre Salta que le sirve de lazarillo. En su hogar hay pocos muebles que están raídos y la humedad ha carcomido las paredes que poseen manchas ennegrecidas por el moho. El dormitorio de su madre es lo único que permanece intacto, mientras que el suyo no es más grande que una celda. Allí yacen estantes con libros y tigres de cerámica —el simbolismo borgiano por excelencia—. Sobre esta anécdota, Vargas Llosa en una entrevista precisó que nunca le perdonó por haber escrito sobre su casa.   

Borges no era un hombre apolítico pero sí era escéptico. No creía en los políticos y  detestaba a los militares y las guerras. Pero poseía sus principios ideológicos, uno de los más extraños fue su apoyo inicial a la dictadura del general Videla que acabó con el corto renacimiento de la democracia en la Argentina. Cosas de genios. Así mismo, cuando Jorge Luis Borges se puso del lado de Chile en un conflicto armado lo tacharon de “antinacionalista”. Esa era otra cosa que él odiaba: el nacionalismo. Estas son sólo una de las tantas asombrosas historias que el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Losa, va compartiendo sobre la vida de su admirado escritor (que tuvo un antes y un después tras la publicación del relato El sur) en Medio siglo con Borges: su último libro publicado en el sello Alfaguara.  

El mundo del argentino no estaba en las novelas, de hecho él mismo confesó a Vargas Llosa que no le gustaba mucho leerlas. Le molestaba la inclinación realista de ese género, por ello pasaba leyendo a cuentistas como Edgar Allan Poe y Henry James. Borges explicó en el prólogo de una de sus narraciones más famosas titulada El jardín de los senderos que se bifurcan, en la edición de 1941, su opinión sobre la prosa larga: «Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos». Mario Vargas Llosa, entonces, se hace la pregunta: ¿Son reducibles a una o a unas cuantas ideas el Quijote, Moby Dick, La cartuja de Parma, Los demonios

El cuento es condensable y gracias a su brevedad ha sido el género preferido por varios autores que se dedicaron a cultivarlo. Jorge Luis Borges, decía, que sus poemas no tenían un estilo lírico sino más bien que eran escritos en prosa. Es decir, sus versos se entrelazan entre sí como si fueran narraciones breves.

El mundo borgiano está plagado de su propia mitología. Pero lo impresionante es la utilización de términos que llegan al oído con rapidez tales como conjeturar o fatigar (como transitivo). Rubén Darío, el Príncipe de las letras castellanas, y Jorge Luis Borges —para el criterio de Vargas Llosa— perturbaron la prosa literaria española. Pero, asimismo, el Nobel peruano establece una diferencia: «Darío introdujo unas maneras y unos temas que de algún modo expresaban sentimientos de una época y de un medio social. La revolución de Borges es unipersonal; lo representa él solo; y de una manera directa muy indirecta y tenue al ambiente en el que se formó y que ayudó decisivamente a formar» (Medio siglo con Borges, Alfaguara: Madrid, págs. 51-52).

Este fantástico viaje por la vida de Jorge Luis Borges va culminando cuando éste tuvo a su cargo la selección de libros de una revista femenina llamada El Hogar. Aquí, el público no tenía ni la menor intención de leer literatura ni el gusto por la misma. Por ello, les resultaba imposible admirar los elogios que Borges realizaba a autores de renombre y sus obras más notables. A este episodio Mario Vargas Llosa lo tituló «Borges entre señoras».

Encontrarse así con Borges es como redescubrir, con el toque latinoamericano, los pasajes de las novelas de H.G. Wells, revivir el suicidio de Leopoldo Lugones mientras recorría las islas del Tigre, hallarse ante la prosa de Robert Louis Stevenson y recordar a Góngora y Quevedo.

En 1986, en Ginebra, mientras la vida se escapaba del cuerpo de Jorge Luis Borges, él le dijo a María Kodama que: «después de todo, no era imposible que hubiera algo, más allá del final físico de una persona».      

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