Nuevos combates entre manifestantes y la Policía en Quito

Manifestantes se enfrentan a la policía en una nueva jornada de choques este domingo, en Quito (Ecuador). EFE/ Paolo Aguilar

A pie o aglutinados en las tolvas de las camionetas, los ecuatorianos desafiaron este domingo el toque de queda decretado en la víspera por el Gobierno y volvieron a salir a las calles de Quito para manifestarse por miles en El Arbolito, el parque del centro convertido ya en un emblema desastroso de las protestas.

El Arbolito volvió a ser el escenario propio de una guerra, punto neurálgico del enfrentamiento entre los indígenas que lideran la protestas y los policías.

El parque ardió sobre quemado tras haberse despertado cubierto de cenizas, escombros, improvisadas barricadas hechas con adoquines y de fogatas aún humeantes que testificaban la violencia que se vivió el sábado, con un enfrentamiento que duró todo el día y se extendió por otras partes de la ciudad.

Desde temprano los manifestantes regresaron a El Arbolito, llegados desde distintas partes de la periferia de la ciudad. También venían del centro colonial de la capital, que estos días está casi íntegramente cerrado al tráfico por las barricadas puestas por la Policía para proteger el Palacio de Carondelet, pero en cuyos alrededores hasta las meretrices estaban en la calle sin temor alguno al toque de queda.

En los muros han pintado mensajes de resistencia con exabruptos a Moreno, algunos con fina creatividad como uno con la sigla FMI que decía «Fuera Moreno Inepto», en lugar de Fondo Monetario Internacional, al que culpan de las medidas de austeridad adoptadas por el Gobierno para un préstamo de 4.200 millones de dólares.

Por la cuesta de la calle Manabí bajaba junto a otras mujeres rumbo a El Arbolito Masa Arias, quien aseguró a Efe que el toque de queda «no se puede respetar».

«¿Cómo nos vamos a quedar en casa cuando nuestros hermanos indígenas están batallando y muriendo por nuestra gente? Tenemos que salir aunque nos muramos de hambre», afirmó Arias.

A pocos metros estaba Giovanni Padilla, dueño de un restaurante que desde hace casi dos semanas solo tiene como clientes a los policías que custodian uno de los cercos para proteger Carondelet, el palacio de Gobierno.

«Esto es un caos por ahora. Estoy de acuerdo con el toque de queda para que esto se normalice, porque en estos días hay muchos ‘malandros’ que especialmente quieren ingresar a nuestros locales», relató Padilla.

De vuelta a El Arbolito, el humo aún seguía emanando de la sede de la Contraloría, que el sábado, en el día más cruento de las protestas, fue asaltada por manifestantes y prendida en llamas.

Algunos curiosos se acercaban tímidamente a sacarle fotos, entre ellos un funcionario de esa institución. «Es una gran lástima. Tienen que castigar a los que han hecho esto», dijo a Efe el servidor público que no quiso identificarse.

Con lágrimas en los ojos también observaba el edificio Rubén Naula, uno de los miles de indígenas que llegaron a Quito la pasada semana para reclamar la derogación de un decreto que eliminaba los subsidios de los combustibles, la gran exigencia de esta protesta.

«Lloro de emoción por aquel poncho», respondió a Efe Naula mientras señalaba los mástiles que coronan la Contraloría, tres varas desnudas y sin banderas, menos una de ellas donde ondeaba un poncho granate, tradicional de su provincia, el Chimborazo.

«Quisimos tener una protesta para que el Gobierno nos tome en cuenta porque no somos unos apartados de la sociedad. Viendo la escena ahora es muy lamentable. Parece una guerra, pero hay mucha indignación. No pueden atacarnos así», comentó.

Naula aseguró sentirse burlado cuando Moreno dice que las protestas están fomentadas por el expresidente Rafael Correa y por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y afirmó que él está ahí «por convicción propia».

Mientras tanto, miles de personas se iban reuniendo, incluidas familias enteras con escudos de madera, cartones o antenas parabólicas, y lanzaban provocaciones a los policías, obligándolos a retroceder. De fondo sonaban tambores y «pututus», las cornetas de guerra de los incas, que anunciaban una nueva batalla.

A pesar de que había orden de que los antidisturbios no entraran a El Arbolito, las fogatas se reavivaron, la tensión aumentó y el enfrentamiento, que era ya una cuestión de tiempo, se volvió a dar, con gases lacrimógenos por un lado y lanzamiento de piedras por otro, y así van ya once días, con o sin toque de queda. EFE

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