La solapada vulneración de los derechos de las trabajadoras domésticas en Ecuador

Violencia física, psicológica, acoso y abuso sexual, impago de salario, condiciones de explotación, no afiliación a la seguridad social, son situaciones que afrontan a diario muchas de las 600.000 trabajadoras domésticas en Ecuador.

Muchas de ellas proceden del ámbito rural de donde emigran a las ciudades a una temprana edad y terminan trabajando en los hogares de «empleadas», como se las conoce popularmente.

Sin embargo, muchas no gozan de un empleo y sueldo dignos, y ni siquiera saben que sus derechos son vulnerados, pese a que en Ecuador existe desde hace años legislación que regula la materia y el país andino ratificó el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

«Hay 300.000 mujeres registradas oficialmente y se estima que el subregistro es del 50 por ciento», reveló a Efe Catalina Vargas, gerente de programas de CARE en Ecuador, una ONG internacional que trabaja en ayuda humanitaria y erradicación de la pobreza.

Su precaria situación será hoy el tema a debate en una jornada convocada sobre «Violencia y acoso en el lugar de trabajo», con la que esta ONG busca concienciar del problema de estas mujeres.

Vargas menciona que de las empleadas registradas, solo el 12 por ciento están afiliadas a la seguridad social y que 8 de cada 10, «ha reportado ser víctima de algún tipo de violencia» en el trabajo.

Entre las causas, están que quienes deben garantizar el cumplimiento de la legislación son los empleadores y muchos hacen caso omiso a la ley con el trasfondo «de una cultura de hace décadas que es casi esclavizante».

Al ser personas naturales y no estar asociados en patronal alguna no hay un marco de negociación formal con las propias trabajadoras, que tampoco suelen estar organizadas.

A esto se suma la falta de «un registro real que impide el seguimiento efectivo» de los abusos, destaca.

Y eleva la atención sobre un dato del vecino Perú, donde el 70 por ciento de los jóvenes inicia su vida sexual con su empleada doméstica, sin el consentimiento de ésta, un indicador que, afirma, es extrapolable a toda la región.

En América Latina 19 millones de mujeres son trabajadoras domésticas -600.000 en Ecuador– y la mayoría lo hace en condiciones de explotación, esclavitud y trata, según denuncian las ONG.

Además, el 95 por ciento de la fuerza laboral doméstica está integrada por mujeres que mayoritariamente no gozan de derechos laborales.

En Ecuador el salario básico unificado asciende a 386 dólares y de acuerdo a la legislación laboral el empleador o empresa debe abonar al trabajador otros dos salarios adicionales al año.

Lenny Quiroz, secretaria general de la Unión Nacional de Trabajadoras del Hogar y Afines, reconoce que ha habido algunos avances en el país, pero aún hay un abismo entre lo que dice la ley y su cumplimiento.

«Queremos sensibilizar a los empleadores de esta problemática», afirma, convencida de que la información incidirá también en las trabajadoras y reducirá su situación de indefensión.

«Por ejemplo, las compañeras venezolanas están emigrando más al país. Este trabajo nos atañe a todas, por eso queremos que conozcan la ley para que no sean explotadas», defiende.

El 60 por ciento de la fuerza laboral doméstica está formada por migrantes internos y transfronterizos, y hay más niñas menores de 16 años que en cualquier otra categoría de trabajo infantil, censuran.

Uno de los principales temas a debate es el del acoso sexual, que tiene como principales víctimas a las más jóvenes.

Testimonios dan fe de que este tipo de abusos se producen en una situación de extrema indefensión en hogares donde la figura masculina juega un papel dominante.

«Cuando llegó la noche, el Señor me dijo que tenía que dormir con él. Yo no podía decir nada porque nadie me iba a creer», relata una joven trabajadora que dejó su hogar a los 12 años para convertirse en empleada doméstica.

Anita Lucía Lara, de Mascarilla, provincia del Carchi y representante del colectivo afroamericano de Ecuador, apunta además el fenómeno del racismo: «No solamente nos acosan, sino que también nos discriminan por nuestro color de piel, por la edad, etc».

Madre de cuatro hijos, trabaja desde los 16 y arguye que «tanto el empleador, como la empleada merecemos trabajar a la par porque los dos nos necesitamos».

No esconde las míseras condiciones que muchas afrontan y que empiezan por precarios salarios.

«Tú eres la primera en levantarte y la última en acostarte, en algunos casos descuidas a tu familia para cuidar otras, te separan la vajilla, no puedes comer en la mesa de los patrones, tienes un cuarto que es la bodega expuesta a contaminaciones de todo tipo», lamenta.

Pero cree que juntas podrán alertar sobre su situación al defender sin paliativos, «nosotras no somos vulnerables, son las condiciones las que nos ponen en este sitio». EFE

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