Opinión

El ascensor

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Uno de los prodigios del mundo urbano es juntar civilizadamente a una decena de desconocidos en un cajón cerrado de dos metros cuadrados, suspendido de unos cables de acero que nadie ve ni por cuya calidad de instalación y mantenimiento se pregunta, aunque el habitáculo acuse desgaste. En este cubo flotante se apresuran a entrar, como si perdieran el único vuelo a los pisos superiores, y aún a riesgo de experimentar la compactación propia de las sardinas en una lata -hálitos incluidos-, gente de toda laya, oficio, estilo y posición en la jerarquía, porque en el ascensor todo es cuestión de jerarquía: unos llegan primero y otros se quedan fuera; unos suben a pisos inferiores y otros se encumbran a lo más alto, no hay igualdad posible; unos llevan pesados fardos, visibles en forma de encomiendas o comida a domicilio, o casi invisibles en la conciencia, bajo cuyo peso se encorvan los hombros o se enturbian las miradas.

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