
Hugo Chávez


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Un buen lugar para morir: la alcantarilla
La historia de Libia ha sido trágica, Muammar Gadafi, un déspota que gobernó de facto durante 42 años dejó un legado tenebroso en ese país, conocido por la comunidad internacional por su excentricidades y su apoyo al terrorismo; manejó Libia como si fuese de su propiedad, sus hijos, formaron parte de los abusos del poder, Gadafi amasó una colosal fortuna a costa de la inmensa producción petrolera, mientras el pueblo se sumía en la más absoluta pobreza. Se sabía que al menos dos de sus hijos se preparaban para sucederle. Según el diario español El País, Gadafi cumplió hasta el último precepto del manual del buen tirano (42 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), y le dio un toque exquisitamente cínico al oficio de dictador.

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La mala hora de los camaradas
No ha pasado mucho tiempo desde que Gadafi y Hugo Chávez posaban juntos para las fotos con sonrisas victoriosas que intentaban reflejar que este era su momento, que su poder basado en el petróleo era indestructible, que el mundo debía reparar que el nuevo eje político marcaría rumbos por ellos marcados.
No ha pasado mucho tiempo desde aquello. El jueves, Gadafi fue ejecutado y su muerte grabada queda como un testimonio sangriento para la historia, uno más, de una muchedumbre con ansias infinitas de venganza ante el tirano que les desgració sus vidas por cuatro décadas.

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