Los silencios en el documental de Roldós

Andrés Cárdenas Matute
Quito, Ecuador

Al final de La muerte de Jaime Roldós, en el epílogo, conocemos a Javier Tramontana, un guayaquileño que durante toda su vida registró los avances del país en cintas de video. Soñaba con algún día llegar a construir la historia del Ecuador. Ese hombre mayor, de cabello blanco, guayabera y voz grave, cuenta que grabó en junio de 1959 la represión a estudiantes por parte del gobierno de Camilo Ponce. Pero, como aquel presidente le “ayudó mucho y creó el cine en el Ecuador”, no la hubiera incluido en su producto final. En este punto Manolo Sarmiento, director y guionista, reflexiona en voz del narrador: “Al escribir la historia sobre todo decidimos lo que olvidaremos. Todo depende de quién recuerda. Cómo sería la historia del Ecuador si hablaran nuestros silencios”.

Bajo esa perspectiva hay que ver La muerte de Jaime Roldós en un país cinematográficamente ingenuo que no está acostumbrado a ver documentales. Sin duda es un trabajo excelente de investigación: el equipo viajó durante siete años entrevistando gente, recolectando videos inéditos, abriendo archivos de militares, atando cabos. Sin duda es un trabajo excelente de guión: busca un posible inicio al accidente que terminó con la vida del Presidente, cuenta la faceta política del suceso, cuenta la faceta familiar del suceso, cierra reflexionando sobre la validez de la reconstrucción histórica y con palabras del mismo Roldós sobre la muerte. Pero el espectador no se da cuenta de que lo que ve no es el cubo sino una arista. No se da cuenta de que lo que vio en la pantalla  no es la verdad sino una posible verdad.

Frente a la conocida decisión de Supercines de no rodar el documental en sus salas he escuchado argumentos como “tienen que pasarlo obligatoriamente, porque es un documento imprescindible en nuestra memoria histórica”. Imprescindible son las fuentes primarias. Lo demás son interpretaciones, unas mejores que otras. Y es peligroso cuando una interpretación se le toma como versión oficial.

Un documental puede sembrar dudas mostrando varias hipótesis o puede ofrecer certezas mostrando una respuesta que necesariamente significará silenciar las otras. Ambas opciones son legítimas. Y esto es La muerte de Jaime Roldós: una excelente pieza cinematográfica que nos ofrece un camino. Ya sea la existencia del Plan Viola, las diferencias de Sorroza con Roldós, o la falta de colaboración de Hurtado con las investigaciones, todos los indicios que se nos ofrece apuntan a una sola posibilidad. En el documental no existen voces disidentes porque, según Sarmiento, “esa otra versión ya es conocida”.

Hablar sobre las presiones que está ejerciendo el gobierno a Supercines mediante varios ministerios y secretarías es injusto con el trabajo detrás del documental. Es lógico que hayan recibido ayuda oficial porque es la única manera de hacer cine acá. Sin embargo, ser abrazado por el gobierno, como está sucediendo, es la peor publicidad que puede tener La muerte de Jaime Roldós. Los silencios de un guión privado son opción. Los silencios del poder son engaño.

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