Diario desde la zona cero (II)

Jueves 21 de abril

La destrucción en Jama es terrible. Me impacta más que la de Pedernales,en gran medida porque es una pequeña ciudad con la que estoy más familiarizado. Jama mantenía el ambiente del viejo Manabí, con casas de madera, celosías y portales. Eso la hacía atractiva. La implacable modernidad ­—una modernidad de cemento y bloque— las iba destruyendo de a poco, pero algunas aún permanecían. Hoy muchas de las viejas casas han pedido su centro y se inclinan hacia uno u otro lado.

El Municipio está en ruinas. Sus columnas —estilo grecolatino del trópico— no pudieron impedir que colapsara la planta alta. El moderno edificio en que funciona el Registro de la Propiedad y la oficina de cobros de la Empresa Eléctrica tiene serios daños en un costado, al igual que el colegio, todavía en construcción, a cargo de una empresa china. Destrucción por donde se mire. La misma sensación de un sismo que elige a quien golpear. Casas que en medio de la devastación permanecen en pie. Es lo que veo por fuera. Pocas familias permanecen aún en sus viviendas, otras han armado improvisadas carpas en los portales. Jama es una ciudad abandonada o por ser abandonada.

Equipos del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, del Comando de Ductos —nuevamente del Municipio de Quito— y del Consejo Provincial de Manabí retiran escombros. También hay trabajadores de la EMAP de Quito. Me los cruzo en el comedor que organizamos el martes, dirigido por Asu (Asunción) una mujer de Jama con un espíritu extraordinario.

Nos encontramos con la avanzada de la cooperación internacional. Evalúan la situación junto a un par de funcionarios del Ministerio de Salud: «En Quito están en las nubes», comenta uno de ellos. Así debe ser: «En las nubes…».

Vamos el hospital. Requerimos algunas medicinas para enfermos crónicos. Nos atiende el director, un joven médico. Personal de salud, trabajadores municipales de todo el país, bomberos, policías, militares y voluntarios civiles son los rostros de la solidaridad. El gobierno central se reduce a Salud y Fuerzas Armadas, tan maltratadas por el Gobierno.

Por cierto, quiero ver cómo quedó el museo de Jama y su pequeña y valiosísima colección de arqueología Jama Coaque. El edificio se mantiene en pie. Pregunto al guardia sobre el estado de sus preciosas e invaluables piezas arqueológicas. Me comenta que nadie ha pasado por allí y que hable con el alcalde. Le digo que el edificio municipal se encuentra en ruinas. Responde que lo busque, que anda por ahí. Es imposible hallarlo en el caos y desolación de una ciudad destruida. Cruzo los dedos. Espero que la colección de remeros, inestimable, se haya salvado. No puedo permanecer más tiempo en Jama. Tenemos nuestras tareas.

Es, sin duda, una situación paradójica. El Estado está presente, pero parece que no hiciera nada. La magnitud de la tragedia lo ha superado. Es la percepción desde los márgenes.

Los helicópteros van y vienen; sin embargo; no llega ayuda sistemática. Tal vez algún ministro hace un tour aéreo en una zona de catástrofe. Me imagino que no piensa en lo que sucede en tierra, sino en lo que dirá a los medios y en la máscara que deberá utilizar. También pienso en lo útiles que serían los helicópteros que por una compra teñida de sospechas, hoy no pueden volar: más ministros podrían echar un vistazo al desastre y decir «Estuve allí».

Anochece. Tengo la impresión de que ha pasado un siglo desde que llegamos a Don Juan el lunes por la noche. Además, comienza a llover. Los lugareños dicen «brisar». No para. El kindle me salva. Leo a Federico García Lorca:

¿Por qué te perdí por siempre

en aquella tarde clara?

Hoy mi pecho está reseco

como una estrella apagada.

Es el verso final del poema Alba, escrito en 1915. Las réplicas son particularmente violentas. Pero el cansancio vence y el sueño llega.

Labores de demolición en Pedernales, el 24 de abril de 2016. APIFOTO/JUAN RUIZ
Labores de demolición en Pedernales, el 24 de abril de 2016. APIFOTO/JUAN RUIZ

Viernes 22 de abril

Bahía de Caráquez. Dos sismos en 20 años. «Mucho peor que el del 97», dice el hijo de Humberto, un amigo. Su casa está en pie. La casa de sus vecinas no corrió la misma suerte y es derruida. Cuatro mujeres miran la escena y lloran. Queda un terreno baldío y un montón de madera y ladrillos. Voy hacia la avenida principal. En las paredes observo que se han pintado unas siglas y un número. Indago. Es el nivel de daño de las edificaciones. Pregunto quién lo hizo. Responden: «Un equipo venezolano». Consulto si tienen experiencia en evaluación de sismos. Nadie responde. ¿Es un rumor el de los venezolanos? Aquellas signas determinan el destino de las casas y edificios afectados. Siento que existe premura. No sé si la premura está técnicamente sustentada.

Es tarde, la noche se acerca. La ciudad está vacía. Al igual que Jama y Pedernales. Los que tienen familiares en Leonidas Plaza se han ido hacia buscando cobijo. Allí la tierra no tiembla, la energía eléctrica se ha restablecido y las tiendas y panaderías están abiertas. En Bahía, oscuridad y silencio. Una joven pareja saca sus pertenecías y las coloca en dos bicitaxis, típicas de Bahía. El malecón está vacío. Me hacen falta las risas de los niños, la música, los jóvenes, las voces de la gente. Escucho el sonido de las olas; un mar tranquilo, indiferente. Una bandada de golondrinas revolotea sobre el lugar, probablemente perdieron su lugar donde pasar la noche: los cables de luz al frente de almacenes Tía.

El colegio Eloy Alfaro tiene serios daños en la parte frontal. ¿Quién está a cargo de la «repotenciación»? La misma empresa china del dañado edificio del colegio de Jama. Desde los márgenes de la tarde que se hace noche, pienso en que somos nosotros quienes financiamos la obra. Probablemente, se hace con algunos de los tantos préstamos chinos. Sobre la acera un enorme letrero: «La Revolución ciudadana financia esta obra». Me gustaría fotografiar pero la batería de mi celular está agotada. El sismo ha golpeado fuerte el edificio y a la Revolución que debía durar trescientos años. Pero esa es otra historia. Más allá, en una pared, un grafitti recién pintado: «¡Levántate, Bahía!».

Bahía vuelve veinte años atrás. En todos los sentidos. Después del sismo del 97 o 98, no recuerdo, le llevó diez años a la ciudad y su gente, recuperarse. Se reinició el turismo y la construcción. También se convirtió en referencia para jubilados norteamericanos y canadienses. ¿Permanecerán? Lo dudo. Basta mirar hacia lo alto y ver los edificios cuarteados, algunos seriamente afectados, a la espera de la sentencia de los expertos venezolanos.

Militares en la zona de Pedernales, tras el terremoto, el 24 de abril de 2016. APIFOTO/JUAN RUIZ
Militares en la zona de Pedernales, tras el terremoto, el 24 de abril de 2016. APIFOTO/JUAN RUIZ

Sábado 23 de abril

Volvemos a Bahía. Hay un par de tareas que debemos cumplir. El tráfico ha aumentado. Autos, camiones, camionetas con placas de todo el país, vehículos de los municipios de los más alejados lugares, también caravanas de motociclistas. Llevan ayuda: lo que creen que la gente necesita. Un país que anhela hacer algo por los suyos. Con su presencia quieren decir: estamos con ustedes.

Hacemos lo que teníamos que hacer. Cae la noche. Desde el malecón que da al estuario, se ven las luces de San Vicente y del puente de los Caras. La oscuridad y la soledad nos rodea. Partimos hacia Quito. ¡Adiós, Bahía!

Es noche cerrada. Un torrencial aguacero se desata a la altura de Camarones. El cielo se ha abierto sobre nuestra cabezas. Recuerdo las tempestades amazónicas. Pero aquellas son breves, esta se percibe eterna. Pasamos Coaque, luego Pedernales, Estero Seco y Puerto Nuevo. Llueve y llueve: un cielo inclemente. ¿Cómo sobrevivirán las miles de familias que perdieron sus viviendas bajo las improvisadas carpas de plástico?

Dejamos atrás la zona de desastre y una normalidad de ficción se despliega ante nosotros: familias en sus casas, ven la televisión y, a pesar de la lluvia, una calma sospechosa nos rodea. ¿Vivimos realmente lo que vivimos? ¿Fue un mal sueño? En La Concordia amaina la tempestad. Preguntamos sobre las rutas y elegimos la Santo Domingo-Aloag. Llegamos a Quito a la madrugada. Algo se ha roto en mi vida, algo que me hace dudar de lo que ahora me rodea: mi casa, mi perro, mi cama, mi baño con agua caliente.

Una familia afuera de una tienda en un centro de refugio para los damnificados del terremoto, hoy, domingo 24 de abril de 2016, en Pedernales (Ecuador). El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) trabaja en la zona afectada por el terremoto de Ecuador con la preocupación de que no queden grupos "invisibilizados" en la distribución de ayuda humanitaria, entre ellos las personas en situación de refugio. EFE/José Jácome
Una familia afuera de una tienda en un centro de refugio para los damnificados del terremoto, hoy, domingo 24 de abril de 2016, en Pedernales (Ecuador). El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) trabaja en la zona afectada por el terremoto de Ecuador con la preocupación de que no queden grupos «invisibilizados» en la distribución de ayuda humanitaria, entre ellos las personas en situación de refugio. EFE/José Jácome

Domingo 24 de abril

Leo las noticias. ¡Atún versus carreteras! ¡Impuestos a cambio de sabatinas! ¡Aquí no pasó nada! Las circunstancias demostraron que al hombre no le dio la talla: el país le quedó grande. Hay un hecho: no hay recursos para la reconstrucción. La única gran idea: subir impuestos. La gran farra terminó. El sismo desnudó al rey y a su séquito. Eso ya no importa. Queda la gente y su lucha diaria por vivir, o sobrevivir, por pasar este día, con una lata de atún y volver a comenzar, como lo ha hecho siempre.

En poco más de un mes arranca el año electoral. El gobierno —y especialmente quien hace de cabeza que es el que piensa, decide y habla— debe entender que está de salida y que el show ya no puede continuar.

El presidente Rafael Correa, en la sabatina del 23 de abril de 2016. Captura de pantalla de la transmisión del portal oficial El Ciudadano.
El presidente Rafael Correa, en la sabatina del 23 de abril de 2016. Captura de pantalla de la transmisión del portal oficial El Ciudadano.

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