
Guayaquil, Ecuador
Hace unos días, un joven librero de Quito denunció públicamente haber sido amenazado de muerte por vendedores de droga, quienes le conminaron a cerrar su negocio, ubicado en las calles Amazonas y Pinto, en el centro-norte de la capital.
Que las bandas criminales controlan ciertos territorios de Quito es algo que todos sabemos. Que las libertades de empresa, movimiento y residencia de los quiteños han sido menoscabadas es algo que todos hemos sentido. Lo que no conocemos es la política municipal para revertir esta situación. Y, si es que tal política hubiera, qué papel juega en ella la cultura.
Los criminales desprecian la alta cultura, uno de cuyos principales difusores son las librerías. Ellos quieren bachata y reguetón. El pueblo los pide. Y los empresarios musicales y las propias autoridades lo alimentan espiritualmente con bachata y reguetón.
Si el pueblo se alimenta de esta manera no es extraño que los analfabetos funcionales lo dominen, pues analfabetos funcionales son los políticos y criminales y hacia el analfabetismo funcional nos ha conducido un sistema educativo paupérrimo, que no deja de degradarse. Alegría Crespo, la ministra de educación, ni bien llegada a su cargo ha aportado lo suyo para empeorar la situación educativa del país. Ha decidido eliminar la pérdida de año de segundo a séptimo grado de educación básica, argumentado que “la repitencia afecta emocionalmente a un estudiante, afecta a la familia, y (que el ministerio quiere evitar) esos escenarios innecesarios en muchos casos y, pues, necesarios en otros”. Así es su potente lógica.
Si alguien propusiera enseñar latín en el bachillerato y en la universidad, le acusarían de loco o retrógrado. Y sí, ese alguien estaría retrocediendo a los siglos XVIII y XIX, en los que el proyecto ilustrado estuvo vigente, o incluso más atrás, a los siglos XV y XVI, al Renacimiento, época en la que se sientan las bases de la Ilustración y el Humanismo, cuyos ideales y valores, ahora, en el siglo XXI, han sido prácticamente abandonados, porque este es el siglo de la bachata y el reguetón, y de los derechos de las piedras, los ríos y la mala hierba.
Sobre la manera de enfrentar la criminalidad con la alta cultura sería bueno saber qué proponen las universidades. La respuesta ya la conocemos: nada. Empeñadas en reproducir las ideologías de moda y en formar a los nuevos inquisidores, esos curas y monjas laicos con piercing en la nariz, han abandonado la que, para Ortega y Gasset, es la misión principal de la universidad: la transmisión de la cultura, entendida como “el sistema vital de las ideas en cada tiempo”.
Contra los nuevos oscurantismos académicamente legitimados; contra la “autenticidad”, es decir, el imperio de la ignorancia y la grosería; contra la idolatría antihumanista que pretende que las piedras, los ríos y las plantas tienen derechos y que un hombre vale tanto como una lombriz, sin darse cuenta de que, en este punto, su ultrismo coincide con la valoración que el crimen organizado hace de la vida humana, una vida que, en el mercado criminal, no cuesta más de cincuenta dólares; contra todo esto se levanta el proyecto ilustrado.
Imponer la enseñanza de cívica y valores en el sistema educativo, como acaba de disponer la Asamblea Nacional, de poco sirve. Hay que recuperar el proyecto ilustrado. Y, de acuerdo con este proyecto, reformar la educación entera en el país. Demasiada sangre ha corrido bajo los puentes como para suscribir el optimismo antropológico de los viejos maestros. De necesidades, pasiones y emociones está hecho el hombre, y por eso, no se trata de negar el cuerpo, pero sí de reconocer que el hombre también está hecho de razón. Y que solo ella, la esencia del proyecto ilustrado, puede impedir que no seamos más que un atado de instintos y emociones que reacciona maquinalmente a los estímulos de los que nos gobiernan y de los que quieren vendernos algo.