
Bogotá, Colombia
La OEA no sirve para nada. Una institución que debería defender los valores democráticos y ser además el escenario de discusión sobre los grandes temas que afectan a la región, hoy es un epicentro de burocracia que solo quiere sobrevivir, y de una pequeña política en la que cada país juega a lo suyo, sin importarle la región o los valores que sustentan la democracia.
Las últimas declaraciones del nuevo secretario General, Albert Ramdin, de Surinam, que revive la discusión de una negociación con la dictadura de Venezuela y olvida las elecciones del 2021, muestra cómo esta entidad perdió totalmente el rumbo.
La última vez que esta entidad hizo algo de valor fue en el 2001, cuando los países firmaron la Carta Democrática que pretendía ser una hoja de ruta en defensa de los valores de la libertad que, supuestamente, debían prevalecer en la región.
Entonces había una dictadura, Cuba; hoy hay tres, con Venezuela y Nicaragua sumados a este grupo. Esto, sumado al gran deterioro de los valores de la democracia en la región en estas dos últimas décadas muestra dos cosas: primero, que la OEA no sirve para nada y que no tiene cómo defender lo que los países firman, y, segundo, que quienes quieren destruir los valores de la democracia usan esa entidad para encubrir lo que hacen.
Es tan inútil esta entidad que otros grupos como el Celac, Unasur o el Caricom, para no hablar de los Brics, hoy juegan un papel más relevante que la misma OEA. Quizás la crisis que hoy se creó con la amenaza de Estados Unidos de desfinanciar a la organización e incluso de salirse de ella pueda ser el comienzo de una nueva entidad que tenga unos objetivos claros y unos mecanismos efectivos para implementarlos.
Tristemente, las instituciones del sistema que tenían los poderes para defender esos valores acabaron tan cooptados por la izquierda que perdieron su credibilidad frente a importantes sectores de la sociedad tanto de América Latina como de Estados Unidos y Canadá.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) fue un valioso instrumento para proteger derechos durante las décadas de las dictaduras en la región. Sin embargo, cuando la democracia se afianzó en el continente, esta entidad, y de cierta manera, aunque menos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, continuaron su manera de actuar, y las decisiones para actuar sobre casos eran unas con el afectado de izquierda y otras con un afectado de derecha.
Gustavo Petro, cuando era alcalde, utilizó a la CIDH para evitar una decisión del procurador en su contra. En semanas, esta entidad decidió a su favor. Álvaro Uribe lleva años presentando los abusos de la justicia en su caso y la CIDH ha guardado silencio. Esto es apenas un ejemplo de muchos que deslegitiman a estas instituciones.
¿Será esta crisis el fin de la OEA? Difícil saberlo, pues el presidente Donald Trump dice una cosa un día y dice lo contrario al otro. Sin embargo, con Marco Rubio como secretario de Estado, hay una increíble oportunidad de transformar la OEA en una entidad que de verdad sirva o, en su defecto, crear otra que cumpla la función fundamental de defender la democracia. La Carta Democrática, en la OEA o en otra institución, es un buen principio al que se le deben sumar mecanismos certeros y efectivos que la hagan cumplir.
Hoy, la democracia en la región tiene muchas amenazas: el narcotráfico, la migración ilegal, la invasión económica de China y el populismo. Una nueva institución, o la supervivencia de la actual OEA, debería tener previsiones sobre todos estos temas que tuvieran consecuencias claras en caso de incumplimiento. ¿La zanahoria? Estados Unidos tiene que poner temas sobre la mesa, lo que hoy es cuestionable que suceda dado el clima político, como un verdadero libre comercio con Estados Unidos, ayuda económica seria, ya que la de la USAID desapareció, condiciones favorables para créditos a través de la nueva entidad creada en reemplazo a la OPIC, el Development Finance Corporation (DFC), e incluso ayuda a las empresas americanas que salgan de China y se instalen en la región.
El clima está dado, pero se necesita que USA tenga una agenda real hacia América Latina. De ahí la importancia de Marco Rubio, quien tiene el poder de poner esta discusión sobre la mesa. Una verdadera política regional con instituciones fuertes, con objetivos claros y con mecanismos claros de ‘enforcement’, podría ser la herencia histórica de Trump y de Rubio. Soñar no cuesta nada.
¿Y la contraprestación de los países de la región? Primero, la defensa del Estado de derecho, la separación de poderes y de las libertades que caracterizan a la democracia. Segundo, una lucha frontal contra la ilegalidad y la criminalidad, con características regionales y con resultados y objetivos concretos. Tercero, un manejo de la migración coordinado entre los países, con reglas claras que acaben con la ilegalidad. Cuarto, reglas de primera opción en minerales y en inversión para empresas de la región, para controlar y consolidar líneas de producción y cadenas de suministro que favorezcan a los países que integran este bloque económico y político.

En fin, hay mucho que dar y mucho que recibir, pero lo cierto es que la OEA, como está hoy, es un malgasto y un desperdicio. Sin embargo, también es una gran oportunidad si se plantea una transformación radical con los elementos aquí descritos. ¿Otras ideas? Muchas. Ojalá, Trump y Rubio entiendan el momento que hay y que quienes no quieran pertenecer a esta organización, o a una nueva, sepan el costo que tendrían que asumir.
La defensa de la democracia regional debe costarnos a todos y es hora de pagar la cuenta, asumir los costos y recibir los beneficios. ¿Iluso? Quizás, pero en este momento de ruptura hay una gran oportunidad.