Sister Hong presidente: entre la cama, la urna y el abismo

René Betancourt

Quito, Ecuador

Una peluca, un filtro de belleza y algo de ingenio bastaron para que cientos de hombres cayeran en la trampa de “Sister Hong”, alias de Jiao, un hombre de 38 años que se hizo pasar por mujer para seducirlos, filmarlos secretamente y vender las grabaciones por internet. En su apartamento, había instalado cámaras ocultas para registrar los encuentros íntimos, que luego compartía en un grupo privado mediante suscripción de 150 yuanes (unos 20 dólares).

El caso, ocurrido en China, revela una verdad incómoda que no reconoce fronteras: el consentimiento basado en el engaño no es consentimiento, sino una ilusión construida. Lo perturbador no es solo el crimen, sino lo fácil que resulta vulnerar la dignidad cuando el abuso se disfraza de deseo.

Lo más inquietante vino después. Cuando las víctimas descubrieron que aquella mujer de voz dulce y blusa floral era en realidad un hombre con cámaras ocultas, muchos no huyeron. Algunos regresaron. Otros se sumaron más tarde, convirtiéndose en suscriptores del contenido. De esa mezcla de desconcierto, resignación y deseo, nació la frase viral que resumió el escándalo: “Bueno, ya estamos aquí.”

Y no, no es solo una broma internáutica. Es un síntoma generacional: una cultura que ha hecho de la ironía su refugio y de la resignación su estado natural. Una generación que prefiere burlarse antes que enfrentar el engaño, justificar antes que asumir que fue cómplice. Ante el abuso, se esconde tras un meme. Frente al fraude, responde con sarcasmo.

Tomar postura exige incomodarse, abandonar el rol de espectador. “Ya estamos aquí” no es solo una frase: es el eslogan emocional de una época que confunde pasividad con sofisticación y aceptación con madurez.

Y ese “ya estamos aquí” no se limita a lo íntimo. También retumba en las urnas. Votamos por los mismos que ya nos traicionaron, con el consuelo de que «al menos robó, pero hizo obras» (o “tenemos carreteras”) o «mejor el diablo conocido». Como si la corrupción se pudiera maquillar con concreto. Como si repetir errores fuera más sensato que exigir decencia.

Entonces, Sister Hong presidenta, ¿no?

Al menos ella (¿él?) se tomó el trabajo de construir cuidadosamente un personaje. Hubo peluca, historia, puesta en escena. Un mínimo esfuerzo por engañar. Otros ni eso: llegan sin máscara, con el cinismo tatuado en la cara, y aun así reciben aplausos, votos y reelecciones. No prometen, no se esconden, y aun así les creemos. Y cuando nos vuelven a traicionar, repetimos, como si fuera un mantra de resignación: ya estamos aquí. Como si admitir el desastre fuera suficiente para justificar la complicidad.

El caso de Jiao revela algo más crudo: muchos consintieron después del engaño. No porque el daño desapareciera, sino porque era más fácil adaptarse que confrontar. Más cómodo resignarse que admitir que el deseo fue manipulado. ¿Te suena? Nos pasa con el poder también.

Nos venden esperanzas vacías. Se burlan de nuestras expectativas. Y, en lugar de exigirles cuentas, buscamos razones para seguir con ellos. Porque reconocer que fuimos engañados es difícil, pero aceptar que elegimos quedarnos, duele más.

En redes, Sister Hong se volvió ícono pop: memes, tutoriales de maquillaje, productos. La humillación, convertida en mercancía. Todo muy divertido, hasta que uno recuerda que detrás hay rostros, nombres, vidas expuestas. Pero claro, ya estamos aquí.

Esa frase, que parece ligera, es una trampa. Paraliza la indignación, normaliza la inercia. Nos hace cómplices de lo que en otro contexto habríamos condenado.

¿Conoces a algún(a) Sister Hong de la política?

Seguro que sí, y la lista no es corta. Ese que prometió dignidad y entregó cinismo.

Que juró acabar con la corrupción y terminó repartiendo hospitales y contratos como botines de campaña.

Que hablaba de justicia social mientras llenaba los bolsillos de los suyos.

El que aseguró venir del sector privado para “limpiar la política” y terminó usándola como escudo para proteger bancos, compañías, firmar decretos a medida y salir por la puerta trasera sin dar explicaciones.

El que canalizó tu rabia en votos y luego gobernó con tu resignación y estados de excepción sin fecha de vencimiento.

El que ofreció un “nuevo país” y resucitó a los mismos de siempre, con la misma podredumbre, pero con logo nuevo, y terminó gobernando con sus planillas, sus métodos y sus cómplices.

Y claro, el otro. El que cobra como legislador y pasa las sesiones haciendo dibujitos, como si el Parlamento fuera su cuaderno de arte-terapia. No propone, no legisla, pero sonríe para la foto mientras el país se desmorona.

El que grabó tu confianza y la revendió en cuotas, disfrazada de gobernabilidad.

Sí, ese. Envíale esta nota. Etiquétalo. Menciónalo en los comentarios.

Que sepa que lo vimos. Que lo sabemos. Y que, aunque ya estemos aquí, todavía hay tiempo para decir: hasta aquí.

Más relacionadas