La pereza, buena consejera

Por Fernando Delgado

¿Cuántas veces le ha pasado que llega un miércoles cualquiera de la vida y le toca sacar fuerzas de flaqueza, o mejor dicho, ganas de pereza, para asistir a la cena de Don Perico de los Palotes? .
Mientras sale de su casa, recuerda como trató de inventarse alguna excusa no tan dramática como la muerte de la abuelita, porque esa se deja para el paseo anual de la compañía, pero tampoco tan insostenible como el “me olvidé”, especialmente porque a las seis, justo antes de salir de la oficina, Perico se le cruzó en el pasillo y le mando un inescapable – Nos vemos a las ocho- y no hubo forma de zafarse.

Se mete en su carro, traza mentalmente la ruta adecuada, aquella que pase por el menor número posible de nuevos cajeros automáticos, léase semáforos, donde, con solo un poquito de mala suerte le pueden hacer algún retiro…a usted; bueno tampoco es que se puedan llevar mucho, porque lo único que carga en su billetera son 15 dólares y la tarjeta del cajero del banco de verdad, que ya la tiene programada para no retirar más de 100 dólares y que usa ex-profesamente en estas expediciones nocturnas hacia lo desconocido, así, en caso de secuestro express usted nunca pero nunca tendrá el mal gusto de dejar a su asaltante, quien además es dueño y señor de su existencia mientras dura el proceso, sin recibir el pago adecuado por ejercer su arriesgada profesión.

Después toca perderse por el barrio del invitador, porque se han robado las placas con el nombre de las calles y además hay un champús de nomenclaturas indescifrables como Oe-25N 8 al lado de la N5-78S y entre las dos un simpático 5-75.

Finalmente da con lo que parece ser el domicilio de Perico, peeeero, todos los sitios donde puede estacionar están ocupados, tocará buscar más arriba, una, dos cuadras y por fin encuentra un sitio más o menos alumbrado , porque solo una de las luminarias en los cuatro postes presentes, funciona. Se baja del carro y de la nada surge un adolescente careloco, que le pregunta si quiere que le cuide el carro jefe, mientras acomoda dentro de su chompa raída de hambre y sinfuturo una funda de plástico con una latita, que no quiere que Usted vea, claro pelado cuida nomás, media vuelta y se va, abrazando la esperanza que el pelado realmente eche un ojo y que retrovisores, tapacubos, llanta de emergencia y el resto del vehículo sigan allí a su regreso.

Ha llegado a la casa de Perico, timbra y la señora de Los Palotes, le abre la puerta con una sonrisa, que, después del la última media hora de estar con el esfínter apretado por el stress, es recibido como bálsamo para el alma, sin embargo su alivio está condenado a durar poco.

Pasa a la sala donde hay un pocotón de ilustres desconocidos (as) (¿o ahora hay que decir siempre desconocidos y desconocidas?), que justo el momento que su zapato toca la alfombra peluda modelo 1974, todos y (as), como si se hubieran puesto de acuerdo hacen pausa en sus respectivas (os) conversaciones, entonces con cara de pendejo y lleno de calor toca acercarse donde los ilustres y las ilustras. PAUSA, suficiente con esta pavada, retrocedamos en el cuento, las mujeres desaparecen por arte de magia, y con ellas el derrame de as y os.

Sigamos: toditos se callan, no porque Usted tenga facha de sicario o porque se maneje una cara de pendejo de antología, no, simplemente pasó, que en el preciso milisegundo que la alfombra peluda cedía bajo su planta todos hicieron un break en sus respectivas conversas. Entooonces y, más que nada llevado por la urgencia de salir de ese incomodo spotlight y para no caer como plomo comienza con el viacrucis de los saludos: comenzando por la Señora de los Palotes, madre de Perico única mujer presente en la invitación, a parte de la otra Señora de los Palotes. En los apretones de mano pasa por todo tipo de sensaciones, el primer saludo es a Fulano, hermano de Perico, quien le saluda con una impecable técnica rompre-metacarpios, ajustándoselos aun de vuelta en su lugar, se dirige al segundo invitado, seguramente el padre de Perico, quien debe tener aproximadamente 114 años, Perez de Contabilidad viene a continuación, seguido por el otro hermano de Perico, poseedor de un aliento calibre deposito de cabezas de camal, seguramente el tipo se esta muriendo a plazos, y ahora le ha tocado las tripas, tres colegas mas cierran el circulo de invitados.
Para colmo de males y cortesía de la pereza de salir de casa, longitud de la ruta anti secuestro express y de la estacionada a tres cuadras, todos le estaban esperando para pasar a la mesa, a lo mejor por eso el silencio de la llegada.

Al llegar a la mesa busca pegarse como lapa al Pérez de Contabilidad, que es el único al que medio conoce, ubica los dos puestos, y agarrándole del brazo como a novia asustada, le sienta a su lado.
Ante usted están desparramados ordenadamente sobre la mesa cuatro tenedores, tres cuchillos, dos cucharas, tres o cuatro copas de distinto tamaño, un vaso quizá, una servilleta que imita alguna forma lisérgica entre los cubiertos.
Usted se sienta, a lo mejor toma la iniciativa, e inicia para de alguna forma alejar el temor que comienza a carcomerle ante tanto metal, tanto cristal… una conversa meteorológica, o cuenta el chiste del alcalde de Quito que va a confesarse y el cura, antes de escuchar sus faltas, le dice: – Augusto anda nomás, si tu no has hecho nada!-. Ese momento ve como el invitado que esta sentado al otro lado de la mesa se acomoda el cuello Nerú de su camisa bordada, y usted sabe que la cagó especialmente porque estito parece que es parte de la sección de los Cabezas Ardientes, Corazones Limpios y Manos Brillantes (tiene también un anillo de graduación del colegio con un rubí engarzado sobre el escudo nacional que aplasta al cóndor). Entonces no le queda más a Usted bajar la mirada, tomar la forma lisérgica y la asienta en la falda (nunca voy a entender porque los hombres nos ponemos algo en la falda).
Si tan sólo me hubiera dejado aconsejar por mi pereza.

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